El oriundo de Chacaltianguis, perdón de Otatitlan, en escasos dos años, ha acumulado un poder inconcebible.
El hijo de Atanasio solo es la figura, el andamio.
Por todos es conocido que el hijo del profe no tiene ningún plan, mucho menos idea, para gobernar. Y lo que es peor, al morenito, así, con cariño, porque ahora resulta que tiene la piel muy delicada, solo le interesa acumular todo el poder posible en su persona, en su mentecita anida la quimera que ya con eso va a transformar el estado de forma milagrosa, lo grave es que no sabe ni en qué ni cómo.
Sus traumas lo han orillado, en escasos dos años, a anhelar pasar a la historia como el gran transformador de Veracruz, aun cuando tenga que deslizarse por encima del vástago del profe.
Al morenito, en su extraviada cabriola, lo acompañan personajes de toda calaña, y, como es lógico, cada uno ambiciona hacer crecer su parcela tanto de fama como de fortuna.
En el tiempo que llevamos caminando en esta honrosa profesión, no recordamos un momento similar en la historia de Veracruz. Cuando nos íbamos a imaginar al encargado de la política interior del estado carcomiendo el césped, abollando los machetes.
Nunca.
Los dos pretenden olvidar que una de las demandas más sentidas de los más de siete millones de veracruzanos es la urgente necesidad de contar con un buen gobierno. Así, simple: un gobierno avispado, pujante y vigente. Porque con lo único que cuentan, o contamos, es con la enclenque noción de un gobierno, un estado que ha sido reducido a su mínima expresión.
Sobra decir que los grandes retos que enfrentamos los veracruzanos requieren de políticas públicas muy bien hechas, y éstas solo son posibles cuando hay buenos peritos e implementadores detrás de ellas.
La administración que encabeza el hijo de Atanasio no posee una agenda de fortalecimiento del Estado, lo que resulta toda una incongruencia para un gobierno que se dice de izquierda. En estos primeros 24 meses del sexenio hemos visto un despejado desaire por la buena marcha de la política interna, solo se divisan decisiones unipersonales que no transitan por el tamiz de la opinión de expertos o de una burocracia que debería tener estilo en el tratamiento de ciertos asuntos públicos. La soberbia les gana, les brota de manera natural por los poros.
Lo real es que el hijo de Atanasio, junto con su pandilla, no son otra cosa que una bola de ignorantes que, sin tocar el estribo, se subió al caballo ganador, para fecundar desde el podio la avaricia de su padre, del ex diputado.
En concreto, Veracruz vive una anarquía total. Esto es un desorden, y todo originado por un narcisista megalómano el cual, como ya se ha visto, se hace acompañar de una bola de inútiles resentidos.
En suma, cuando Veracruz debería ser más fuerte, las propias decisiones del número dos lo debilitan enormemente.
Provecho.
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