México es un gran país. Debe ser muy raro el mexicano que se exprese con desprecio o desapego hacia nuestra nación, sus costumbres, sus tradiciones, su sosegada vida campirana, su agitada vida citadina, sus admirables paisajes desde las calcinadas tierras del noroeste mexicano hasta las turísticas playas de Cancún; desde el noreste tamaulipeco hasta las heridas y agotadas selvas chiapanecas. Vivimos en un país megadiverso, con 3,292 kilómetros de playas acariciadas por las aguas del Golfo de México y el Mar Caribe y 7,828 kilómetros bañados por el Océano Pacífico, en América del Norte y América Central.
México es admirado por sus riquezas naturales y su biodiversidad, pues concentra una buena parte de las especies de la flora y la fauna del Planeta. Algunas de las especies que viven en nuestro territorio no se encuentran en otras partes del mundo. El Fondo Mundial para la Naturaleza estableció una clasificación de cinco ecosistemas terrestres que fueron divididos en 11 hábitats y subdivididos en 191 ecorregiones. En esta clasificación, México cuenta con los cinco tipos de ecosistema (bosques tropicales de hoja ancha, bosques de coníferas y templados de hoja ancha, pastizales-sabanas y matorrales, formaciones xéricas y manglares), nueve de los 11 hábitats y 51 de las ecorregiones (Almanaque Mexicano, Sergio Aguayo, Editorial Grijalbo). También tiene maravillas naturales como el Santuario ballenero de El Vizcaíno, Baja California Sur, y la Reserva de la biosfera de Sian Ka’an, en Quintana Roo, que son declarados Patrimonio de la Humanidad (http://www.paot.org.mx).
La riqueza fundamental de los países, que revalora la riqueza anterior, son sus habitantes, sus legados y sus acciones actuales. Los saldos en contra aparecen cuando esta riqueza y biodiversidad mexicanas están amenazadas por la degradación del medio ambiente. La contaminación y escasez de agua, la deforestación y mal uso de los suelos, la contaminación atmosférica, los residuos industriales peligrosos (Veracruz los padece amenazadoramente), la actitud irresponsable de muchos ciudadanos y las políticas oficiales equivocadas pueden convertir este problema en una amenaza a la seguridad nacional.
Contamos con 23 zonas declaradas Patrimonio de la Humanidad donde, además de las arriba mencionadas, en nuestro estado se encuentran el conjunto arqueológico de El Tajín y la zona de monumentos históricos de Tlacotalpan. Además, nuestra multiculturalidad étnica es rica y abundante pues según datos del Instituto Nacional Indigenista (INI), en 24 estados de la República se distribuyen 64 etnias que hablan más de 90 lenguas, incluyendo variantes de dialecto. Según las
referencias del INI, tres cuartas partes de la población indígena se encuentra en el centro y sur del país, localizándose el 50 por ciento en Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Yucatán (http://www.cdi.gob.mx/ini/).
Terrible por sus efectos es “el estilo de vida blanco”, europeo, estadounidense, excluyente de las culturas auténticas, autóctonas, verdaderamente americanas, consideradas fatídicamente retrasadas. Esta perversa añoranza de lo que no somos, aunque tiene siglos, se ha intensificado con los medios masivos de comunicación, bajo una pretendida universalidad del género humano que ha provocado un choque de identidad y no de reconocimiento e identidad.
A esa riqueza fundamental del país, el mexicano, famoso por su chispa tan propia y especial y por su inteligencia flexible y adaptable que no ha sabido encauzar y aprovechar debidamente, le falta valorar su entorno total (comunidad, municipio, estado, país, planeta) y sentirse parte activa y pensante de una colectividad que puede transformar individual y colectivamente (familia, instituciones, sistema; veracruzanos, mexicanos, humanidad), dentro de un medio ambiente que se resiente frente a excesos y malos usos, en un todo sistémico que no debe parcializar, ni fragmentar, ni mucho menos minimizar.
Por otro lado la cultura, la idiosincrasia y las lógicas de actuación que emanan, se piensan y se sienten como resultado de muchos años de una tradición autoritaria, subordinante, de dominación mediante la ignorancia y el chantaje, de explotación del silencio; de cultivar el aislamiento, el individualismo, la incomunicación, el sufrimiento estoico, casi religioso; de usufructuar el servilismo que arrastramos desde la Colonia… sin detenernos a pensar que también tenemos derecho de cambiar las formas, de transformarlas, de redimirlas, de conservar lo mejor y desechar lo que daña, lo que amarra, lo que impide el crecimiento personal y social.
Riqueza natural y calidad humana no nos faltan, pero somos una nación casi perdida en el concierto de países que pueblan el Planeta. Los japoneses han venido atraídos por la calidez y la emotividad de los mexicanos, pero nosotros admiramos su organización, sus hábitos de trabajo, su constancia y perseverancia para buscar la mejora continua en todo lo que emprenden. Los norteamericanos admiran nuestros valores familiares y nuestras tradiciones, pero nosotros queremos imitar su democracia y anhelamos el abanico social de posibilidades para lograr propósitos personales y colectivos que ellos tienen.
El México de los últimos años se cargó de violencia. Tal vez nos falta valorar más los nuestro, defenderlo, cuidarlo. Ser éticos, conscientes y analíticos al ejercer nuestra ciudadanía y contar con la suficiente información y buena fe para ser decisivos y congruentes en nuestra participación social. México ha sido un “cuerno
de la abundancia” pero la riqueza fundamental, es decir, sus habitantes, no ha aprendido mejores formas de organización y de responsabilidad para compartir y generar las otras riquezas, y avanzar hacia mejores estadios de vida en calidad humana y organización social y política que establezcan las bases para un proyecto de nación deseable para todos.
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