Decía en líneas anteriores que desde que se encuentra al frente del gobierno de Veracruz Norma Rocío Nahle García presentó un balance de logros que “reflejan el compromiso de transformar al Estado con honestidad, trabajo y cercanía con la gente”. Además de avances en infraestructura, salud, educación y seguridad destacó la racionalidad y productividad del gasto público y la transparencia de la gestión estatal.
Damos la cara todos los días porque tenemos autoridad moral y una trayectoria de vida dedicada al servicio del pueblo. Otro de los grandes logros afirmó la gobernadora ha sido la puesta en marcha de programas sociales como Veracruz te abraza, dirigido a migrantes retornados, y Abrigando Corazones, que ha beneficiado a más de 22 mil personas en 20 municipios con cobertores, despensas y atención médica. Asimismo la incorporación del Estado al programa federal Apoyarte, que beneficiará a mujeres indígenas y afromexicanas artesanas.
En el rubro de salud destacó la rehabilitación de 28 unidades médicas, el inicio de obras en la Torre Pediátrica de Veracruz y la puesta en marcha de las Camionetas de Salud para llevar medicamentos y atención médica a las comunidades más apartadas. En lo referente a la educación, la eliminación del cobro de inscripción en universidades tecnológicas la entrega de más de 12 millones de becas así como la implementación de la estrategia.
Es desalentador ingresar a las redes sociales y volverse espectador de la putrefacción en que se encuentra nuestra sensibilidad colectiva. No hubo compasión ni solidaridad. En lugar de exigir justicia y lamentar una tragedia, las opiniones versaron en juicios instantáneos y conclusiones prematuras: “seguro fue una venganza o ajuste de cuentas”, Eso les pasa por andar con Clara Brugada, era ratas. ¿De qué se trata? ¿En qué momento perdimos nuestra humanidad?
Nadie parece reconocer que este hecho es profundamente lamentable. Nadie parece darse cuenta de que, más allá de los chismes y especulaciones, hubo un crimen. Hubo un crimen que debería dolernos, que nos agrede como sociedad.
No importa el partido, no importa el color, no importa el gobierno, no importa para quién trabajen, no importa si eran conocidos o no: los mataron y los mataron frente a la ciudadanía.
Ahora bien, ya vendrá el momento para que las autoridades investiguen y esclarezcan los hechos. Pero esa no es la discusión: la verdadera trágica es otra; el silencio, la apatía, la indiferencia.
Nos hemos acostumbrado a ver a la gente morir como si estuviéramos en una película o en una serie. Vemos a alguien desangrándose en la banqueta y preferimos tomar un vídeo, antes que detenernos a preguntar si necesita ayuda. Nos volvimos espectadores de la tragedia y consumidores de la violencia. Y no me malinterpreten. No estoy diciendo que todos debamos convertirnos en héroes.
Sé bien que el panteón está lleno de héroes y de limpios.
No, no se trata de eso. Se trata de humanidad. Se trata de no quedarnos pasmados ante la injusticia. Se trata de, por lo menos, tener la decencia de ofrecer apoyo, una palabra, una mano, una llamada, lo que sea. Pero hoy ni eso ocurre.
La gente está más preocupada por ver a quién echarle la culpa que por entender el fondo y observar el resultado. Nos polarizamos tanto que ya no somos capaces de sentir empatía por nadie. Como si el dolor tuviera partido político. Como si la muerte distinguiera ideologías. Es urgente que nos miremos al espejo. Es urgente que recuperemos el sentido de ética y moral. Si no somos capaces de indignarnos ante la muerte, si no somos capaces de llorar por la violencia, entonces estamos perdidos. El problema somos también nosotros, nuestra indiferencia, nuestra cobardía.
Si bien la violencia no es algo a lo que se deba encontrar una explicación lógica, nos hemos acostumbrado a sus rostros, a sus símbolos, a entenderla como algo habitual para una sociedad en la que se hace cada vez más delgado el hilo que mantiene la cordura ante el vendaval de la barbarie. Y las respuestas suelen acompañarse de un silencio en el ya ni siquiera hay lugar para la sorpresa, pues las noticias de lo cotidiano terminan por borrar los límites de lo racional. Que cada quien juzgue el uso tendencioso y el enfoque que le han dado al análisis de semejante desgracia, pero lo que resulta innegable es la indefensión de una sociedad que está a merced del crimen organizado.
En otro contexto y lo decía en una anterior columna en un mes pasamos de la consternación al asombro. El mundo despidió a Francisco el Papa de la inclusión, el de los viajes a las periferias y, sin secar aún las lágrimas, se zambulló en las especulaciones sobre la elección del nuevo Pontífice. Como si el Vaticano fuese un reality show con sotanas. La película Conclave volvía a circular en las sobremesas, aumentaron los “expertos” dictando la agenda.
Con todo, apenas se cerró la puerta de la Capilla Sixtina, nos quedó claro, de nuevo, que el Espíritu Santo no consulta encuestas. La aparición del humo blanco tumbó las quinielas. Desde la logia emergió un nombre que, de inicio, nos hizo dudar del oído: Prevost. Estadounidense de pasaporte, pero tallado en Chiclayo, un rincón empobrecido del norte peruano donde el evangelio se sirve en ollas comunes. Eligió llamarse León XIV.
Con voz trémula soltó: “La humanidad necesita puentes. Ayúdenme a atenderlos”. Y el eco viajó por pantallas, celulares y hasta por los oídos de quienes poco conocen el cristianismo. El 18 de mayo, bajo un sol que tostaba las losas de San Pedro comenzó su pontificado. El palio descansó sobre sus hombros como una cuerda antigua que enlaza pescadores y cables de fibra óptica, el anillo del Pescador relampagueó entre miles de cámaras alzadas. Cincuenta mil peregrinos y millones en streaming, entonaron el Veni Creator. Detrás obispos de cinco continentes juraron sobre evangelios mientras el planeta, entre el desconcierto y la perplejidad, atestiguamos sin aliento un ritual de siglos.
Conviene detenernos. Primera idea. La orientación geográfica del catolicismo se ha movido. Que un pastor con alma latina piloteé la Barca de Pedro es más que un símbolo. Segunda reflexión. En la hora de la sospecha hacia toda institución, la iglesia se juega su prestigio en la coherencia, no en la mercadotecnia. No dudo que fue una idea que también motivó la elección de León XIV.
Tercer apunte. La fe también ha migrado. Ya no hasta solamente en los templos, sino en el territorio digital, donde lo sagrado compite con lo viral y lo eterno como lo efímero. El nuevo Papa vivirá entre acólitos, entre cardenales y creadores de contenido. Tender puentes hoy implica habitar el suelo movedizo de las redes sociales sin perder la raíz. Saber cuándo hablar en 280 caracteres y cuándo guardar silencio. Entender que, detrás de cada “me gusta”, pude ver una pregunta más profunda, y que un mensaje evangélico, si es auténtico, puede llegar más lejos que un meme. El algoritmo, también, es terreno de misión.
México contempla el escenario a apoltronado sobre dualidades. Somos el segundo país con más católicos, unos 101 millones, y, sin embargo, tantas bancas de iglesia se vacían, aunque la Basílica de Guadalupe, desborda pasillos y vagones del metro. Son contradicciones que León XIV conoce ha olido el incienso y el polvo, la fe alegre y el escepticismo juvenil. Tal vez por eso su primera homilía. “Es hora del amor”, fue una declaración de cariño, un amor entendido como política de proximidad no como hashtag de temporada.
Muchos intentaron encasillarlo de inmediato: progresista, conservador, socialdemócrata con sotana. Etiquetar otorga la falsa calma de lo comprensible. Pero la tradición católica se mueve con paso firme, no al ritmo de los trending topics: avanza, retrocede, y cuando cede lo hace sin estridencia.
Por eso es un reto continuo acompasar una verdad fundamental, “edificada sobre roca”, con urgencia es muy concretas: un planeta que sigue contaminándose, migrantes y una economía que desecha a personas como envases de plástico arrojados al infierno, al océano.
Tal vez por eso, cuando el sol se esconda detrás de la cúpula de Miguel Ángel, León XIV pidió algo desarmante “Recen por mí”. No renunció a la autoridad, reconoció su fragilidad. Ahí germina la esperanza admitir que quien porta las llaves de Pedro tampoco puede solo.
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