Mucho se cuestiona que el Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, no quiera vivir en Los Pinos y anuncie que en breve (cuando su hijo menor termine la primaria) vivirá en Palacio Nacional.
La idea no es nueva, la expresó desde la primera ocasión en que compitió por la Presidencia de la República, ya que expresa su sentir con compartir el mismo espacio que usó el Presidente Benito Juárez como aposento.
AMLO ha dicho en ocasiones varias, mitad broma y mitad serio, que Los Pinos provoca mala vibra y que él, por lo pronto, seguirá viviendo en su domicilio personal.
Los Pinos es la residencia oficial del Presidente de la República en turno, desde que Lázaro Cárdenas decidió que el Ejecutivo debía tener un sitio adecuado a su investidura y no usar el Castillo de Chapultepec como morada.
El terreno en que se construyó, colindante con Molino del Rey, fue escenario de parte de la historia de México y formaba parte de un rancho llamado La Hormiga y desde 1935 se convirtió en residencia oficial de los Presidentes de México.
Los Pinos como la Casa Blanca, la Casa Rosada, el Palacio del Eliseo y otros hogares de Jefes de Estado o Presidentes, forman parte del paquete de usos y costumbres de las democracias o monarquías y sirve no solamente como residencia del dirigente y su familia, sino para ceremonias oficiales y alberga oficinas de gobierno.
Es cierto que la mayoría de ellos son residencias suntuosas que son magnificadas y en ellas se establecen personajes con vidas de derroche y llena de vanidades, pero no todas esas vidas son iguales.
En México, además de la residencia oficial del Presidente, la mayoría de los gobernadores viven también en residencias oficiales, unas lujosas y otras no tanto.
Con todo y ello, López Obrador está decidido a no habitar Los Pinos y no cambiar su estilo de vida, por decisión propia, convirtiendo la residencia oficial en museo o darle otro uso.
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