| El ayuno que agrada a Dios. | ||||
| Una de las obras cristianas de mortificación que nos ayudan en este periodo de la Cuaresma para fortalecer la comunión con Dios es, sin duda, la práctica del AYUNO. | ||||
| Domingo 25 de Febrero de 2018 | ||||
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Tradicionalmente, con el AYUNO, la persona renuncia al consumo total o parcial de alimentos por un tiempo definido. Pero también se puede ayunar con los sentidos y de todo tipo de complacencias corporales, principalmente dejando de actuar de forma inapropiada. Es bueno ayunar de todo lo que pone en peligro a la persona. Sería inútil privarse de alimentos pero al mismo tiempo alimentar el corazón con cosas que lo dañan a uno. Uno puede ayunar con los ojos, con los labios, con las manos. Basta hacer un buen análisis de cómo estamos llevando nuestra vida con los demás y ver si lo que decimos, hacemos y observamos, nos está edificando o conduciendo por el bien. Mediante el AYUNO la persona se entrena con la renuncia a cosas buenas para que en su momento aprenda a rechazar las cosas malas que lo perjudican. El ayuno dispone a la persona para abrirse a la gracia divina y a la presencia de Dios en su vida. Al aprender a privarnos de cualquier cosa que nos causa satisfacción empezamos a acostumbrarnos al dominio interior. Y cuando la voluntad empieza a orientarse a Dios, buscará evitar todo lo que lo separa de él. El ayuno hace libre a la persona de toda esclavitud. Los dioses de este mundo quieren esclavos, Dios quiere hombres y mujeres libres. Como una forma de mortificación, el ayuno nos conduce a la imitación y seguimiento de Cristo que asume voluntariamente el peso de la cruz por nosotros. Durante la cuaresma una buena motivación cristiana del ayuno es la de agradar a Dios y apartarse del mal camino, como lo dicen los profetas y el mismo Jesús: “Vuelvan a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y con duelo; desgarren su corazón y no sus vestidos” (Joel 2, 12-13). “Éste es el ayuno que yo deseo: romper las cadenas injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo; compartir tu pan con el hambriento, acoger en tu hogar a los sin techo; vestir a los que veas desnudos y no abandonar a tus semejantes. Así surgirá tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente” (Is 58, 6-8). “Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu cara, para que tu ayuno sea visto, no por la gente, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 17-18). Esto significa que la invitación a la ascesis no mira en primer lugar a las obras exteriores (“al saco y la ceniza”, “al ayuno y la mortificación”) sino a la conversión del corazón. Sin esta transformación interior las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas. Se ayuna para hacer penitencia y pedir perdón, por el pecado propio y por el ajeno. Se ayuna para pedir ayuda a Dios, para obtener su favor en asuntos importantes y en las grandes decisiones de la vida. Se ayuna para ser mejor persona y para crecer como hijo de Dios. También el hombre contemporáneo está llamado a ayunar, es decir abstenerse no sólo de comida o bebida sino de otros muchos medios de consumo, de distractores y la mera satisfacción de los sentidos. Ayunar significa a final de cuentas abstenerse o renunciar a algún beneficio que nos distrae de los verdaderos bienes. Que la práctica del ayuno cuaresmal, nos ayude a progresar en el seguimiento y la imitación de Cristo. Pbro. José Manuel Suazo Reyes |
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