Ciudad de México.- De Las Champas, México, a La Mesilla, Guatemala, corre una sola calle atiborrada de tiendas pequeñas con toda clase de ropas, baratijas, bisutería, herramientas, comida frita, mochilas, celulares y aditamentos electrónicos. Es y a la vez no la misma vía, un lado parece espejo del otro. En su modestia plebeya, revela mucho de las fronteras: una ilusión, uno de tantos inventos que nos hacemos. Y sin embargo, existen. Nada interrumpe el trajín de personas y vehículos en ambas direcciones. Las aduanas, en este punto, son voluntarias y en realidad muy pocos se les acercan.
Aún así, entre este gentío mayormente kakchiquel resulta fácil identificar a los migrantes, no compradores, que cruzan a México con su cara de susto, su mochila, su rostro cansado, su soledad. Lo mismo da, aquí no serán interceptados ni retenidos por nadie, sino más adelante, en Ciudad Cuauhtémoc hacia Comitán, o cerca de Comalapa hacia la Sierra de Chiapas. Este largo bazar en su doble dirección, que le hubiera encantado a Walter Benjamin, muestra lo artificiales que son a veces los límites entre naciones. Por las empinadas y taladas laderas de la selva media hacia noreste suben como soldaditos de plomo las blancas mojoneras, con su medallón de metal al centro, que materializan la línea punteada de los mapas.
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