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XALAPA.- En el marco del Día de las Madres, en el centro de Orizaba decenas de mujeres marcharon sin pronunciar palabra. Llevaban camisetas con fotografías impresas, pancartas con nombres y fechas, y algunas cargaban cartulinas con la leyenda que más duele: “Te sigo buscando”. Cada una de ellas es madre, hermana o hija de una persona desaparecida en la zona centro del estado de Veracruz. No hay festejo, no hay alegría. Para ellas, mayo no trae flores, sino más preguntas sin respuesta. Ellas han señalado constantemente a la Fiscalía General del Estado por su ineficiencia. Las familias denuncian que los expedientes están mal integrados, que las búsquedas no se realizan o se hacen a medias, que no hay voluntad de fondo para encontrar a los desaparecidos. “La justicia en Veracruz es sorda y ciega. Nos prometen reuniones, nos dicen que van a investigar, pero pasan los años y no hay nada. Nosotros seguimos igual: esperando”. Esa espera interminable se refleja en los rostros. Hay enojo, sí, pero también hay mucho cansancio. El drama de las desapariciones en Veracruz no es nuevo. Algunos casos suman más de 10 años sin avances. Más de una década sin saber si sus familiares están vivos o muertos, sin pistas reales, sin nombres de responsables, sin justicia. “No sabemos nada. No tenemos un cuerpo, no tenemos a nadie detenido, no tenemos nada”, señalaron integrantes del colectivo que formó Araceli Salcedo, al cual ahora se han sumado otros cientos de mujeres que comparten el dolor de un familiar o amigo desaparecido. Muchas de ellas y ellos, fueron de los primeros en formar este colectivo de búsqueda en la región. Desde entonces, ha aprendido a leer mapas, a excavar en fosas clandestinas y a identificar restos humanos. Lo ha hecho todo por su cuenta, porque, dice, “la autoridad no hace nada”. Como ellos, cientos de familias han tenido que convertirse en investigadoras, en peritos forenses, en rastreadoras. No por gusto, sino por necesidad. Porque las carpetas de investigación están llenas de polvo y las promesas de justicia han quedado en el olvido. Las líneas de expresión no son sólo marcas del tiempo, son huellas del dolor. Algunas madres caminan ya con bastón, otras apenas pueden sostenerse, pero no dejan de buscar. Este 10 de mayo no hubo consignas. No hubo gritos. La manifestación fue silenciosa, como una procesión de duelo colectivo. “No necesitamos gritar para que nos escuchen. Queremos que vean nuestras caras, que vean nuestro dolor. Este silencio es más fuerte que cualquier consigna. Es el silencio que deja una silla vacía, una cama sin dueño, una mesa incompleta”. Ese silencio se impone también en los hogares. Porque mientras otros celebran con abrazos y pasteles, en estas casas hay oraciones, hay lágrimas y hay recuerdos que duelen. Las madres de los desaparecidos no tienen descanso. “Yo no quiero venganza, no quiero castigos ejemplares. Sólo quiero saber qué pasó con mi hijo. Si está vivo, dónde está. Si está muerto, quiero darle sepultura. No es mucho lo que pido”, dijeron entre lágrimas muchas de ellas. Cada paso que dan estas mujeres en silencio es una exigencia. Cada fotografía que cargan es una historia interrumpida. Cada mirada que esquivan es un reclamo al Estado. Porque no hay mayor dolor que la ausencia, y no hay mayor injusticia que el olvido. Mientras no haya respuestas, mientras no haya verdad, el drama de los desaparecidos en la zona centro de Veracruz seguirá escribiéndose con dolor. Cada 10 de mayo, estas madres saldrán a las calles, en silencio, recordando al mundo que todavía esperan. Así las cosas.
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