De Veracruz al mundo
MOMENTO DE ACOTAR
Francisco Cabral Bravo
2025-10-07 / 11:52:51
Si haces tu cama debes acostarte ahí


Francisco Cabral Bravo

Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil

No puedo sino iniciar esta columna y aprovechar este espacio para decirles que lo mejor es mucha autoridad y mucha libertad. Lo intermedio es tener una de las dos. Lo peor es la libertad restringida y la autoridad derruida. El triunfo de ambas no es sencillo, sino complejo.

Si leyeran el Príncipe de Nicolás Maquiavelo (1513), el principito de Antoine de Saint Exupéry (1943); y el Nuevo Príncipe de Dick Morris (2002). En el asunto que nos concierne, los tres están explicados en un apunte de José Elías Romero Apis. La Teoría del Poder como Ciencia Exacta (2017). Con ello pueden entender y comprender que el poder es un material rígido que no admite ni caprichos, ni fantasías, ni extravagancias.

En otro contexto desde las profundidades de la experiencia humana surge una metáfora poderosa y desgarradora la imagen de un alma quebrada.

No se trata de una ruptura física, visible bajo un microscopio, sino de una fractura íntima, un desgarro en el tejido mismo de la identidad, la esperanza y la emoción. Es un concepto que nos habla de dolor que no se ve, de las cicatrices que se llevan por dentro.

En un sentido psicológico y emocional, un “alma quebrada” es la consecuencia de un trauma profundo, una pérdida insondable o una traición que sacude los cimientos de nuestro ser. No es la tristeza pasajera de un mal día, sino una fractura estructural en la forma en que nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos.

México no es un país que simplemente tenga problemas, es una nación que carga con un alma quebrada.

Esta fractura no es un defecto de fabricación, sino la cicatriz histórica de una colisión violenta, de heridas repetidas que se han abierto una y otra vez, y de un duelo colectivo que perdura en el subsuelo de la identidad nacional. Llevar este fragmento de alma rota es habilitar una paradoja constante: la de una vitalidad desbordante y una melancolía profunda, una creatividad luminosa y una sombra de dolor.

El alma nacional se quebró en su origen. Existió un trauma en el encuentro. La Conquista, no fue solo una derrota militar, sino un cataclismo cósmico y espiritual. Esto se logró, en gran medida, por la unión que generó Cortés en torno suyo, de todos los pueblos sometidos de una manera radical, hasta brutal, por el propio imperio Azteca.

La cosmovisión indígena, profundamente ligada a la tierra, el tiempo cíclico y sus deidades, fue sometida, demonizada y arrasada. Los templos fueron demolidos para construir Iglesias con las mismas piedras, en una metáfora física brutal de la superposición forzada de una cultura sobre otra.

Esta fractura fundamental creó el “trauma de la chingada” del que hablaba Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad: la sensación de una violación original, de una madre (la tierra, la cultura) violentada. de ahí nace un sentimiento de orfandad y un profundo mestizaje no solo racial, sino espiritual; ¿Quiénes somos?

Las grietas se profundizan a través de nuestra historia. Existe dolor y desilusión. La Colonia añadió capas de silencio y sumisión. Las luchas de Independencia y Revolución surgieron como gritos desgarradores para recomponer esa alma, para buscar una unidad y una justicia que siempre parecían escaparse.

Sin embargo, el sueño de una nación justa chocó una y otra vez con la realidad de la corrupción, la desigualdad feroz y la traición de sus propios élites.

Cada promesa incumplida, cada esperanza defraudada, añadió una nueva grieta.

La grieta de la injusticia un sistema que históricamente ha favorecido a unos pocos y olvidado a la mayoría.

La grieta de la violencia: desde la violencia política del siglo XX hasta la guerra del narcotráfico del siglo XXI, que ha desangrado al país y sembrado un duelo imparable en miles de familias.

La grieta de la impunidad: la sensación de que la ley no aplica para todos, de que la verdad y la justicia son conceptos elusivos.

Esta triada, injusticia, violencia, impunidad, actúa como un martillo que golpea incesantemente sobre la fractura original, evitando que cicatrice por completo.

El alma rota de México no es sino muchas. Está fragmentada en pedazos que a veces no logran reconocerse entre sí. Hay una identidad fracturada. Los fragmentos están aún dispersos.

El México ancestral que sobrevive en lenguas, tradiciones y resistencias comunitarias. En México moderno que aspira a la globalización, a menudo divorciado de sus raíces. El México violentado de las fosas clandestinas y los desaparecidos. El México vibrante de la música, el color y la fiesta, que a veces parece una máscara para ocultar el dolor.

En otro orden de ideas cuando escuchamos la expresión “derechos humanos” es común asociarla con protestas, reclamos o escenarios de conflicto.

Pero en su existencia más profunda, los derechos humanos son una afirmación serena y radical de la dignidad de toda persona. Y afirmar la dignidad humana ha sido siempre una tarea universitaria.

Desde sus orígenes, las universidades fueron más que centros de formación técnica. Eran espacios donde se buscaba la verdad, se cultivaba el pensamiento crítico y se exploraban las grandes interrogantes del espíritu humano. Mucho antes de que existiera el lenguaje moderno de los derechos fundamentales, ya había una preocupación por la justicia, por el bien común, por la libertad de conciencia y por la responsabilidad ética del conocimiento.

Las primeras universidades medievales nacieron alrededor del estudio del derecho, la teología y la filosofía.

Hoy en un mundo profundamente desigual atravesando por la exclusión, la violencia, el racismo, la corrupción o la indiferencia, esa vocación se vuelve aún más necesaria. La universidad no puede limitarse a transmitir información o entrenar habilidades.

Por eso los derechos humanos no deben verse como un tema de nicho o como una especialización más. Son una manera de mirar el mundo. Son una brújula que orienta la enseñanza, la investigación y la convivencia universitaria. Investigar sobre la dignidad humana no es un lujo teórico. Es una forma de intervenir en la realidad. Enseñarla no es adoctrinar. Es abrir preguntas. Y promoverla no es propaganda es una responsabilidad que nace de lo más hondo de nuestra identidad. Defender los derechos humanos implica también revisar la vida universitaria desde dentro cómo nos relacionamos, cómo se toman las decisiones, cómo se vive la inclusión, cómo respetamos el valor de cada miembro de la comunidad. La coherencia empieza en casa. No podemos formar a otros en la justicia, si no buscamos ejercerla nosotros mismos.

Y esta búsqueda, claro, no se agota. Es una construcción permanente. Requiere estudio, diálogo, capacidad de escucha y sobre todo, humanidad. Requiere que sigamos preguntándonos cuál es el lugar de la persona en medio del saber. No como una categoría teórica, sino como una presencia viva que interpela nuestras decisiones cotidianas. Al final, educar en derechos humanos es educar en humanidad. Es recordar que no hay ciencia sin conciencia ni saber que valga si no está al servicio del otro.

Para finalizar les comento, la presidenta Claudia Sheinbaum atraviesa por una situación delicada y clave para su gobierno a raíz de las distintas investigaciones abiertas a miembros de su gobierno.

Como jefa de gobierno y líder virtual de Morena, está frente a una decisión que marcará su lugar en la historia presidencial, pero también el rumbo político electoral del proyecto transexenal.

Es un Rubicón el que tiene ante sí Claudia Sheinbaum, es decir, un momento de decisión crucial para el rumbo que tomará su gobierno de cómo habrá de resolver los affaires de la Barredora y el tráfico de huachicol en el que están implicadas las fuerzas castrenses, funcionarios y empresarios.

¿Hasta dónde llegarán las decisiones que tome la presidenta Claudia Sheinbaum en la sociedad del poder de Palacio Nacional? ¿Habrá de llegar hasta el límite de ajustar cuentas con personajes de la pasada administración que empeñan su gobierno? ¿Cuál será el escenario que elija de todo este entramado para tener el menor de los daños? ¿La expiación de los políticos o de los militares? ¿O en una decisión salomónica?

Crisis es oportunidad y en este escenario tan complicado la presidenta habrá de actuar firmemente porque la indecisión y tibieza solo prohijará problemas de gobernabilidad, más divisiones en Morena y enviará un mensaje de fragilidad.

El término Rubicón que proviene de la decisión de Julio César al frente del ejército de cruzar un río en Italia, lo que significaba un desafío a la República romana, simbolizar tomar una decisión fundamental la cual conlleva asumir un riesgo significativo de consecuencias irreversibles.

Sin duda alguna, la decisión que tome Claudia Sheinbaum marcará un antes y un después en la vida del país.



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