MOMENTO DE ACOTAR |
Francisco Cabral Bravo |
2025-09-01 /
09:44:45 |
La política, un deporte de contacto |
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil
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He reiterado que la desconfianza en los demás es un rasgo de la sociedad mexicana ampliamente documentado. Es más común verla como un problema, una carencia de la cultura política nacional, y una pieza faltante en la canasta básica de actitudes y creencias favorables para la democracia.
En la enciclopedia internacional de la ciencia política la confianza social se define como la expectativa de dependencia de los individuos en una comunidad En el ámbito político, la relación entre confianza social y democracia se explica por los valores cívicos e institucionales con los que la confianza suele asociarse
Las causas en la disminución de la confianza tienen que ver con la inseguridad, la violencia, la corrupción, la impunidad, la injusticia y el deterioro económico.
Esta caída de la confianza social es un problema con consecuencias políticas al que debemos poner una mayor atención y cuidado.
Como observa Christian Welzel, investigador de la EMV en Alemania, “los académicos consideran que confiar en otros es un facilitador psicológico de las actividades pacíficas y voluntarias que nutren a la sociedad civil, es la principal fuente de presión para mantener a los gobiernos responsables y sujetos a la rendición de cuentas.
Mover, aunque sea un milímetro la trayectoria de un barco grande no es fácil. Vencer el peso monumental de la inercia cuesta mucho. Suele el pasado con frecuencia, en exceso. Si lo consigues al cabo del tiempo, el punto de destino puede llegar a ser radicalmente distinto al que estaba inscrito en el origen.
Intentar alterar trayectorias de vida es un poco como girar la dirección inercial de un transatlántico. Lograrlo requiere una inversión de energía enorme, pero si lo logras, se abren posibilidades y horizontes insospechados. El excelente trabajo de Bernardo Esquivel sobre desigualdad extrema en México ha desatado un debate pendiente y urgente.
Dice el diccionario de la Real Academia Española, siempre tan escueto, que forjador o forjadora "es la persona que tiene por oficio forjar".
Y de forjar dice que es "dar la primera forma con el martillo a cualquier pieza de metal".
El diccionario Océano Uno coincide y agrega, como una acepción de sentido figurado, que forjar es crear algo con esfuerzo. Pero ya sabemos que los diccionarios tratan más de palabras que de vida (aunque las palabras sean vida desde luego).
Si las palabras no tuvieran alcance metafórico ¿qué sería de ellas? ¿y qué de nosotros, sólo con palabras de significado estricto?
Porque forjador es el que forja, ya se sabe, pero lo que importa es lo que forja, a partir de qué lo forja, cómo lo hace y hasta dónde puede llegar con lo que forja.
Por eso forjadores son aquellos que se inventan su energía vital y contribuyen al desarrollo y bienes para otros.
Los forjadores crean mucho con muy poco y transforman la existencia de miles o millones a partir de una idea y de una gran dosis de tesón. Y por supuesto de imaginación, talento y liderazgo.
Los forjadores no son seres alados que están predestinados a la cumbre, y tampoco son entes mitológicos que tienen asegurado un lugar en las alturas.
Suben por cuestas empinadas casi siempre, oyendo a buenas personas de buenas intenciones que les repiten no se puede. Los forjadores crean siempre, fracasan continuamente y se renuevan una y otra vez.
No es que no tropiecen, no, lo que ocurre es que saben levantarse, sacudirse el polvo y empeñarse en alcanzar el horizonte. Y si el horizonte se aleja a cada paso, no importa, porque la aspiración de llegar ya ha cumplido su propósito; el horizonte, al alejarse, enseña a caminar. Los forjadores saben ver más allá del alcance de los ojos; intuyen, arriesgan, persisten, rectifican, avanzan, construyen. Se equivocan, claro, pero aprenden, insisten, perseveran, innovan.
Dándole vuelta a la página, "la libertad de expresión es algo necesariamente asociado con una razón: ofrecer una opinión que contenga una razón." Mansfield.
En México, nuestra prensa ha terminado, en muchos casos, convertida en una caravana de estupideces y banalidades; esa que debería ser contrapeso, conciencia crítica y voz de la verdad, ahora se reduce a nada.
Es desgarrador, pero lo sorprendente es cómo la ignorancia vende. Y la prensa, lejos de combatirla, la aumenta. Los medios masivos ya no están buscando informar, sino que buscan entretener a toda costa, aún a expensas de la verdad.
Ahora, sería muy injusto no reconocer que aún existen periodistas de vocación, profesionales que arriesgan su vida y seguridad para abrir los ojos de los mexicanos. Y,
peor aún, muchas veces son perseguidos, silenciados, amenazados o ridiculizados por aquellos que deberían defenderlos.
Esa prensa, valiente, es la que en verdad honra la profesión. La que entiende que el periodismo no es entretenimiento sino servicio, libertad de expresión. Derecho Humano. La que sabe que cada palabra publicada puede cambiar el pensamiento de millares de personas o terminar con las cadenas de ignorancia. Sin periodismo crítico no hay contrapeso.
No puedo sino continuar esta columna y aprovechar este espacio para comentarles que en las últimas décadas hemos sido testigos de una transformación silenciosa, pero profunda en la manera en que las personas se relacionan. Dos fenómenos lo explican en gran medida: la pérdida de identidad y la crisis generalizada de confianza, la primera es el fruto de una cultura global que, en aras de la uniformidad, va diluyendo lo local, lo particular, lo propio. La segunda es consecuencia de esa pérdida; sin identidad fuerte, sin vínculos sólidos, la confianza se debilita. Y donde no hay confianza, se fractura el tejido social que permite una convivencia verdaderamente humana.
La desconfianza, que antes era síntoma, hoy parece haberse institucionalizado como sistema. Se multiplica el yo, se difumina el nosotros. El otro, que debería ser promesa, aparece como amenaza. Y así, el espacio de lo interpersonal se enfría, se encoge, se vuelve inhóspito. En ese paisaje, las nuevas generaciones crecen entre vínculos frágiles, referencias inestables y un anhelo profundo a veces inconsciente de conexión real. Frente a esta crisis de lo relacional, no hay soluciones mágicas, pero sí hay caminos. Y todos pasan por una palabra que a veces olvidamos: "cultivar". Cultivar una amistad no es solo coincidir; es permanecer. Es reservar tiempo, practicar la escucha, sostener el silencio. Es compartir sin medir. Acompañar sin invadir. Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar amistades duraderas, esas que se cocinan a fuego bajo, que se hacen fuertes en la rutina, que no se necesitan espectáculo ni validación pública. Amistades que sepan sosteniendo y corregir, celebrar y acompañar. Que sepan decir la verdad con cariño y vivir el cariño con verdad. Formar vínculos requiere, además, enseñar a mirar. A mirar con profundidad, con paciencia. Vivimos una época saturada de imágenes, pero hambrienta de verdadera mirada. La mirada que no clasifica que no compara. La mirada que dice: "me importas", sin tener que decirlo. Y no se trata de idealizar lo relacional. Vincularse bien exige esfuerzo, renuncia, reparación. Quizás el mayor desafío no sea solo recuperar el nosotros, sino además hacerlo desde la libertad. Porque lo que está en juego no es simplemente la calidad de nuestras relaciones, es la calidad de nuestras vidas. Porque si algo define al ser humano es su vocación al otro. En un mundo que ofrece mil formas de evasión, volver al otro es un acto radical. Es decirle no al cinismo y sí al cuidado. Es interrumpir la
indiferencia con atención, el aislamiento con presencia. la tristeza con compañía. Porque si algo define al ser humano, es su vocación, al encuentro.
Para finalizar el Congreso mexicano ha vuelto a ofrecer un espectáculo lamentable. Alejandro Alito Moreno y Gerardo Fernández Noroña se enfrascarnos en una pelea verbal que pareció más propia de un ring de lucha libre que del recinto legislativo. No hubo debate de ideas ni propuestas de solución. Solo gritos, sombrerazos y corajes.
Lo más preocupante es que ya no sorprende. La política mexicana se ha convertido en un berrinche constante y hemos aprendido a normalizarlo.
Las cifras lo confirman: solo tres de cada diez mexicanos confían en los partidos políticos. Más del 80% considera que la corrupción es la norma, ¿por qué lo aceptamos?
Porque vivimos rodeados de violencia. Con decenas de homicidios diarios, desapariciones que marcan a miles de familias y un sistema de justicia colapsado. Los insultos a diario entre políticos parecen inocuos. Esa anestesia social es lo que sostiene el espectáculo.
Y el sistema político lo recompensa. La política nacional oscila entre la apatía y el espectáculo. En la apatía, nadie escucha en el espectáculo, todos aplauden, aunque nada cambia. Ese vaivén vacío de contenido a la democracia. Este no es un fenómeno exclusivo de México. El berrinche tiene consecuencias: erosiona instituciones, afecta economías y vulnera derechos.
Cada enfrentamiento en el Congreso erosiona un poco más la confianza ciudadana en la política como herramienta de solución. El berrinche funciona como cortina de humo: desvía la atención de lo urgente hacia lo irrelevante. Y una ciudadanía cansada, resignada, lo permite porque ha dejado de creer en el cambio. Pero esa resignación es peligrosa. |
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