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XALAPA.- Sobrevivientes de Las Granjas, una de las colonias más golpeadas por la repentina crecida del río Cazones, que la madrugada del viernes 10 de octubre desbordó con furia en Poza Rica, señalaron que varias casas fueron arrancadas desde sus cimientos. El nivel del agua alcanzó casi nueve metros en las zonas más bajas, afirmaron. La corriente arrasó viviendas, vehículos y vidas en cuestión de minutos. La oscuridad, la lluvia y la confusión impidieron a muchas familias reaccionar a tiempo. Algunos lograron huir con lo puesto; otros no sobrevivieron. En Las Granjas parte alta, donde había más de 150 viviendas, hoy sólo quedan escombros. Pedazos de concreto sobresalen entre el lodazal. Árboles caídos, ramas, basura y autos volcados forman un paisaje desolador. Las calles Pozo 174 y Manuel Capetillo, por citar algunas, ya no se parecen a lo que eran: el agua bajó, pero dejó un silencio espeso y ruinas. Vecinos de la colonia Morelos y de Las Granjas regresaron al amanecer para ver lo que quedó de sus hogares. Encontraron techos colapsados, colchones cubiertos de lodo y paredes agrietadas. También constataron la ausencia de autoridades. La ayuda llegó, pero no del gobierno, sino de otras familias solidarias de Poza Rica y municipios cercanos. “Pasamos dos noches sentados. No tenemos ni dónde acostarnos”, cuenta una mujer mientras muestra lo que antes era su sala. Hay desaparecidos, muertos y un dolor que se repite en cada testimonio. “Mi casa fue tapada, me reventó ventanas, las puertas están tiradas, mi carro apareció en el patio de la vecina. Es pérdida total”, afirmó Ángel Salvador Leiva, vecino de Las Granjas. “Lo principal es que tenemos vida. Con la bendición de Dios vamos a salir adelante”, sostuvo. Hasta el sábado 11 de octubre por la tarde no había cifras oficiales sobre personas fallecidas. De animales, los vecinos estiman que son cientos. Dos casas de madera con techos de zinc fueron arrasadas por completo. “No quedó nada. A la vecina sólo le quedó la caja de su camioneta”, dice Leiva. Los damnificados coinciden: no ha llegado ayuda gubernamental. “Sólo unos policías vinieron a ver si había difuntos, pero no para apoyar”, lamentó Leiva. En contraste, jóvenes y familias organizadas han llevado comida, agua, ropa y medicamentos. “Gracias a la gente que ha venido a dejarnos café y comida, porque del gobierno no hemos recibido nada”, asegura otro afectado. La mayoría se refugia en casas de familiares o en albergues improvisados. Regresan cada día entre el lodo para rescatar lo poco que quedó y evitar robos. “Se están rapiñando todo. Nosotros no sacamos nada, y lo poquito que queda se lo están llevando”, denunció otro vecino. El sentimiento común es de abandono. Algunos recuerdan el desastre de 1999 y repiten resignados: “Veintiséis años después, vuelve a pasar. Pero ya sabemos que cuando el río crece, lo primero es salir vivos”, dicen mientras observan la destrucción que dejó el caudal del Cazones.
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