Por Edgar Hernández*
El pueblo sigue dormido.
No bastó la muerte súbita del PRI tras casi un siglo en el poder, tampoco el fracaso presidencial del PAN, ni las corruptelas inacabadas de Morena, la nación sigue inmóvil.
Está paralizada y ninguno de sus órganos vitales funciona.
Sigue presente en el imaginario colectivo el arribo, a cada sexenio, de la esperanza, una esperanza convertida en amargura, en un deseo incumplido de justicia que data desde que la Revolución se bajó del caballo, del ahora sí nos toca.
De la urgencia de cambio, un cambio real que, en efecto, un día finalmente sí llegaría con el arribo de un viejo priista, Andrés Manuel López Obrador, enarbolando la bandera del cambio… pero en reversa.
Mientras el pueblo dormido.
Con desgano observó que ni hubo cambio, ni disminuyó la pobreza y sí se perfeccionó el saqueo de las arcas, el tráfico del dinero sucio y el reparto del poder entre los más imbéciles, pero leales a esa causa.
¡Que sea lo que Dios quiera! sería el recurso ad perpetuam del desposeído que apela a la tan esperanzadora como inexistente máquina del tiempo que, ahora si traería el cambio en favor de los más de cien millones de mexicanos inconformes con el legado del Mesías
Hoy infortunadamente el pueblo bueno de hinojos observa cómo la república se desangra, cómo sus mujeres son violentadas, como sus jóvenes se pasan a las filas de los Cartes, como los ríos de sangre, violencia y muerte corren por las calles.
Solo observa porque no hace nada.
Se aferra de manera indolente a un escenario de fantasía, de mentiras de un cinismo sin límites vía “Las Mañaneras”, desde donde se suceden las más increíbles justificaciones oficiales.
El pueblo está dormido y no reacciona; el valemadrismo se muestra lo mismo en jóvenes que en viejos, en impreparados y desposeídos que intelectuales abrazados a las nóminas oficiales y el empresariado en buena medida a contratos espurios.
No hay quien nos despierte del letargo, tampoco quien nos diga: ¡Hey, nos están saqueando!
Con la 4T y sus nuevos mecanismos legaloides que someten al ejecutivo los poderes legislativo y judicial abren paso a la delincuencia institucionalizada, al enriquecimiento de compadres y amigos, a la entrega de parcelas de poder para los Carteles.
Vivimos en el México del no pasa nada hasta que pasa.
Por más que la prensa ponga el grito en el más allá, que los partidos políticos opositores se quejen, que los representantes populares en el Congreso de la Unión presentaron iniciativas para acabar con el cáncer de los depredadores del gobierno, nomas no pasa nada.
Para sus leales gubernaturas y embajadas, nuevos cargos y negocios para el enemigo justicia a secas.
Mientras el pueblo dormido.
Ello a pesar de que cíclicamente van y vienen los tiempos de renovación gubernamental vía elecciones.
Ello a pesar de que como garbanzos de a libra asoman prospectos como Xóchitl Gálvez, Donaldo Colosio y Enrique de la Madrid a nivel nacional y Pepe Yunes a nivel local, todos ellos confiables representantes del cambio, de la esperanza.
El arrastre de la candidata presidencial opositora en 2024 fue imponente, mientras a nivel local, el veracruzano a su pasó con el apoyo de cientos de cientos de miles que creían en su causa, que creían devotamente en su honestidad, que traería la esperanza del cambio.
La realidad en ese momento indicaba que Claudia Sheinbaum era la perdedora, los algoritmos y compra de voto, sin embargo, dijeron lo contrario, a grado tal que la morena resultaría la candidata presidencial más votada de la historia.
El pueblo se mostró incrédulo, pero no movió un dedo para echar abajo la trampa.
En tanto, en Veracruz en donde Pepe Yunes tenía todo a su favor es aplastado por una desconocida fuereña de pésimos antecedentes, Rocío Nahle, con 32 puntos de ventaja. Superó los dos millones de votos cuando el promedio con Cuitláhuac fue de 1.5 millones de sufragios.
La rección en lo inmediato ese 2 de junio, tanto de Xóchitl como de Pepe fue proclamarse como ganadores al cierre de casillas.
Sin embargo, algo pasó.
No habían pasado dos horas tras el cierre de la jornada comicial cuando la exponente de la coalición PAN-PRI-PRD se declaraba derrotada y en igual sentido Pepe Yunes.
Todo mundo guardó silencio, mientras el pueblo dormido, abrazado al ¡qué le vamos a hacer!
Nadie, absolutamente nadie, osó levantar la voz para gritar el fraude, para reclamar ante los millones que se volcaron en su favor el reconocimiento de su triunfo.
Los mismos aspirantes se resguardaron en sus casas tratando de explicarse a sí mismos ante un espejo la burleta electoral que habían sido objeto.
El caso de Pepe Yunes fue brutal.
En el segundo debate la aspirante Morena le restregó en su cara que le ganaría por 35 puntos de ventaja ni se inmutó, menos se preguntó ¿por qué sabía del dato de manera tan precisa?
Y lo más grave.
¿Por qué si Pepe lo escuchó de viva voz, no formó un ejército ciudadano de vigilantes de las 10 mil casillas? ¿Por qué no paró en seco su estrategia de campaña y se enfocó en evitar el inminente robo a pie de casilla, en las casas de resguardo y en el INE/OPLE?
El silencio y ocultarse fueron los caminos de los aspirantes, mientras el pueblo dormido, con el convencimiento de que “donde come uno comen dos” y siempre fieles a la patrona guadalupana.
Todo queda pues en leyenda urbana eso del México bronco.
Hoy los morenos pueden acometer, de hecho lo acometen, las más deleznables pillerías; pueden aliarse con los peores criminales; llevar al poder a más pendejo de los pendejos, y no pasa nada.
El pueblo está dormido, el México bronco es solo un mito.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo
|
|