Por: Bernardo Bellizzia Guzmán.
Cuenta la leyenda que en un lugar rodeado por playa, lleno de vida, donde todo lo había y todo se tenía, hubo una vez un personaje de poco porte, atarantado, que divagaba constantemente, que soñaba ser alguien de grande, aunque nunca tuvo la claridad de qué y cómo, pero eso sí, con bastante estrella y esa estrella lo llevó a encumbrarse como el nuevo márquez de toda la región, su nombre Crisantemo de la Veracruz y López.
Desde niño, Crisantemo tuvo un espíritu combatiente, peleaba en las calles junto a otros rebeldes sus derechos a la libertad, a los buenos gobiernos, exigía honestidad, cero corrupción, libertad de expresión, pero sobre todo una vida digna para los que menos tenían, situación que olvidó una vez que llegó al poder, le pasó lo que a todos los impreparados viven, es decir, ENLOQUECEN. Su arribo a lo más alto del poder real, fue guiado y apadrinado por un personaje oscuro, gris, encantador de serpientes, mentiroso, pero muy hábil para vender sus ideas, su proyecto con el pueblo bueno y sabio que lo seguía por y a donde fuera, su nombre, Don Honesto Cacareaga y Tabasco, que a la postre llegó a ser el Virrey de toda la Nueva Tierra Santa, ambos personajes gobernarían cada uno en sus tierras.
Hasta que de pronto algo empezó a andar mal. A Don Honesto lo empezaron a despreciar, el mismo pueblo bueno que lo eligió, que dío su confianza, y a Crisantemo de igual forma, la gente lo odiaba, lo repudiaba, lo detestaba por sus excesos, su falta de apoyo para los necesitados, sus poses de diva, su falta de resultados y el estar rodeado de personajes que lejos de ayudarlo a gobernar lo traicionaban, lo desacreditaban y lo ponían en mal con todos, le llevó a perder todo lo que en un principio -sin merecimiento- tuvo, la confianza del pueblo.
Así pues, Don Honesto desesperado repartía culpas por todos lados, dividía a todo el Virreinato, sembraría odio entre la población, la idea era sencilla, mientras más división más margen de maniobra tendría para seguir cometiendo errores sin que el pueblo se diera cuenta, ellos estaban entretenido en todas estas historias que YO
les cuento. Y aunque usted no lo crea, casi le funcionó, casi lo logró, Don Honesto por un tiempo triunfó con su afán. No así, su lacayo fiel y protegido Crisantemo, que a pesar de imitar lo que su amo hacia y decía, nadie le creía, es más, todos se reían de él por lo absurdo, burdo e incoherente de sus acciones.
De esa manera continuaron gobernando a sus pueblos, pero la gente se hartó, se fastidió, de tantas mentiras, pobreza, ruina, delincuencia, promesas y terminó echándolos de sus reinos para siempre, con la promesa de que nunca más dejarían engañarse por charlatanes que solo ven al pueblo como un conducto para llegar y apropiarse de todo, viendo solo intereses, no los pueblo, ellos le llamaron el engaño y la decepción de un populismo rampero. Y así lejos de sus tierras, exiliados, terminaron sus vidas Don Honesto y Crisantemo.
Algunos quedarón sorprendidos, otros enriquecidos, y los más, solo alcanzaron a expresar: se llevaron todo lo que pudieron, por fortuna, no pudieron con todo.
Síganme para más historias. PD. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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