Hoy me referiré nuevamente a mi terruño original, a ese espacio mágico donde la naturaleza se expresa con magnificencia entre cafetales, plantaciones de caña de azúcar y vegetales de diversa índole, donde personas laboriosas se caracterizan por ser buenos anfitriones y donde en el 2015 fue visitado por un contingente de docentes de la BENV, para conmemorar a plenitud más de medio siglo de haber egresado del colegio rebsameniano de Xalapa. Me contaron que antes de que yo naciera, ese Huatusco de antología -en tiempos de buena cosecha de café – se vestía de gala y en los recintos del Club de Leones o de El Elefante se efectuaban grandiosos saraos, donde los hombres y las mujeres utilizaban sus mejores prendas (blanco y negro) para ejecutar sus rutinas dancísticas, en noches románticas con luna y perfumadas por las emanaciones de la floresta circundante. Por esos ayeres también eran muy comunes las serenatas con el acompañamiento de extraordinarios músicos y versátiles cantantes.
Recuerdo que mi padre tenía muy presente cuando Panchín Rebolledo y los hermanos Páez entonaron melodías singulares, recorriendo diversos domicilios de agraciadas damas y trasladándose en un vehículo de redilas, con todo y piano, contrabajo y demás arreos instrumentales, para beneplácito de los galanes involucrados. Pero si bien lo anterior aconteció en las postrimerías de la década de los 30 y en buena parte de los 40, yo sí me acuerdo de sucesos desarrollados durante el “parteaguas” del siglo XX, pues durante el período de los años cincuenta cursaba mis estudios primarios en el plantel “Adolfo Ruiz Cortines” y fui testigo, en 1955, de esas fastuosas Bodas de Diamante de Huatusco, en razón de cumplirse 75 años de ser Ciudad. En tal ocasión llegaron al terruño muchos visitantes, retornaron paisanos de múltiples destinos y merced a la intervención del genial caricaturista Ernesto García Cabral estuvieron en estos lares jarochos varias personalidades como Pedro Vargas, Agustín Lara, Rafael Freyre, Manuel Horta, Manolo Arruza, Mario Moreno “Cantinflas” y varias luminarias más. Fueron días significativos para el antiguo Señorío de Cuautochco, mismo que se proyectó a plenitud.
Como adolescente y como joven rememoro al terreno de mis afectos, en razón de los inolvidables “días de campo” por La Ventura, Pajaritos, Poza de Citlacuatla, Tenejapa y la ex – hacienda La Cuchilla, donde unos sencillos tacos y unos pambazos con frijoles eran bien apreciados y digeridos, en el marco ritual de esas bellezas ecológicas que circundan a la localidad de las chicatanas. Asimismo, por esos años cincuentas y sesentas fueron memorables para varios de nosotros los cotejos basquetbolísticos entre las escuadras de Coscomatepec y Huatusco, donde materialmente los jugadores de ambas localidades ofrecíamos el mejor esfuerzo para salir airosos o sufrir el descalabro con dignidad. Por cierto hace unos años saludé a mi amigo y colega de profesión Domingo Hernández, también paisano, el cual me solicitó comentara sobre un encuentro de baloncesto celebrado en esos años juveniles (1962) en la cancha de la Escuela “Juana de Asbaje”, toda vez que en esa singular ocasión nuestro
equipo (los Halcones) participamos todo el tiempo con cuatro integrantes y nos enfrentamos a la quinteta invicta del campeonato municipal. Sin hacer más aspavientos les expreso a los lectores que en esa noche de lluvia pertinaz, ese cuarteto hizo la hazaña y se impuso por escaso margen al equipo que después fue el campeón del torneo.
Ya en el terreno de las añoranzas y de las anécdotas cómo no acordarme de esos ascensos al Cerro de Guadalupe los días 12 de diciembre y en esas madrugadas del 11, en las vísperas, en medio de faroles, velas y marmotas. Algunos viandantes devotos intervenían en razón de la fe y varios muchachos cubríamos la jornada para dialogar con la amiga o novia durante el trayecto. Sobre el particular viene a mi mente una anécdota: en una ocasión íbamos subiendo esa pendiente cinco o seis jóvenes en una madrugada fría y oscura, con la salvedad de que carecíamos de lámparas, velas o veladoras. Caminábamos a tontas y a locas, a veces trastabillando y cayendo, influidos probablemente por ciertas bebidas de la famosa Güera Hüber. De manera afortunada, a lo lejos nos percatamos de una caravana “iluminada” de feligreses que ascendían por otro sendero. Así que cambiamos de dirección y llegamos cansados, enlodados y golpeados a nuestro destino.
Por esos años mágicos de los 50 y 60 del siglo XX, en esa “ciudad niebla” de Chicuéllar y de García Cabral, escondida en la sierra y rodeada de vegetación, en los períodos otoñales o invernales varios inquietos adolescentes y jóvenes nos lanzábamos febrilmente a la aventura de leer cuentos y textos accesibles e interesantes. En mi caso, puedo expresarles que pasaron ante mis ojos aportaciones literarias de buena factura como Robinson Crusoe, Miguel Strogoff, El corsario negro, Ricardo Corazón de León, La cabaña del tío Tom, De la Tierra a la Luna, La isla del Tesoro, La Odisea, Los tres mosqueteros, Narraciones extraordinarias, Robin Hood, El último mohicano, Los Pardaillán, La Ilíada, Las Minas del Rey Salomón, 20,000 leguas de viaje submarino, Un capitán de 15 años, El prisionero de Zenda y otras obras que escapan hoy a mi endeble retentiva. De algo estoy seguro, de tales esfuerzos físico-intelectuales aprendí poco, pero mejoré mi ortografía y un tanto mi expresión oral y escrita.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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