De Veracruz al mundo
2019-06-22 / 10:36:15
La guerra: contra el desorden, los abusos y la crueldad Alfredo Poblete Dolores
Es innegable que los mandatarios, de los últimos seis sexenios, provocaron devastación y dejaron al país ensangrentado y en ruinas. Para reconstruirlo se tendrá que invertir mucho talento, dedicación, principios y valores. Aunque la finalidad no es echar culpas a los pasados gobernantes, resulta indispensable que se deslinden responsabilidades. Además, es imperativo hacer un diagnóstico de la situación actual del país. La palabra lo indica, diagnosis: es la descripción detallada del momento que se vive. Para ello se requiere hacer un sondeo de la realidad actual. Saber qué y quién provocó lo que estamos viviendo. Reflexionar sobre lo que debemos cambiar, suprimir o modificar y esa toma de conciencia es necesaria para saber qué es lo que debemos reformar y fortalecer para llegar a donde queremos llegar.



El desorden fue provocado —en gran parte— por la impunidad. En la sociedad mexicana la ley estuvo ausente. Los robos y saqueos que los gobernantes cometieron fueron soslayados por las autoridades que estaban obligadas a ejercer sus atribuciones judiciales. Estamos en un país que se distingue por tener un amplio catálogo de leyes y normatividades aplicables en cualquier esfera de la vida nacional. El gran problema es que la inmensa mayoría de los preceptos no se acatan y las legislaciones punitivas no se aplican. En otras palabras nos hemos desenvuelto en un estado anómico. Anomia significa literalmente: ausencia de norma o de ley. La RAE define ese concepto como un “conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación.” La concepción del vocablo nace en la sociología y se refiere fundamentalmente a que la ausencia o perversión de normas –morales, éticas o jurídicas- se debe fundamentalmente al debilitamiento de las instituciones. Familia, escuela, trabajo, iglesia, partidos políticos y otros institutos sociales se deterioraron en grado sumo. El estado mexicano debe —hasta donde sus atribuciones le permitan— reconstruir y dignificar las funciones y dinámica de todos esos organismos y colectividades fundacionales.



Sin la aplicación de la ley los ladrones —disfrazados de políticos— engulleron los recursos públicos. Los abusivos alardeaban públicamente de sus fechorías. Decían en voz alta en los restaurantes: “No, no robamos mucho, nos robamos todo.” No exagero, ese era el grado de cinismo que presumían los colaboradores cercanos del ex gobernador Javier Duarte cuando hablaban, con sus interlocutores, en los comederos de la capital veracruzana. Peña Nieto y su mujer; Fox, su mujer e hijastros son otros ejemplos de ladrones sin llenadera. Esos son otros casos de la descomposición institucional del país. Atrás de la desfachatez, la mentira y los delitos —de la bola de bandidos— se atisba un tipo especial de codicia. Esa voracidad extrema se conoce como angurria y no es privativa de esos sinvergüenzas. El mexiquense, el guanajuatense y el veracruzano con sus respectivas parejas y familiares fueron insaciables para agenciarse comodidades personales. En medio de la crisis financiera y desequilibrio económico del país adquirieron con dineros públicos: propiedades en suelo nacional y en el extranjero, ropa, viajes, abultadas cuentas bancarias, etcétera.



En el ambiente social flotan otras miserias humanas. Es perturbador enterarse de personas como “los monstruos de Ecatepec”. Esa pareja de asesinos seriales que el año pasado fueron apresados después de haber cometido una veintena de homicidios y confesar que cometieron canibalismo con muchas de sus víctimas. Resultó escalofriante escuchar como llevaron a cabo



sus atrocidades sin que aflorara —durante sus relatorías— el más ligero sentimiento de culpa o arrepentimiento. La ausencia del padre, los abusos sexuales de la madre y otros hechos traumáticos entorpecieron el desarrollo emocional del integrante masculino de esa pareja.



En el ámbito de la política nacional también encontramos engendros sociales similares a la pareja de Ecatepec. Los llamaría “monstruos neoliberales”. No exagero, hagamos un recuento de las más notables y emblemáticas atrocidades cometidas por los gobernantes de los últimos tiempos. Robarse el dinero para pagar las medicinas destinadas a la clase más desprotegida de veracruzanos —que se replicó en otros estados del país— y desentenderse de los estragos en la salud de niños con cáncer e ignorar que gracias a sus robos muchos de ellos fallecieron. Javier Duarte, su mujer, sus secretarios de finanzas y un sinfín de sombríos personajes de los últimos sexenios —que tampoco han mostrado señales de arrepentimiento o sentimientos de culpa— nos confirman que poseen morbilidades del alma. La diferencia entre la pareja de asesinos seriales y los políticos neoliberales es que unos trabajaban como “pepenadores” y no pudieron cursar más allá de los estudios elementales y los encumbrados funcionarios estudiaron en escuelas de paga y en el extranjero, usan ropajes de marca y comen —hasta la fecha— variados platillos gourmet. Lo que los une —sin temor a equivocarme— es una infancia torcida, sombría, infestada de abusos, indiferencia o frialdad y una vida adulta carente de integridad, ética o limites morales. Unos asesinaban con violencia y crueldad y los otros no derrababan sangre en sus exterminios. Ambos causaron mucho dolor, sufrimiento y penurias.



Hacerse tarugo ante tragedias como la de Pasta de Conchos y no mover un dedo para rescatar a los 65 cadáveres ahí sepultados; no reaccionar humanamente ante la tragedia del incendio de la “guardería” ABC en donde murieron calcinados 49 niños y no aplicar la ley a los responsables del siniestro o no investigar la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa es verdaderamente trágico y describe la malsana personalidad de los últimos ex presidentes y sus parentelas.



Descuartizar a un enemigo de un cártel rival o cortar una oreja o dedo a un secuestrado, nos habla de crueldad extrema y —esa exagerada ferocidad— se llama sevicia. Las peroratas y disimulos —de los tres expresidentes y del exgobernador— ante las tragedias nacionales nos lleva a pensar que esos personajes tienen muertos los sentimientos de compasión, piedad y misericordia. Sus comportamientos delatan torceduras del alma. Al no aplicar la justicia —como era su obligación— infligieron torturas emocionales a los deudos de los mineros, niños y jóvenes muertos colectivamente. Al no emplear la ley, los “monstruos neoliberales”, atormentaron con sevicia a los familiares y allegados de las víctimas.



La guerra contra la anomia, angurria y sevicia debe ser sin cuartel. El civismo y la ética como materias escolares deben regresar a las aulas. La cartilla moral —o como se llame en el futuro— debe ser distribuida entre maestros y padres de familia. Y para que las lecciones cívicas, morales o normativas —tengan mayor posibilidad de éxito— las sanciones o penas condenatorias a los “monstruos neoliberales” deben aplicarse sin distingos de ningún tipo. Reconstruir el alma nacional no será fácil. La tarea de educar debe ser paciente y perseverante. La lucha contra la impunidad debe ser ejemplar, severa y permanente. Ojalá los efectos de las renovadas políticas educativas y judiciales las veamos próximamente.



alfredopoblete@hotmail.com

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