En 2000, Fox decía: “En México, el norte trabaja, el centro piensa y el sur descansa.” Para algunos sureños esa fue una frase ofensiva. Descansar tiene sinónimos que significan flojera o haraganería y otras acepciones relacionadas con el ocio y la pereza. No obstante lo anterior, “bautizaron” —como Vicente Fox Quezada— el bulevar, de Boca del Río, Veracruz. Y, en 2007, le edificaron una estatua en esa misma avenida. Es torpe y deleznable construirle una representación a la ineptitud, ignorancia y corrupción.
Enrique Peña Nieto —en septiembre de 2014— con respecto a la corrupción, declaraba que: “Para hacerle frente tenemos que partir de reconocer esta debilidad y entonces a partir del fortalecimiento de instituciones que permitan combatir prácticas de corrupción, que permitan definir políticas que sirvan o que inhiban eventuales prácticas de corrupción, será como estemos avanzando realmente en la formación de una nueva cultura ética entre la sociedad mexicana.” Entiendo el enredado diagnostico que Peña Nieto hizo del país. Sus premisas fueron las siguientes: volteaba a un lado y veía a Rosario Robles, volteaba al otro lado y se topaba con la cara de Luís Videgaray, frente a él se encontraba Murillo Karam, Ruíz Esparza, Osorio Chong, a sus espaldas, Ochoa Reza, Aurelio Nuño o Lozoya Austin. En suma, sinvergüenzas y corruptos al frente de las instituciones.
La clase política del país no tan sólo arrasó con las finanzas y riquezas del país. Ellos, con sus injurias, insultos y menosprecios, pretendieron acabar con la estima y orgullo de los mexicanos. Los expresidentes no tan sólo nos espetaban frases desatinadas u ofensivas. No, sus expresiones iban acompañadas con el abandono a rubros sensibles de la vida nacional o al ninguneo de los logros de connacionales destacados. Sólo basta recordar que en 2013 Elena Poniatowska ganó el premio Cervantes —considerado el más importante de las letras hispánicas— y ningún funcionario del gobierno federal fue a España para acompañarla a recibir ese reconocimiento y Peña Nieto ni siquiera la felicitó.
Hace algunos años publiqué unas notas intituladas: “Crisis en la familia”. En esos apuntes escribí: “en la mitología griega Pigmalión, rey de Chipre, además de sacerdote fue un magnificó escultor. Buscó —sin encontrar— una esposa cuya perfección y belleza se acerará a la mujer ideal (…) Esculpió la efigie de Galatea, tan perfecta y tan hermosa que se enamoró de ella. Una noche soñó que la estatua cobraba vida. Su sueño fue tan real y su deseo tan intenso, al grado tal, que cuando despertó en lugar de la estatua se hallaba Afrodita, que le dijo: "Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal". De esa forma la estatua de Galatea se transformó en una bella mujer. A ese mito se le conoce como el “efecto Pigmalión.” En la literatura universal, teatro y cine se pueden encontrar ejemplos de profecías que se auto realizan.
Del mito, la obra literaria y espectáculos masivos —“el efecto Pigmalión”— pasó al ámbito de la ciencia. En ese terreno se le conoce como: la profecía autorealizada y es definida como: “un pronóstico o vaticinio que al principio parte de una definición ‘falsa’; en ese nuevo contexto despierta comportamientos diferentes provocando que la falsa concepción de la situación se vuelva verdadera." Para corroborar lo anterior, un grupo de especialistas en motivación humana, realizaron un estudio sobre el tema. Aplicaron pruebas de capacidades a alumnos del segundo al quinto grado de una escuela primaria. Una vez calificadas las pruebas se les comunicó a los profesores que la mitad de estudiantes —elegidos al azar— de cada grupo eran muy brillantes. Ésa es la premisa “falsa.” De la otra mitad de alumnos de cada grupo se dieron resultados reales. A partir de ese momento y durante todo el período lectivo, la premisa falsa empezó a actuar. Los maestros se manifestaron más interesados en los alumnos “brillantes,” les dedicaron más tiempo, los motivaron e involucraron más decididamente en las tareas y obligaciones escolares. Confiaron “ciegamente” en ellos. Los corolarios de esa investigación demostraron que los alumnos que se habían considerado —de manera aleatoria— más hábiles, capacitados o dotados obtuvieron un progreso mayor al final del curso. Como conclusión: al considerar los profesores más inteligentes a ciertos estudiantes y tratarlos como tales, éstos respondieron a las expectativas de sus mentores tendiendo a destacar y a rendir académicamente de mejor manera. Las lecciones del “efecto Pigmalión” o de “la profecía autorealizada” se pueden aplicar no tan sólo en la familia y la escuela también en todo México.
El discurso, la decisión y la actuación política —entre otras muchas cosas— están cambiando en el país. En lugar de decir que la corrupción está arraigada en nuestro modo de vida y nuestras costumbres y no mover un dedo para abatirla. Ahora se convoca a la ciudadanía y al pueblo a denunciar las corruptelas y vicios de ese tipo y a comportarse de manera ética. Se escuchan llamados a extirpar la podredumbre desde la cúspide del gobierno federal hasta el último funcionario público. Se modificó la constitución para considerar como delito grave —sin derecho a fianza— las raterías de los políticos y empresarios. Algunos miembros de esas élites están siendo procesados, otros andan amparados, unos más huyendo. Quedó atrás el vacuo discurso y, por decisión política, se aplica la ley.
Otro vuelco en el discurso. Los sureños ya no son catalogados como flojos o indolentes. Ahora son considerados como de los más trabajadores del planeta y reconocidos como constructores de grandes obras. Mitla y Monte Albán lo atestiguan. Los zapotecos, mixtecos, triquis o mixes de Oaxaca son señalados —con justa razón— como los poseedores de una de las culturas más ricas del mundo. Además, ellos construyen y pavimentan —con motivación y alegría— los caminos y carreteras —olvidados por siglos— que conducen a sus pueblos y caseríos. La confianza está depositada en las potencialidades, conocimientos y habilidades de los pueblos y comunidades del sur del país. Se confía en el joven, en el microempresario, el maestro, el campesino, el indígena, etcétera. Algo nunca visto.
Fox y Peña, con sus infamias, atentaron contra el espíritu nacional; descalificaron, calumniaron y marginaron a los mexicanos de a pie. Nunca se dieron cuenta —por ignorancia y clasismo— que podían moldear a las nuevas generaciones de connacionales. Ahora, con sapiencia, se intenta restaurar la dignidad y el orgullo nacional; en el nuevo régimen existe el convencimiento que —con tiento y dedicación— se pueden formar las nuevas pléyades de intelectuales, artistas, científicos o la vanguardia de profesionales, técnicos, deportistas y estudiantes de alta ralea y que ellos pondrán sus talentos al servicio de la patria. Seguro estoy que los obreros, empleados, campesinos e indígenas querrán participar en el rescate nacional.
Quise plasmar —en el último párrafo de ésta nota— vaticinios y predicciones que se pueden aplicar y desarrollar con la intención de reconstruir el alma nacional y formar a mexicanos comprometidos con México. Es, en otras palabras, una profecía que podemos realizar.
alfredopoblete@hotmail.com
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