Carlos A. Luna Escudero
Como pozarricense, me duele profundamente lo que está pasando en mi ciudad.
Me duele verla hundida, partida en dos por el RÍO Cazones y la indolencia del poder.
Pero más que dolor, lo que me atraviesa es rabia, impotencia e indignación.
Porque esta tragedia no fue un accidente de la naturaleza: fue una tragedia anunciada, provocada por la negligencia, la corrupción y la soberbia de quienes gobiernan Poza Rica y Veracruz.
Un desastre escrito con anticipación
El Atlas de Riesgos 2023 fue una advertencia que hoy se lee como profecía cumplida.
Ahí se señalaba —con precisión técnica y fría claridad— que Poza Rica estaba en riesgo extremo de inundaciones.
Más de 70 colonias estaban marcadas en rojo.
El documento recomendó la construcción urgente de un muro de contención en el margen derecho del RÍO Cazones, reforzar los puentes Cazones 1, Cazones 2 y La Quebradora, y desazolvar los arroyos para evitar el colapso.
Se pidió un presupuesto de 270 millones de pesos.
Los oficios fueron enviados.
Y el silencio oficial respondió.
Los técnicos hablaron.
El ayuntamiento ignoró.
Y el RÍO, tarde o temprano, vino a cobrar la factura.
El muro inconcluso y el saqueo institucional
El alcalde Fernando “El Pulpo” Remes anunció con orgullo la construcción del muro de contención.
Lo presentó como una muestra de “avance y compromiso”.
Pero el muro nunca se terminó.
Quedó incompleto, mal cimentado, con tramos abiertos justo donde debía resistir más.
Por ese hueco, por ese símbolo de la corrupción y la improvisación, entró el RÍO Cazones con toda su furia.
Arrasó casas, negocios, autos, animales, vidas.
Todo menos la impunidad.
En sesión de cabildo, el propio alcalde tuvo que admitir la falla.
Pero no pidió perdón.
No renunció.
No fue suspendido.
El hombre que debía proteger a Poza Rica la condenó con su omisión, y hoy sigue escondido detrás del poder, protegido por su partido y sus cómplices.
El Pulpo no es inepto, es corrupto.
Y cada gota de agua que cubrió la ciudad lleva su nombre.
La madrugada del desastre y la ineptitud criminal
El viernes 10 de octubre, Poza Rica amaneció bajo el agua.
Entre las 2:30 y las 4:10 de la madrugada, el nivel del RÍO Cazones subió más de tres metros y medio.
No hubo alertas.
No hubo sirenas del gobierno.
No hubo mensajes de Protección Civil.
La Protección Civil municipal y estatal —esas instituciones que deberían cuidar a la gente— no sirvieron para nada.
Su única “alerta” fueron publicaciones en Facebook, actualizadas en plena madrugada.
¿Quién se informa por redes sociales cuando duerme o cuando tiene que salir a trabajar a las cinco de la mañana?
Mientras tanto, la funcionaria municipal impuesta por el partido en el poder, en lugar de coordinar ayuda o acompañar a los damnificados, convertía la tragedia en escenario para selfies.
Camionetas de lujo, guantes blancos para saludar entre el lodo, y brigadas utilizadas para limpiar la calle de su propia familia, mientras miles de pozarricenses perdían todo.
Esa es la definición del nuevo poder: soberbia en medio del desastre.
Protegida por el Pulpo, guarda silencio para cubrir las tranzas del que la puso.
“Estamos tocando la alarma, mi amor” — el sonido que despertó a una ciudad
A las 5:00 de la mañana, cuando el agua ya había rebasado calles y viviendas, el silencio fue roto por un sonido metálico, urgente, inconfundible:
la sirena de PEMEX.
En medio de la oscuridad, aquel ruido fue la única señal de vida, la única alerta real.
Detrás del sonido estaba Jesús “Chuy” Escamilla, trabajador del complejo de Petróleos Mexicanos, quien —siguiendo protocolo y con autorización de sus superiores— activó el sistema de alarma de emergencia.
Su voz quedó grabada en un video que se volvió viral:
“Estamos tocando la alarma, mi amor”, dice, mientras las luces giran y el cielo se llena de eco.
Esa frase, sencilla y humana, despertó a cientos de familias que pudieron salir a tiempo, rescatar a sus hijos, salvar documentos, o simplemente correr por sus vidas.
En redes sociales lo llamaron héroe, y con razón.
Porque mientras las autoridades dormían, fue un trabajador quien tocó la sirena del pueblo.
Escamilla explicó después que no actuó solo ni fuera de orden:
“Somos un equipo los de Contra Incendios, y todos contribuimos para que esto se llevara a cabo. Yo no me mando solo.”
Su acción, coordinada con el ingeniero José Antonio Hernández del Valle, jefe administrativo del complejo, incluyó rescates, apoyo con vehículos y lanchas, y distribución de víveres en las zonas más afectadas.
En Poza Rica, la alarma de PEMEX salvó más vidas que todo el aparato de Protección Civil junto.
Y eso lo dice todo.
La ausencia del gobierno
Mientras el RÍO devoraba calles enteras, el ayuntamiento estaba desaparecido.
Las líneas de emergencia colapsaron, los funcionarios no respondían, y los primeros rescatistas fueron vecinos con cuerdas, camionetas y el corazón en las manos.
La gobernadora Rocío Nahle apareció horas después para decir que el RÍO se había “desbordado ligeramente”.
Y la presidenta Sheinbaum llegó días más tarde a prometer que “nadie quedará desamparado”.
Pero los pozarricenses ya lo estaban desde antes del primer aguacero:
sin obras, sin alertas, sin plan, sin autoridad.
El crimen de la omisión
Esta tragedia no fue natural.
Fue fabricada por el descuido, la codicia y la negligencia.
El Atlas de Riesgos lo advirtió.
Los técnicos lo dijeron.
Los ciudadanos lo suplicaron.
Y el gobierno —municipal, estatal y federal— no hizo nada.
Fernando “El Pulpo” Remes debe ser investigado penalmente.
También los titulares de Protección Civil, por omisión criminal.
Y los funcionarios que hoy intentan limpiar su imagen entre los damnificados con guantes nuevos y camionetas de lujo.
Poza Rica no se ahogó sola
Hoy Poza Rica es una herida abierta.
El agua bajó, pero el olor a podredumbre política permanece.
Las calles siguen cubiertas de lodo; las promesas, de hipocresía.
Los pozarricenses no piden víveres.
Piden justicia.
Piden que los responsables paguen por haberlos dejado solos.
El RÍO no miente
El RÍO Cazones se llevó todo: los muros falsos, las mentiras, las obras inconclusas, las fotos de campaña.
Pero dejó algo a cambio: la memoria del pueblo.
Porque esta no fue una tragedia natural, fue una traición institucional.
Poza Rica no se inundó: la hundieron la corrupción, la ineptitud y la arrogancia.
Y aunque el agua haya bajado,
la vergüenza sigue corriendo por sus calles.
Poza Rica no se inundó. La robaron.
Y los culpables siguen secos.
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