Cuando el ser humano está al final de su vida, reflexiona, revisa, analiza, trata de entender todo lo que bien o mal hizo, de esa introspección profunda, depende que pase tranquilo a mejor vida o muera atosigado por el remordimientos de pecados que a lo mejor no lo fueron tanto.
Un buen amigo se reunió conmigo, me platicó acerca del mayor pecado que había cometido el abuelo de su esposa, chismoso y receptivo como soy, atendí el problema grave de mi amigo, mejor expresado, del abuelo de su esposa y le escuché:
El moribundo abuelo está por cumplir 100 años, seguramente los cumplirá, pero en artículo mortis, deseaba descargar su conciencia respecto a las malas artes que había empleado en su centenario vivir. Por supuesto, mi afamado amigo escritor, se dio cuenta que tenía un buen tema para publicar, en compañía de su esposa, se apersonó en la casa del moribundo y centenario abuelo, convencido que el chisme seria mayúsculo, buen tema para ser publicado bajo el manto protector del amarillismo.
Ante el tálamo sufriente del moribundo, la esposa de mi amigo enfrentó la disyuntiva de atender la declaración de un pariente viejo o respetar la declaración de un moribundo con la humana natural inquietud de escuchar la declaración final de un ser en etapa terminal.
El moribundo abuelo había sido durante su vida un enamorado, las mujeres bellas se le ofrecieron y cometió el grave pecado de fornicar y proliferar la especie irresponsablemente, la declaración del moribundo implicaba con seguridad, buena información respecto al evento de líos sucesorios, pleito por la raquítica herencia y sobre todo, conocer de los pecados del abuelo.
El abuelo de cien años está en la etapa final de su vida, se muere, por tanto, lo que declaró a su nieta preferida, tiene valor incuestionable, es la conocedora de las virtudes y defectos familiares, esperaba oír de su abuelo las consecuencias de las aventuras vividas. La reseña o confesión fue simple:
Mija, no acepto confesarme ante el sacerdote, porque no creo que sea el mediador para que yo camine al cielo, sin embargo, se tú el conducto para que nuestro señor Jesucristo me reciba en su seno, he pecado, te confieso que durante más de cincuenta años he escarbada la tierra para hacer ladrillos cocidos rojos, luché contra mis vecinos, para mí, hacer ladrillos era lo más importante, nunca pensé el daño que hacía a la tierra rascando la capa fértil, de vida.
El abuelo de cien años se muere, está arrepentido de haber matado la tierra fértil y declara que su mayor pecado, fue atentar contra el medio ambiente; al resto de los humanos nos queda entender este reclamo.
Nos matamos, nos estamos suicidando, atendamos el grito del abuelo. En articulo mortis, entiende que su pecado mayor ha sido dañar la tierra. alterar el medio ambiente. ¡AGUAS!
Noviembre 23 de 2019 lmwolf1932@gmail.com Luis Martínez Wolf |
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