Uriel Flores Aguayo
El debate público en nuestro país es superficial y algo ocioso. La polarización lleva a extremos de descalificaciones y nudos que hacen casi imposible la transparencia y las coincidencias. No hay diálogo o es escaso. Sin él predomina la intolerancia. Destaca la propaganda en el fondo y la forma de las posturas mutuas. Pierde la verdad. Sin información precisa hay simples acercamientos a los problemas: no se entienden y no se resuelven.
Hemos llegado a niveles alucinantes, de automatización irracional a la hora de apoyar o rechazar ciertas medidas e ideas. Ante la trampa de las ocurrencias y descalificaciones superlativas, es prácticamente imposible ser parte de alguna deliberación. Con muy poco se mueve e influye en sectores de la población, receptora de consignas; es el paraíso de charlatanes, vivales y demagogos. Sin mayor esfuerzo obtienen un respaldo popular de buen tamaño. Hay algo de orfandad cultural y ideológica en las porciones de la sociedad que acatan a críticamente las opiniones de ciertos líderes. Son tiempos de opacidad intelectual, de desprecio por los datos y las ideas. La nueva casta política reveló su esencia anti democrática; no respeta reglas y aplica métodos de odio contra sus adversarios.
El margen que queda para el diálogo y la argumentación es reducido pero existe realmente. Hay algo en los congresos, en los cabildos, en las universidades, en la prensa, en los foros culturales y en franjas de los partidos, entre otros espacios. Del tamaño que sea el ámbito plural y de sana convivencia hay que fortalecerlo e incrementarlo. Es curiosa la bizantina y arbitraria designación de supuestas posturas de liberales y conservadores. Son clasificaciones de hace más de un siglo que perdieron actualidad, tanta que no tiene ninguna repercusión en la sociedad. Se pudiera decir que los que llegan al poder se dedican a consolidar y defender el estatus quo, cuando su orientación no es democrática. Si su casi único interés es mantenerse en el poder, ya no son renovadores de nada. Hay una seria alteración de definiciones y conceptos a la hora de participar en la vida pública de parte de muchos actores políticos, sobre todo desde el poder. Se inventa un lenguaje propio que no corresponde a la realidad. Son claves sectarias. Se habla para los convencidos y seguidores, en autoconsumo. Son bases idiomáticas sumamente limitadas. Habrá que animar el debate público, y el diálogo, es la única forma de hacer civilización y sostener la construcción democrática de Mexico. No es tan difícil hacerlo si hay voluntad. Solo se requiere actitud y decoro. Hablar , decir las cosas , opinar , dar argumentos, respetar otras posturas, no descalificar , ser constructivos y celebrar el diálogo . Demostrar que esa es la ruta, la de hacer ciudadanía y democracia. Reiterar que contamos individualmente, que no somos masa amorfa y manipulable . Con verdades y razones se abrirá paso la renovación siempre .
Recadito: solo queda insistir en la intervención del Cabildo xalapeño ante los atropellos a Xalapa.
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