Después de la Segunda Guerra Mundial, el hombre (como especie) tuvo la imperiosa necesidad de repensar el mundo en que vivía. La amenaza de otra guerra que involucrara a los países más poderosos del planeta, podría significar una hecatombe mundial debido al poder alcanzado por el armamento nuclear. Esto produjo varios cambios en la mentalidad de las sociedades, incluso dentro de cada país.
En política y economía se habló de los países del Norte y del Sur. De los países del Este, del Oeste y del Tercer Mundo. Se señaló con insistencia los grandes bloques opuestos socialista y capitalista, y la carrera por el mayor poderío armamentista. Esto llevó a la Guerra Fría entre 1947 y 1991, cuyos símbolos fueron el Pacto de Varsovia, la OTAN, el Muro de Berlín, la crisis de los misiles cubanos y las escaramuzas permanentes entre ambos bloques.
Se le atribuye el término “Guerra Fría” al escritor británico George Orwel, quien predijo que el escenario era desalentador para un enfrentamiento abierto y frontal entre las grandes potencias. Con el desmoronamiento de la Unión Soviética, la disolución del Pacto de Varsovia y la independencia de las repúblicas soviéticas separatistas, la guerra fría llegó a su término. Nuevas políticas tomaron forma para interpretar y acondicionar los nuevos escenarios mundiales.
Hacia fines de los años cincuenta la juventud entra en una vorágine de rebeldía, desvalorización de las costumbres y liberación sexual en las mujeres, que se reflejó en la música, la televisión y las películas. Se pone de moda entre los intelectuales asumir una postura “comunista” y los grupos adoctrinadores invaden las universidades enarbolando el axioma de que el mundo inexorablemente, por un proceso histórico irreversible, deberá ser socialista. Era una nueva filosofía para interpretar el mundo.
Las siguientes dos décadas reflejan intensas transformaciones y cuestionamientos sociales sobre las formas tradicionales que, si bien ya existían desde muchas décadas anteriores, no se habían hecho populares ni habían desencadenado una verdadera revolución que algunos llamaron “crisis”, en el orden de los derechos civiles, movimientos feministas, contracultura y movimientos juveniles, mayor apertura sexual, grupos sociales y música de protesta.
Entre los noventa e inicio del siglo XXI aparecen los grupos ecologistas preocupados por el destino del planeta y la humanidad. Aparecen figuras que habrán de impactar el pensamiento colectivo, como Noam Chomsky, crítico del imperialismo estadounidense y de las desigualdades sociales; Foucault, analista de las relaciones de poder en que el conocimiento se utiliza para controlar a las personas; Slavoj Žižek, quien basado en las teorías de Lacan y Hegel, pretende comprender los fenómenos sociales contemporáneos.
Edgar Morin y la aventura intelectual del pensamiento complejo, desde donde evoca a la razón y el orden con la pasión y el libre juego de lo impredecible. Los científicos y grupos ecologistas luchan abiertamente contra la contaminación ambiental. Ante los avances de la ciencia, las personas luchan por la identidad humana frente a la cibernética y las biotecnologías que han modificado las ideas científicas para explicar el mundo y la propia “identidad humana”.
Las epístolas de Umberto Eco y Carlo María Martini en la confusión ciencia-Dios; pensadores como Judith Butler con su teoría de la “performatividad de género”, el feminismo y la subversión de la identidad; Hans Küng, controvertido teólogo del concilio católico y buscador de una ética mundial; Zygmun Bauman, autor del término “modernidad líquida” con el que describe la sociedad contemporánea inestable y su falta de estructuras sólidas; Bruno Latour explorando relaciones entre ciencia-tecnología-sociedad cargadas de valores y significados; Yuval Noah Harari, la evolución humana y las posibilidades presentes y futuras en las ideas, la ciencia y la tecnología.
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