En la década de los 90 había una gran disputa respecto a si la historia seguía siendo “moderna”, como lo ha sido desde el siglo XVII, o si esta modernidad se había agotado y tal vez entramos en otra etapa aun no bien definida que han llamado “posmodernidad”. La discusión versa sobre si nos encontramos o no en el fin de los estados inferiores de barbarie; si seguimos inmersos en lo mítico y esclavizados a la naturaleza, o si ahora, sin lazos atávicos, entramos ya en estadios superiores de civilización. Tal es el tema de esta complicada disputa. (Roa R. Armando, “Modernidad y posmodernidad”, Ed. Andrés Bello, Chile, 1995, pp.19-20).
El mismo autor comenta que para varios investigadores la modernidad ha terminado sin haber hecho más feliz a nadie, sin haber mejorado la conducta humana que se refleja en la violencia reinante en las ciudades, en el terrorismo, la corrupción política, el caótico relativismo ético (pp. 39-40). La modernidad inició con un espíritu de innovación de las tradiciones, el arte, el conocimiento científico. Impulsó a la razón a superar el dominio de las ideas religiosas y fomentó la introspección y la búsqueda de objetivos individuales. Desde el Renacimiento, la imprenta, los grandes pensadores y artistas, la reforma protestante, el descubrimiento de América, la revolución científica, la Revolución Francesa, la evolución a la sociedad industrial... donde tal vez Descartes y Marx fueron los pensadores más representativos en estos cambios.
El posmodernismo aparece alrededor de la década de los 70 como una crítica a la modernidad. Poco antes, poco después, no importa tanto como las condiciones alcanzadas hasta hoy. Se argumenta que el lenguaje moldea nuestro pensamiento y que éste crea, literalmente, la realidad. Es la época del desencanto. Se renuncia a las utopías y a la idea del progreso colectivo, y aunque la posmodernidad incluye distintas corrientes de pensamiento, todas comparten la idea de que el proyecto moderno fracasó.
El pensamiento de Michel Foucault, Jean Baudrillard, Jacques Derrida, Jean-François Lyotard, Zygmunt Bauman han sido representativos. Jürgen Habermas, filósofo alemán de gran influencia en la segunda mitad del siglo pasado, participa más bien en una crítica a la posmodernidad y su existencia real. Sin embargo, se le atribuye haber realizado aportaciones importantes a la teoría social crítica, la teoría de la ciencia, la teoría del lenguaje y el significado, y la teoría de la acción y la ética. Mantuvo, además, un célebre debate con Peter Sloterdijk sobre el concepto y contenido del humanismo.
Para el escéptico posmodernismo no existen verdades absolutas ni universales. Alienta el relativismo y la deconstrucción de ideas y valores, cuestionando la tradición y lo valores de la modernidad. Los años 70, 80 y 90 fueron décadas en que triunfó el capitalismo y la sociedad del bienestar. La caída del Muro de Berlín, la separación de las repúblicas soviéticas y la mercantilización de la información conllevó al apogeo de la sociedad del consumo. Entran en conflicto las nociones de “verdad” y “razón” consideradas construcciones conceptuales, y se extiende una actitud individualista y desinteresada respecto a lo social.
Reconoce que existen diferentes modos de saber, al afirmar que el saber no solamente es científico o filosófico. También existe el saber-vivir, el saber-hacer, el saber-oir o el saber-convivir. Así, la legitimidad de los saberes está en quiebra, pues se basan en los grandes metarrelatos impuestos por el poder. Toda visión de la realidad es socialmente construida y el lenguaje es la principal herramienta de la cual no podemos prescindir. Lenguaje y comunicación entremezclan la sociedad de hoy.
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