En esta década muchos de los lectores (o sus papás) comenzaron a trabajar. Yo comencé como maestro rural de primaria en el municipio de Aquila, Michoacán y luego recorrí Veracruz de sur y norte. Hice la Normal Superior en Ciudad Victoria, Tamaulipas y comencé mi primera maestría en CDMX, cuando ya trabajaba en la modalidad de escuelas secundarias generales. Para mí fue una década maravillosa.
Si los años 60 fueron símbolo de rebeldía, en los setenta se radicalizó. Además, fue un parteaguas en la historia política internacional por el derrocamiento de las dictaduras latinoamericanas y la continuación de las guerrillas. En México siguen su recorrido por las sierras de Guerrero y Michoacán los profesores normalistas Lucio Cabañas y Genaro Vásquez Rojas. Se desgasta el Milagro Mexicano, se devalúa el peso y comienza una terrible inflación.
Chile sufre el derrocamiento militar de Salvador Allende, sofoca el movimiento socialista e implanta un régimen militar de terror. México tiene anhelos de cambio, le prometen apertura pero sólo hay represión. Los precios del petróleo provocan una turbulencia económica y para resolverla se gestan las primeras acciones que habrían de derrumbar el Estado de Bienestar para dar los primeros pasos hacia el Neoliberalismo.
La cultura fue el canal por el que se pronunciaron las protestas ante la represión y las fuertes restricciones a la libertad de expresión no sólo en México, sino en muchas otras latitudes. Dice Enrique Rajchenberg (“Hablemos de los años 70”, Ríos de tinta, México, 2014) que «los setenta catalizaron la diversidad creativa, el intercambio y la comunicación intercultural, la aceptación de la influencia del otro, la vivencia comunitaria de la catarsis, la crítica más aguda, la recuperación de la idea del bien común, la colaboración y el heroísmo, la religión sin intermediarios y el servicio como sentido de la vida».
Señala el argentino-mexicano que la expresión artística popular recuperó la visión desde la vida propia como respuesta a las verdades oficiales, y la necesidad de una autonomía y un individualismo vitalista. El cine, la literatura y el periodismo pretendieron, además de las manifestaciones estéticas, formar opinión pública alternativa a la oficial. Nació la piratería y las llamadas “Industrias culturales”.
La década no fue pacífica. Marcaron trágicamente el perfil de la década la guerra entre la India y Pakistán; el Domingo Sangriento de Londonderry, en Irlanda (del Norte); el enfrentamiento entre Grecia y Turquía por la posesión de Chipre; la guerra civil del Líbano; el terror de los jemeres rojos de Camboya; las matanzas en Burundia, entre tutsis y hutus, y el terrorismo en los juegos olímpicos del 72 (“Nuestro Siglo. 1970-1979”, Plaza y Janés, Barcelona, 2000).
En todas partes se impone la idea de que el Estado se haga cargo de promover el desarrollo y combatir la pobreza. La Unión Soviética de Stalin ha puesto un ejemplo de industrialización acelerada, masiva, que resulta muy atractivo para los líderes del tercer mundo. En el deporte culminan sus carreras Cassius Clay o Muhammad Alí en el boxeo, Pelé en el futbol, Mark Spitz en la natación, Nadia Comaneci en la gimnasia.
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