Hace algunos días, más específicamente el 1° de marzo del año en curso, como cada fin de mes tuve una junta de trabajo como parte del Consejo Técnico Escolar, ya que desde el mes de agosto del año pasado me desempeño como docente a nivel secundaria y preparatoria tanto en una institución privada, como en una institución pública. He de confesar de manera muy personal que cada vez que como profesor soy notificado de la próxima junta, mi predisposición a la fatiga se incrementa, y es que resulta en demasía cansado permanecer más de cinco horas sentado, contemplando un programa de trabajo que dista mucho de la realidad que se vive en las aulas.
Sinceramente desconozco desde cuando se implementaron dichos Consejos, pero he escuchado en repetidas ocasiones que se efectúan con la finalidad de combatir el rezago educativo que se vive desde hace décadas en nuestro país. Uno de los puntos más sobresalientes que me han llamado la atención durante estas juntas es el de las estrategias de aprendizaje que le son encomendadas a los docentes de las diferentes academias. Constantemente se nos invita a desarrollar dichas estrategias en el proceso educativo de los estudiantes, conforme al descubrimiento de sus capacidades individuales.
Esto siempre me ha parecido una magnífica idea, más para aquellos que han desarrollado deficiencias en su proceso cognitivo desde la niñez. El problema radica, desde mi perspectiva, en la estandarización del conocimiento y en el encasillamiento del aprendizaje a determinadas áreas específicas del sistema educativo actual. En otras palabras, pese a las intenciones de encaminar al educando a desarrollar sus capacidades y talentos desde la infancia, para que avance de nivel en la academia (ya sea primaria, secundaria, preparatoria o universidad) tiene que apegarse a exámenes estandarizados que determinarán si está capacitado para “aprobar” o “reprobar”, según sea el caso.
Esta situación la mayoría de las veces trae consigo diferentes consecuencias negativas en el estudiante. Una de las más significativas es la estigmatización de la cual es víctima al ser etiquetado de “bueno” o “malo” de acuerdo al resultado de su puntaje obtenido en la prueba estandarizada que le fue practicada. Pero además, hablamos de excluidos del sistema que, si bien les va, continuarán con sus estudios en instituciones privadas, pero: ¿Qué pasa si el educando no cuenta con el poder adquisitivo suficiente para pagarse su educación? Todo un conglomerado de situaciones a consecuencia de esto que debido a cuestiones de espacio no serán tratadas en este artículo de opinión.
El punto central de este tema es la necesidad de cambiar el enfoque pedagógico mediante el cual el estudiante es encaminado a lo largo de su vida académica, disminuyendo al máximo la estandarización y enfocando sus capacidades en los rubros adecuados para el desarrollo de sus talentos. Pero otro aspecto que merece ser mencionado aunque jamás se trate en tan famosas reuniones mensuales, tiene que ver con la valoración que se le da al docente respecto a su trabajo desempeñado en las aulas de clase. Y con el término “valoración” no únicamente me refiero al necesario reconocimiento social que se le debe de hacer por la importantísima labor de instruir, sino también a la justa remuneración económica por su trabajo, con salarios justos acordes a su desempeño laboral.
Es incongruente exigir resultados educativos satisfactorios al profesor con respecto a sus estudiantes si su paga es paupérrima. Y no nos vamos muy lejos, basta con analizar la situación de decenas de maestros rurales que prácticamente ejercen su vocación por mero “amor al arte” para darnos cuenta del terrible abandono por parte del Estado del cual han sido víctimas. Por eso reitero la urgencia de un cambio radical en la compensación económica hacia los docentes en este país. Porque recursos económicos hay, y muchos, lo que no hay es una transparencia en el manejo de los mismos.
Ésta de igual manera es otra problemática que necesita ser atendida de manera urgente, de hecho me atrevo a decir que es de la más urgentes por atender, sin demeritar la relevancia que tienen otros problemas, aunque sea en menor medida, para la búsqueda de soluciones al conflicto estructural que no permite el avance de México en los rankings educativos mundiales. Es así que como sociólogo y trabajador de la educación sostengo que los tediosos Consejos Técnicos Escolares no atacan, ni atacarán las deficiencias estructurales que presenta el sistema educativo, siempre y cuando no se construyan e implementen medidas eficientes a las dos problemáticas mencionadas anteriormente.
Por eso a los pocos estudiantes que tienen el privilegio de llegar a la educación superior les cuesta de sobremanera subsistir en el voraz mercado laboral de hoy en día, y no solamente por no contar con la preparación suficiente, sino también porque nuestro campo de trabajo cada vez se enfoca más en la máxima explotación del trabajador a la menor remuneración posible, y ese, para variar, también es otro tema que no puede analizarse en esta ocasión desafortunadamente.
Y hago énfasis en esto porque es curioso y en parte lógico culpar en primer lugar al docente, argumentando su poca capacidad para la transmisión de conocimientos y su ineficiencia para detectar deficiencias en el proceso de aprendizaje del estudiante afectado. Esto evidencia no únicamente la limitación analítica del que se cree con la autoridad moral y académica para juzgar el trabajo del docente y del educando, sino también la ignorancia al no conocer todo el laberinto de inconsistencias, limitaciones y carencias que prevalecen actualmente en nuestro sistema educativo.
También aclaro, en ningún momento he dicho que TODOS los docentes cumplen responsablemente con su trabajo de manera efectiva, ni tampoco que TODOS los estudiantes son capaces de comprender adecuadamente el conocimiento que les es impartido a lo largo de su vida, más bien lo que sostengo es que no habrá una transformación de fondo si no se trabaja, al menos, en las dos problemáticas brevemente explicadas a lo largo de este escrito. El rezago educativo mexicano es muy complejo y requiere de análisis multidisciplinarios profundos para conseguir programas, reformas y políticas públicas funcionales que lo impulsen hacia su necesaria reestructuración, de ahí la osadía de un servidor al escribir respecto a este tema que en mayor o menor medida repercute en todos, pero que sólo preocupa a unos cuantos.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana. |
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