Por Edgar Hernández*
El miedo se huele en Palacio.
Hasta antes de la devastación causada por los desbordamientos de ríos en el norte del estado, el pasado 10 de octubre —que además de cobrar vidas humanas dejó a miles de familias sin nada y destrozos en buena parte de la infraestructura pública—, la gobernadora Rocío Nahle parecía inmune a todo: críticas, señalamientos, acusaciones de corrupción o simple incompetencia.
Nada la tocaba. Nada le dolía, simplemente era la reina del Carnaval.
Ni la publicación sobre sus múltiples bienes inmuebles —cuyos montos no empatan ni de cerca con sus ingresos como funcionaria—, ni el escandaloso sobrecosto de la refinería de Dos Bocas por 240 mil millones de pesos, todo parecía resbalarle.
Tampoco afectaron su imagen las desatinadas declaraciones sobre el secuestro y muerte de la maestra taxista, Irma Hernández Cruz, a quien Nahle despidió del mundo terrenal con una frase digna de epitafio político: “Creo que murió de un infarto ¡les guste o no!”.
Nada de la hacía corregir el rumbo.
Ni la crítica, ni la evidencia: su reacción habitual era el desdén, la descalificación, los apodos. Todo hasta que la naturaleza —y la ineptitud oficial— le pasaron factura.
Las inundaciones, sin embargo, le cambiarían el escenario.
La falta de previsión, la nula alerta a las zonas de riesgo, ayuda tardía, escasa y desorganizada hicieron evidente lo que muchos ya sabían: que la gobernadora no gobierna.
Ya para cuando la presidenta Claudia Sheinbaum arribó a la zona de desastre para supervisar personalmente la atención a los damnificados, Nahle fue increpada una y otra vez por ciudadanos que reclamaban su ausencia y su indiferencia.
Y así, entre lodo, reclamos y promesas incumplidas, se sumó otra pérdida al inventario del desastre: la representación del Distrito III local con cabecera en Tuxpan, hoy vacante en el Congreso.
El diputado Daniel Cortina Martínez, electo apenas el año pasado, pidió licencia para buscar la alcaldía de Tuxpan por Morena; su suplente, Citlali Medellín Careaga, hizo lo propio para contender por la alcaldía de Tamiahua, por el Partido Verde. Ambos ganaron, ambos se fueron.
Resultado: cuatro municipios —Tuxpan, Tamiahua, Cazones de Herrera y Tihuatlán— sin representación.
En un mundo ideal, eso implicaría una elección extraordinaria, pero no en tiempos de la 4T donde lo extraordinario es que se respete la ley. es imposible.
El problema es que Nahle no está para elecciones. Ni extraordinarias, ni ordinarias, ni de ningún tipo. Así lo demostró a lo grande cuando ganó el año pasado donde con la mano en la cintura y la ayudad del OPLE/INE que le endosó un millón de votos, los mismos que le despojaron a Pepe Yunes.
Hoy, tras el desastroso del “ligero” desbordamiento del río Cazones, la respuesta tardía a los damnificados y su caída en la popularidad la tienen en la cuerda floja, y no sólo ante los veracruzanos, sino también frente a sus propios aliados… y, lo que más le duele, frente a la mismísima Sheinbaum.
Para colmo, las auditorías de Dos Bocas —esas que guarda celosamente el auditor del Congreso de la Unión, José Manuel del Río Virgen— la mantienen en vela, no duerme y cuando lo hace sueña pesadillas.
Y esta vez no se trata de un pleito entre “dos bocas”: Del Río Virgen -que no es ni virgen ni está para ser crucificado- ya tiene en sus manos los documentos oficiales, las sábanas, es decir, los otros datos, que la harán tambalear.
A ello habría que sumar la percepción popular de los fraudes en Papantla y Poza Rica, donde se “corrigieron” los resultados electorales para dar el triunfo a Morena, acción que colocó a la gobernadora en su punto más bajo de aceptación.
Rocío Nahle sabe que una derrota de su partido en una eventual elección extraordinaria en Tuxpan sería un golpe mortal. Bien sabe que esa derrota es altamente probable, por ello no quiere ni oír hablar del tema.
Y es que el solo rumor de una revocación de mandato le provoca urticaria política. Y quién lo diría: antes de cumplir un año en el cargo, la “invencible” zacatecana se quiebra ante la posibilidad de perderlo.
La decisión de convocar (o no) a la elección extraordinaria, que en cualquier democracia sería automática, depende ahora de alguien acorralada, consciente de que su partido no ganaría en las urnas… a menos, claro, que repitan la fórmula de Papantla y Poza Rica: cambiar la voluntad popular por decreto.
Tiempo al tiempo.
Pd.- ¡Saludos, amigo Miguel!
*Premio Nacional de Periodismo |
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