Cuentan que recién concluyó su periodo de gobierno, cuando el expresidente José López Portillo acudía a algún restaurante los comensales que allí se encontraban “ladraban”, y ante ese escarnio el interfecto se retiraba del lugar. Si bien está en tela de duda el que tal incidente hubiere acontecido, de cualquier forma circulaba como un rumor al que el gobierno de Miguel De la Madrid no le interesaba poner fin, pues convenía a su propuesta de “renovación moral” de la sociedad, que finalmente no removió los sólidos cimientos de la corrupción en el país. Decimos en el llano que en donde hay tortuga hay lagarto, bueno como símil en el contexto social porque donde la corrupción impera, la impunidad está presente, al menos en México son fenómenos colaterales, donde incuba una se genera la otra. En nuestro país es costumbrismo el que quienes se desempeñan en el servicio público se vayan llenos de contento con las alforjas cargadas de oro.
En 2014 un diputado egresado de la clase empresarial propuso sabiamente que así como Hacienda audita a los empresarios, debiera revisar las cuentas de los políticos, porque mientras a los empresarios que generan empleos los multa e impone severas sanciones, en la revisión que los órganos de “control” y de “fiscalización” llevan a cabo sobre la aplicación del dinero público no encuentran anomalías, solo faltas administrativas, cuando en realidad el enriquecimiento de un numeroso sector de la clase política es debido a dinero de procedencia bien conocida. Un escenario de rutina en México, acentuadamente costumbrista, es el que un individuo se incorpore al “servicio” público en condiciones de empujar su coche para que camine, vistiendo guayabera de tianguis, con dificultades para pagar la renta de su vivienda, pero en pocos años saldrá convertido en un potentado, presto a convertirse en empresario, en contratista de obra pública, en proveedor del gobierno, en buen gourmet o bien ejercitándose en el trapecio político, porque vivir fuera de la nómina ¡nunca!. Además, ¿para qué trabajar si el suelo está bajito y hasta parejo? Lo de “bajito” es porque para ingresar a ese mundo sicodélico de la “política” no se requiere de muchas luces, allí la incompetencia es la norma, ser mediocre es la medida. En tiempos de Duarte el gobierno inició una bizarra campaña contra la corrupción de servidores públicos, y para que no cupiera duda de tan singular cruzada puso tras las rejas al agente municipal de Morgadal, una aldea de Papantla, acusado de no entregar el sello de la oficina; y para reafirmar que esto iva en serio también detuvo a dos ex funcionarios del municipio de Maltrata por incumplimiento de un deber legal. Porque, ¡Oh sí!, en Veracruz el que la hace la paga.
En la república de Paraguay el sastre Roberto Espínola diseñó un traje anticorrupción al que denominó “Traje Ibáñez”, en alusión al diputado José María Ibáñez, acusado de cobrar dinero público a través de sus empleados . Dice Espínola que el traje lo bosquejó sin bolsillos en protesta contra la corrupción que había en el servicio público de su país, porque ya estaba cansado de que los corruptos se fueran impunes. Así, como el cuento aquel de los ladridos, se dice que, semejante a una auténtica muerte civil bochornosa, cuando quien lleva puesto el traje Ibáñez acude a un restaurante los comensales presentes comienzan a gritar en coro: “¡Que se vaya, que se vaya”! con el sorprendente resultado de que el de la indumentaria se va del lugar. En Veracruz ¿a quién le quedaría a la medida el traje Ibáñez? Sin respuesta, porque los restaurantes, boutiques y tiendas departamentales quedarían vacíos. |
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