La euforia es ilimitada para que el primero de diciembre próximo sea considerado un día de “fiesta nacional”. Es una especie de embriaguez libertina que los conduce al extravío, a no evaluar lo que es adecuado o inadecuado; la insistencia de haber contemplado en la lista de invitados de honor a sujetos indeseables como Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, refleja esa falta de congruencia por parte de los encargados de organizar el macroevento.
Los responsables de preparar la fiesta que se llevará a cabo en Ciudad de México dentro de tres semanas y un día, no se enteraron de lo acontecido el pasado 26 de septiembre durante la intervención del dictador Nicolás Maduro, en la sede de las Naciones Unidas, ONU, en la Ciudad de Nueva York, en el marco de la Cumbre Climática. Las imágenes televisivas de CNN mostraron que al presidente de la República Bolivariana lo dejaron solo un buen número de mandatarios de otros países, la sala estaba literalmente casi vacía durante su intervención. De los espacios disponibles fueron retirados los personificadores, para poder ser ocupados por empleados de Maduro quienes en varias ocasiones se pusieron de pie para aplaudirle.
En ese juego retorcido y sin final que representa la política mexicana, la putrefacción es ilimitada y no deja de sorprender tanto a compatriotas como a la población de otras naciones, cercanas o distantes. La perversidad se ha naturalizado en cualquier estrato de Poder, por medio de la doctrina aquella de: “Yo hago como que combato la corrupción, tú haces como que ya no robas, y tú como que no te das cuenta o no te enteras”.
Interminables conflictos de interés. Se anulan megaproyectos y se anuncian otros. Las decisiones se toman con sorprendente facilidad como si se cancelara una orden de tacos y en vez de eso se ordenara una hamburguesa, porque “el pueblo es sabio”; es tanta la sapiencia popular que domina cualquier tema por complicado que sea, incluyendo la aeronáutica.
Actores, grupos y partidos políticos se culpan, se atacan, se denuncian, no como actos de lucha o intentos por erradicar los atracos al erario público y velar por los intereses de la ciudadanía, sino como simples episodios de oposición, protagónicos por pertenecer a un bando contrario.
Los llamados “Testigos protegidos”, aberrantes beneficios recíprocos de justicia, que en el espacio de estricta y obligada confidencialidad, nunca se llega a saber algo al respecto. ¿Qué información de valor aportaron a las autoridades? ¿Qué cantidades monetarias, en bienes muebles o inmuebles les fueron confiscados? Porque para haber formado parte de una cruel banda de saqueadores de recursos públicos, enriquecidos brutalmente y todavía con eso contar con protección oficial, es de lo más absurdo que se puede escuchar, con más razón cuando la mayor parte de sus cómplices continúan gozando de libertad absoluta.
En cualquier discurso inaugural, de toma de protesta, no pueden faltar las expresiones de “combate a la corrupción”, “no más saqueos”, “austeridad absoluta”, “llegó el cambio que todos esperaban”, cuando la realidad revela que todo o mucho de eso quedó en el anuncio.
Aspirantes a un cargo político llevan a cabo labores “altruistas”, como si la población no se percatara de que meten aguja para sacar hilo; realizan acciones de “beneficencia”, con el único propósito de buscar una posición más que les permita seguir incrementando la fortuna que han acumulado en anteriores ejercicios públicos.
Los sucesos de podredumbre política son infinitos, necesitaríamos decenas de cuartillas para continuar describiendo, y no terminaríamos.
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