Luis XVI se encontraba en su recamara, acababa de regresar de una fracasada cacería cuando uno de sus súbditos entra apresurado para informarle que acababan de tomar la Bastilla, 14 de julio de 1789. El monarca preguntó: ¿es una revuelta? No su majestad, es una Revolución - respondió el mensajero-. A pesar de que la fortaleza medieval solo custodiaba a seis prisioneros, su caída en manos de los revolucionarios parisinos supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución francesa.
A partir de este momento se crea el primer régimen totalitario de la modernidad. El derramamiento de sangre se volvió cotidiano, masacre tras masacre, decenas de miles de personas inocentes fueron ejecutadas simplemente por ser sospechosas de estar en desacuerdo con los nuevos ideales implantados.
En 1790 el político y escritor británico Edmund Burke, escribe, Reflexiones sobre la Revolución en Francia, en el que anticipaba lo que vendría, al asegurar que Francia va directo a una catástrofe como nunca se había visto en la historia. Afirma en su texto que no tenían que haberse destruido las instituciones defectuosas del antiguo régimen. Bastaría con haberlas reformado. Y así sucedió. Burke no se equivocó: fue una auténtica y enorme catástrofe lo que desataron, un baño de sangre incontrolable.
Maximilien de Robespierre fue figura clave en el paso previo a la Revolución francesa. “Todo en Francia va a cambiar ahora”, profetizaba con insistencia. Completamente opuesto a sus dictados, Robespierre se convirtió en un convencido partidario de la pena capital. Pensaba que el pueblo reafirmaría su confianza en la ley si los culpables eran ajusticiados. Sin importar que él mismo había apoyado el sufragio universal y directo, abogó además por las libertades de prensa y de reunión, defendió la educación obligatoria y gratuita y exigió la abolición de la esclavitud y hasta de la pena de muerte. Robespierre hizo exactamente todo lo contrario a lo que antes había anunciado.
La elocuencia, la integridad moral y la austeridad de las costumbres de Robespierre acabaron por aglutinar en torno suyo a seguidores que lo señalaban como un ejemplo de virtud. Incluso le llamaban “El Incorruptible”; que en la realidad era lo opuesto, sus allegados y él gozaban de múltiples privilegios, sin que escapara el nepotismo.
Día a día se encargaba de fomentar la cultura del odio entre la población, era un ser tan perverso que generó paranoia al hacer creer que todo mundo era un hipócrita.
Robespierre defendió el terror como sistema, con la intención de llegar a crear lo que llamó la República de la Virtud. Las ejecuciones que ordenaba llegaban a contarse hasta dos mil en dos semanas, incluso los participes de la Revolución que daban una ligera muestra de no estar de acuerdo con él, los consideraba traidores y los enviaba a la guillotina.
Fue en esa época que en Francia se inventó la guillotina, porque los revolucionarios franceses eran “muy humanistas”. Decían que tenían que matar gente pero que su muerte fuera indolora; por lo que la guillotina fue un instrumento de control de la violencia de los opositores, al ejecutarlos sin sufrimiento con el que según ellos proveía la justicia que se necesitaba, sencilla, eficiente y limpia, lo que dio lugar a degollar a 14 mil personas tan solo en el año de 1792.
Robespierre impulsó la ley de Sospechosos, proyectada para reprimir a los enemigos, a los adversarios de la Revolución. Concedió facultades policiales a las sociedades populares, creo el terror. Cualquier ciudadano podía entrar a la casa de otro y asesinarlo, por el hecho de aparecer en la lista sospechosos que Robespierre daba a conocer. Aumentó las potestades del Tribunal Revolucionario y creó el Ejército Revolucionario, una milicia de sans-culottes, de desharrapados, a la que confió la vigilancia y el castigo de los reaccionarios y el aprovisionamiento de las ciudades.
Cada mañana Robespierre amenazaba: “Mañana daré a conocer otra lista de sospechosos de ser adversarios, entre los que puede haber personas que estén presentes en esta asamblea”.Eso fue lo que le costó la vida a Robespierre, que todo mundo se sintió amenazado. Después de un fallido intento de suicidio por haber sido detenido por sus propios seguidores. El mismo pueblo de París que anteriormente lo vitoreaba, esa vez se agolpaba ahora a su alrededor, regocijado con la inminencia de su muerte, gritaban con fuerza pidiendo su cabeza. Terminó en la guillotina en 1794, como él lo había hecho anteriormente con Luis XVI y su odiada esposa la reina María Antonieta, mejor conocida como “Madame Déficit” -por ser excesivamente gastalona-.
Los franceses nunca imaginaron que vivirían una época de muerte, mucho peor que la que habían tenido bajo la monarquía de Luis XVI. El cuento de: “Los ricos son corruptos, son malos. El pueblo es bueno. Primero los pobres”, desde esa época le ha funcionado a un buen número. Eso dio lugar a desatar la Revolución francesa, la Revolución del terror.
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