La elección del primero de julio sirvió no solo para coronar la larga lucha de Andrés Manuel López Obrador por convertirse en Presidente de México, sino para castigar a los partidos políticos que dejaron de ser alternativa para una sociedad que ya sabe reflexionar su voto.
Sigo afirmando que no gano Morena, sino López Obrador, y que en la siguiente elección donde no aparezca el tabasqueño en la boleta electoral, este partido político tendrá un desplome extraordinario, pero mientras, la voluntad nacional reflejada en las urnas hizo que desaparecieran legalmente dos institutos políticos: El partido Nueva Alianza y el partido Encuentro Social, pero dejo moribundos a otros dos: El Partido de la Revolución Democrática y el Partido Revolucionario Institucional.
Los dos primeros están ya en proceso de liquidación que lo lleva el Instituto Nacional Electoral, y los segundos tuvieron, en esta semana, reuniones extraordinarias con dirigentes nacionales, estatales y regionales que buscan, en principio, explicarse las causas de su derrota.
“Falta de comunicación, candidatos de dudosa procedencia, militancia sustituida, discurso disperso e ideología diluida” son los principales señalamientos que se hacen en el PRI, especialmente la comisión de Diagnostico que preside Samuel Palma, donde afloran justificaciones a la estrepitosa derrota, partiendo de la acusación de su militancia de que nunca se sintieron representados con el que fuera su candidato a la Presidencia de la Republica.
No han diluido que José Antonio Meade, su candidato a la presidencia de la republica no obtuvo victoria alguna en los 300 distritos electorales federales, y que de las 9 mil secciones en donde siempre ha ganado ese partido, en la elección del uno de julio solo lo obtuvieron en 1000.
A estos resultados habría que agregarle los daños postelectorales que van desde el desmantelamiento de los comités municipales y estatales, que vivian de los dineros públicos, y que al ya no recibirlos, han bajado las cortinas, así como la huida de cuadros importantes que se refugiaron desde antes en MORENA, y que a raíz de la debacle siguen yéndose para allá.
Atrás quedo aquel PRI hegemónico que hoy se debate en una discusión de los cuadros que quedaron de cambiar de siglas, aunque no manifiestan la imperiosa necesidad de cambiar de mañas.
Algo similar ocurre en el Partido de la Revolución democrática que el pasado fin de semana celebro el VII Pleno Extraordinario del IX Consejo Nacional, la primera reunión nacional tras las elecciones del primero de julio, y en donde ellos si, en la voz de la inmensa mayoría de los lideres de las distintas tribus o expresiones como ellos
las llaman, plantean la disolución del PRD, e iniciar una discusión sobre el tipo de partido nuevo que construirán, sin tomar en consideración la mala fama de la que gozan como lideres políticos, sin ideología ya.
Allí mismo aprobaron celebrar su Consejo Nacional los días 17 y 18 de noviembre de este año, donde seguramente convalidaran las propuestas de reconversión partidaria, que no es garantía, desde luego, de un nuevo partido político nacional atractivo y solido ideológicamente.
Es este un nuevo escenario político donde se consolidan dos fuerzas que crecieron electoralmente: Morena y Movimiento Ciudadano; donde decrecieron otros aunque en menor medida como Acción Nacional, el partido del Trabajo y Verde, otros que se acercan a su extinción como el PRI y PRD, y los que de plano ya sucumbieron con el apoyo de la voluntad popular como el Partido Encuentro Social y el PANAL. |
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