El reto de establecer bases sólidas que abran caminos a los cambios que nos son urgentes, pasa necesariamente por fortalecer las instituciones y replantear su comportamiento, porque son la cimiente que otorga capacidad a los gobiernos para hacer realmente efectiva la oportunidad de transformar las cada vez más preocupantes y peligrosas condiciones en las que nos encontramos.
En el imaginario social nacional, las instituciones son vistas como espacios ocupados por burocracias comodinas y alevosas que usufructúan sus actividades para provechos particulares, que poco o nada hacen para el bien general, formando en sí misma una clase sin compromiso ético hacia sus trabajos y peor aún para con sus responsabilidades públicas.
No es casual que se crea esto, es producto de una penosa constancia para hacer mal las cosas en el servicio público, para interpretar como tierra de nadie o dinero de nadie, los espacios, bienes y recursos públicos, por lo que se dispone o abusa sin mayores consecuencias. Suma a esto las campañas que denostan lo público y privilegian lo privado como panacea de deberes cumplidos.
Lo público es percibido como un espacio de corrupción donde la impunidad y la opacidad pueden y han permitido la construcción de fortunas mal habidas, de privilegios solapados por arbitrariedades conocidas y aceptadas como costumbre. Esto debe desmontarse y también las componendas sindicales y de jefes políticos y administrativos que favorecen ilegalidades y canonjías ofensivas; es el caso de los que no pagan su electricidad, de funcionarios que lastiman y abusan y son encubiertos o de aquellos que simplemente no cumplen sus atribuciones, no desempeñan todas sus funciones, salvo las que les pidan sus “jefes”.
El ejercicio público debe ser un lugar de honor, de servicio, de entrega y responsabilidad, debe ser muestra de actitudes y acciones que den vida a nuevas relaciones para con la sociedad, rompiendo los modelos oprobiosos de servidores públicos flojos, simuladores, corruptos. Sin duda las instituciones existentes tienen mucho más que eso, pues en la vida institucional existen actores institucionales comprometidos, que realizan su trabajo con capacidad, con solvencia ética y que más allá de las descalificaciones actúan bajo códigos administrativos que distan mucho de los estereotipos negativos que se han formado.
Lo público, sus instituciones, para bien de todos, merecen nuevos derroteros. En la alternancia que viene debe mostrarse ese nuevo sello para que la actuación de sus integrantes en la holgada medianía, en la honrosa distinción del servicio que deben de asumir, con todo lo que ello significa de eficiencia y calidad de los desempeños, de transparencia y honradez, den la oportunidad de forjar una nueva historia del ejercicio público. La exigencia es básica pero trascendental; está empujada por la esperanza de millones.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Para Veracruz se requiere serenidad y paciencia |
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