El presidente no se inmuta ante lo que suceda afuera del palacio. Nada parece incomodarlo, excepto sentirse acorralado cuando desenmascaran las chapucerías o negocios ilícitos de sus hijos, sus círculos familiares, o su más cercano círculo de incondicionales, porque vulnera su autoproclamada condición de honestidad valiente. Toca entonces aplicar la estrategia de fuga, con sonrisas socarronas, o reacciones grotescamente burlonas, haciéndose la víctima, aludiendo un chiste o acusando de improbidad a cualquiera de sus enemigos sin prueba alguna.
Misma estrategia aplica ante los asuntos más graves o dolientes de nuestro acontecer nacional, o ante todo aquello que para muchos merece atención inmediata, solidaridad superior, consternación mínima, pero no. En su discurso solo caben sus narrativas, sus asuntos, sus prioridades. Lo demás no importa, es secundario o es una treta de sus opositores para desprestigiarlo.
Hasta antes de ungirse, el que fue candidato opositor señalaba y vilipendiaba la figura presidencial, en muchísimas ocasiones con razón, sin embargo ahora que ocupa la silla, seguido se pronuncia sobre su preocupación por proteger la investidura del cargo, que pueda ser “manchada” por quienes lo critican ya que considera que complotan contra él. De esa manera, el presidente se fuga en la “transformación” de un México imaginario, que no existe y que solo convence a sus fieles, pues en la realidad no atiende los dolores diarios de millones que se suponía eran la respuesta de un proyecto alternativo ante los desvaríos e impunidades del pasado inmediato.
Llega a resultar incómodo el regocijo que le provoca mostrarse con la “suficiencia” para negar lo evidente, fanfarroneando con sus otros datos, suponiendo que se le creen las mentiras diarias. Supone también que con eso apoya a su candidata y da continuidad a “su” proyecto de gobierno. Así es la visión de un personaje que se solaza en un ego mayúsculo que lo hace caminar desnudo, creyendo que sólo los opositores no pueden mirar su vestido de transformaciones logradas.
Día a día, el país muestra las inconsistencias y las mentiras de un discurso que pretende esconder la crisis por los incumplimientos evidentes, por la arrogancia del presidente y sus defensores. Sus principales banderas han quedado como compromisos olvidados, como retóricas que se malograron nada más llegar, porque asumieron que solo era necesario creerla y no cumplirla. El ejercicio administrativo y político evidenció las incapacidades del “movimiento”, pero más aún, descarnó sus verdaderos rostros descompuestos.
Mantener la cerrazón y el desprecio hacia los que piensan diferente ante los graves problemas del país, insistiendo en la petulante posición de la verdad incuestionable mientras el país sufre, son claros signos de autoritarismo. Lejos están las posibilidades de reconocer fallas autocríticamente, impensable esperar que, ante la magnitud de las circunstancias que lastiman a mayorías, pueda existir la voluntad de convocar a la unidad nacional sobre la base de una humildad y generosidad política que tanta falta nos hace.
Llegaremos al 2 de junio en un ambiente que no avizora una fiesta democrática. Las turbulencias presentes desde ahora solo podrán ser contenidas por la valentía de una gran participación ciudadana, que asuma la responsabilidad de los momentos y las circunstancias, que razonadamente y en paz, frene cualquier intentona insolente y desvergonzada de romper nuestra cada vez más débil democracia.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La megafarmacia en 21 días habría surtido 67 recetas de 6364 solicitadas, ¡vaya megafracaso!
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