Decir que vivimos en condiciones complejas, difíciles, es acaso una verdad de Perogrullo que si bien es de asumirse como parte de la “normalidad” actual, amerita su urgente cambio, generándose la necesidad de encontrar cómo y de qué manera se deben exigir cambios institucionales y el establecimiento o fortalecimiento de acciones gubernamentales y sociales que modifiquen una “normalidad” tan llena de horrores.
Uno de los espacios donde se regodea el abandono y la cada vez mayor insensibilidad de una sociedad que mira para otro lado, empezando por las áreas institucionales responsables, es la violencia que cobija a las y los desaparecidos y que de 1964 a la fecha alcanza un número mayor a las 100 mil personas desaparecidas y no localizadas; el 97% de ellas registradas a partir del 2006.
La cuarta parte de las personas desparecidas y no localizadas son mujeres y niñas; aproximadamente 16 mil son menores de edad y la mayoría de ellas son niñas. Recientemente las desapariciones se han incrementado, mostrando su cara más grotesca al registrar 81,640 casos del 1 de diciembre del 2018 al 28 de agosto del 2022, de los que 35,748 casos siguen sin resolverse.
En un informe de agosto pasado, la entonces Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos comentaba sobre la tragedia en que nos encontramos en este renglón, diciendo que solo en 35 de la gran cantidad de casos registrados en México, se había condenado a los perpetradores. Un dato que sin duda refleja, dice el informe, la enorme impunidad que existe por falta de investigaciones efectivas. En el informe se reconoce que las desapariciones “son una muestra del prolongado patrón de impunidad en el país”.
Que con la falta de justicia prevaleciente, se dejan solas a las familias de las víctimas que en medio del sufrimiento, buscan respuestas y con ello evidencian los fallos y lejanías institucionales, poniendo además en riesgo sus vidas. Son múltiples los hechos que dan fe de actos contra madres y familias buscadoras. Tal es el caso del asesinato de Esmeralda Gallardo, madre buscadora de su hija de 22 años desaparecida en Puebla, a la que asesinaron a balazos cuando esperaba el autobús para su trabajo. La mataron por su fuerza y el compromiso decidido por encontrar a su hija, terrible y desolador ejemplo de la continuidad de nuestras descomposiciones, como parte de ese conjunto de dolores y angustias que se
encuentran entre miles de familias mexicanas que han sufrido desapariciones, que sufren amenazas e incluso agresiones que como a Esmeralda en muchas ocasiones les ha costado la vida.
Son los datos duros los que respaldan los pesares sociales que están allí. La crudeza de ellos merece más que las frases comunes o clichés institucionales que se dicen siempre, debemos reflexionar como sociedad para negarnos a asumir los hechos que vivimos como parte de una “normalidad”, para señalarlos y evitar que cada vez nos volvamos más insensibles, más indiferentes.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Sin hacerles caso, desde 2020, fue advertido el peligro de colapso en el tramo Tulum-Cancún del Tren Maya. SEDENA Leaks
Martín Quitano Martínez mquim1962@hotmail.com
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