A 100 días de haber iniciado, el desempeño del ejercicio de gobierno del Presidente de la República supera el 75 por ciento de aprobación. La confianza en él es muy alta, las expectativas sobre el cambio continúan mayoritariamente positivas, las acciones realizadas desde su administración son altamente valoradas, las encuestas no dejan dudas con los datos que arrojan, con excepciones como las relacionadas con la discusión sobre las estancias infantiles y los centros de refugio contra la violencia a las mujeres.
El presidente sigue caminando rápido rompiendo modelos y formas que le son mayormente aplaudidas; los símbolos que marcaban distancia entre el gobernante y el pueblo son hechos añicos por un presidente convencido de que sus pasos encaminan al país a esa transformación que prometió. Los inconformes con los cambios, o los que discrepan de la forma de imponerlos, no le hacen mella.
La autollamada cuarta transformación será un hito de la historia de México, porque frente al modelo neoliberal y conservador imperante, se opone la lucha justa del pueblo agotado. El mensaje es contundente, la forma de comunicarlo lo es más y cae en un nicho propicio de hartazgos sociales que demandan acabar con esas formas que permitieron o apuntalaron el saqueo público, la entronización de la corrupción y la impunidad.
El presidente imbatible, sin confronta ni contrapesos mayores, pasa sus primeros 100 días de gobierno en medio de los opositores que se reducen ante el respaldo que amplios sectores le manifiestan y su evidente dislocamiento. El optimismo frente a los nuevos quehaceres públicos se oponen a las preocupaciones o francos pesimismos de expertos, comentaristas o analistas críticos que señalan la crisis que vendrá, que no observan planteamientos serios en los actuares públicos, que señalan gestos presidenciales que les preocupan.
Pese a los errores que se puedan señalar, pese a los desaciertos evidentes en los gobiernos estatales de su misma filia política, en los gobiernos municipales que han mostrado ignorancia o debilidad, la ola del optimismo social le hace frente a
las dificultades, se muestra dominante, manteniendo la esperanza en el liderazgo presidencial.
La fortaleza del presidente está allí, notoria, omniabarcante. Si sus subordinados generan debate por inferencia de incapacidad o si el ejercicio de varias áreas de gobierno provoca incertidumbre, si la inseguridad es aterradora, si los mercados financieros se preocupan y la economía no perfila bien para muchos que señalan debilidades, a todo ello se oponen las positivas expectativas que la figura presidencial genera.
El dicho del presidente es definitivo, se equivocan quienes piensan que a México le irá mal, lo reafirma porque en la seguridad del éxito se aglutina la mayoría que con su voto manifestó que lo anterior ya no podía continuar. Por el bien de todos, esperemos ser testigos y acompañantes, desde la posición que nos toque, de que se consolide ese país con justicia al que muchos aspiramos, donde se combata la pobreza y la corrupción, con instituciones fuertes y solventes, un país que reivindique la pluralidad, la diversidad, la tolerancia y los derechos humanos, que se asegure la democracia y se contenga todo viso autoritario a partir del reconocimiento y respeto a la libertades que tanto nos han costado.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
500 hectáreas de dolor ambiental. |
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