Las noticias de principio de año no son, en lo general, buenas para nuestro país. Más allá de entender lo difícil de las condiciones que prevalecen nacional y globalmente y por ende asumir que las complejidades definen derroteros que deben ser atendidos con razones que brinden salidas y trasciendan el espacio de las quejas, no deja de resquebrajar el ambiente de optimismo que se plantea con cada inicio de año, que su supone ha acompañado en este primer mes que casi termina.
Remembrando el ofrecimiento de los 15 minutos para resolver Chiapas, la banalización gubernamental con que se presentan los problemas sociales, estructurales y de inseguridad, hacen mayor crisis frente a la falta de seriedad para decir con verdad a la sociedad que la situación es compleja y requería y requiere de tiempo, claridad y suma de esfuerzos, independientemente de la retórica de un solo protagonista, por muy poderoso que este sea.
Somos testigos de que la versión repetida las mañanas de los últimos cuatro años, de que con la palabra y los caprichos de una persona, todo mágicamente cambiaría, no ha dado buenos resultados. Los problemas que se vivían y que motivaron en muchos ciudadanos el anhelo de reforzar la necesidad de un cambio, siguen ahí, incluso aumentados. La esperanza prometida para una transformación que conquistó a millones, se desvanece frente a la realidad terca, que no obedece los dictados de palacio, único lugar donde se genera la verdad oficial que no puede refutarse y mucho menos se plantea autocríticas.
El camino empedrado es asumido con una lógica cuasi religiosa de redención que no entiende la naturaleza del servicio público, la necesaria humildad de mirarse desde ojos distintos, desde espejos que no presenten la o las imágenes que se desean sino las que existen afuera y son vividas por millones.
Los discursos machacones, las frases reiteradas, dichas desde hace años pierden fuerza; han agotado a sectores que se aferraban a ellas, ávidos de encontrar cómo romper con los años de cinismo, corrupción y arbitrariedad que establecían un México profundamente desigual, arbitrario e injusto forjado por un modelo de quehaceres económicos y políticos que subordinaron los esfuerzos, las luchas y logros de un espíritu democrático que, a empujones, impulsó y construyó ideas e instituciones.
Iniciamos el 2023 con la confirmación de una derrota moral de las banderas que enarbolaron y les abrieron espacios determinantes al actual grupo en el poder. Las promesas incumplidas sobre la atención de hechos y situaciones heredadas; el discurso triunfador que, vacío de sustancia, se ha ido convirtiendo en otro más de los ofrecidos en las campañas de antes y ahora, de esas en las que se promete asumiendo que no se cumplirán pero sirven para arribar al poder.
Iniciamos el penúltimo año del actual ejercicio público y político, con más pendientes y desaciertos, pero con un mandatario demasiado orgulloso de su relevancia para el presente y futuro del país, seguro de que él y solo él, sin necesidad de nada ni nadie, podrá resolver todos los males. Una verdad despótica que se enseñorea en el convencimiento de la propia trascendencia, la soberbia del hombre que dice estar destinado a ser parte inigualable de nuestra historia.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Cuando aceptar un plagio se parece tanto a una derrota moral.
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