Los problemas nacionales requieren mucho más que “prédicas iluminadas”, exaltaciones a refugios morales o verdades únicas. La complejidad de las circunstancias en las que nos encontramos todos los mexicanos, no pueden reducirse a esas sencillas formas del discurso autocomplaciente que busca tan solo el regocijo de los oídos predefinidos, del auditorio de los “míos”.
Es necesario levantar la vara de la discusión política nacional, sobrepasando el sitio de banalidad y descalificación visceral en que se encuentra actualmente, sobrepoblada de elementos intrascendentes para la solución de los problemas.
Encasillada, la política nacional es simplificada hasta el absurdo de la visión binaria, a los paquetes de buenos y malos, reduccionismos que solo sirven para manipular la construcción de odios y muros insalvables, donde los únicos ganadores son quienes utilizan esos escenarios para incrementar su poder, donde al final pierden las mayorías, y en futuros previsibles, perderemos todos.
Siempre ha sido muy claro que los problemas que nos aquejan no eran ni son fáciles de enfrentar. Quien pensara que en 15 minutos los resolvería, o que se pueden burlarse con la estupidez del “haiga sido como haiga sido” o con la “sesuda” disertación de entender nuestras desgracias como una situación cultural muy mexicana, o pensar que sacando pañuelos blancos las cosas están mejor, no solo engañan sino que no resuelven nada.
El compromiso de cambiar nuestras precarias condiciones solo podrá lograrse abandonando los lugares comunes y los discursos extremos, avanzando con decisión en la transformación real de las formas y comportamientos que tanto lastiman a nuestra sociedad.
Ello implica reconocernos plurales y diversos, reunidos en visiones de mayor estatura política, entendiendo las obligaciones democráticas que a tirones se han ido construyendo en nuestro país y que ahora parecen un estorbo para “gobernar” y por tanto están siendo socavadas, minadas por la intransigencia, por el desprecio a una
historia de luchas para conformar acciones, valores e instituciones que, aun en sus dificultades, dan aliento político democrático y contra los autoritarismos.
Rescato a mi amigo Agustín Mantilla que hace poco nos recordó una historia ochentera que pareciera para muchos haberse olvidado. Una gran historia de un movimiento democrático, que “construyó puentes para transitar del autoritarismo a nuevas formas de gobierno, creando instituciones que le garantizaran a la sociedad un mejor rumbo”. Los esfuerzos realizados dieron frutos que podrán ser discutidos, cuestionados en tanto a la solvencia de instituciones construidas y que siempre podrán mejorarse, pero sin duda que mucho se hizo y se perfiló.
Los debates que requerimos de la clase política, de la sociedad civil, deberán abrir oportunidades, asumiendo que vivimos, y que bueno, en una sociedad plural, multiétnica, la cual, pese al tufo autoritario de cualquier signo, cuenta con demócratas de todas las ideologías, con hombres y mujeres que desde su postura luchan contra la desigualdad, contra la violencia de todo tipo y la depredación ambiental, contra la violación de derechos humanos y a favor de la diversidad.
Hombres y mujeres de todo signo que aspiran a dirimir ideas y razones en ambientes de tolerancia y juego democrático, que exigen resultados y no ser tachados de enemigos o traidores a la patria por tener opiniones distintas al gobernante.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¿Y después de la militarización? |
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