Como su nombre lo indica, la Guía Ética para la transformación de México es solo una pauta, una serie de conceptos dirigidos más a abrir un debate entre los mexicanos sobre la necesidad de contar de manera colectiva con parámetros éticos y morales que orienten nuestras acciones, tanto en lo personal como en la convivencia con los demás.
Se podrá estar o no de acuerdo con sus promotores, se podrá incluso sostener que la guía es incompleta, como al parecer lo está, pero no puede negarse que la discusión sobre los temas morales y éticos se justifica plenamente en un país donde los valores se han relativizado, entre ellos el respeto a la vida, lo que ha hecho de nuestra sociedad un lugar donde la inseguridad y la violencia han tomado carta de naturalización.
Tampoco puede negarse la pérdida y el relajamiento de valores y principios a lo largo de décadas, alentados por el individualismo depredador del modelo económico capitalista, cuyo fin no solo ha sido producir riqueza sino acumularla, incluso a costa de la explotación o el abuso del trabajo de los otros; esta realidad ha roto muchos de los lazos de fraternidad y solidaridad que deberían unirnos como habitantes de un país con un origen, una historia y un espacio vital común.
La enorme desigualdad social que prevalece en México, donde unos cuantos poseen la mayor parte de la riqueza, mientras millones tienen apenas lo indispensable para subsistir cada día es una situación que habla del egoísmo que ha prevalecido en nuestra sociedad, y que inevitablemente ha llevado a la disgregación y a la falta de cohesión entre los mexicanos, pues aunque en teoría y según la ley todos somos iguales, en los hechos hay enormes disparidades materiales que limitan las posibilidades de vida, desarrollo y bienestar de las familias mexicanas.
En ese contexto, es necesario y se justifica plenamente que desde el gobierno se realicen las acciones que permitan atenuar las desigualdades sociales, en el marco de un Estado de bienestar, y que al mismo tiempo se promuevan valores y principios que alienten la solidaridad, la fraternidad, la justicia y el respeto entre los unos y los otros, de tal modo que permeen en la sociedad y en las relaciones cotidianas de los mexicanos para mejorar de manera paulatina la calidad de vida de todos, no solo de unos cuantos.
Es posible que a la Guía le falten conceptos fundamentales, como el de responsabilidad, que debe ser uno de los ejes en la vida personal, pero principalmente de quienes ocupan un puesto en la administración pública; el de solidaridad, que nos permite cultivar actitudes y sentimientos que nos unen y cohesionan como seres humanos con nuestros semejantes; el de generosidad, que nos permite ayudar en la medida de nuestras posibilidades a quienes necesitan; el de la búsqueda del bien, que es un principio fundamental de nuestra vida en sociedad y el del derecho a la recreación y a la convivencia pacífica, entre otros.
Sin embargo, la Guía Ética es un esfuerzo – como lo han sido los códigos de ética implementados dentro de las dependencias públicas en los últimos años – para abrir una discusión nacional, no solo dentro del gobierno y en los partidos políticos, sino en todas las esferas sociales, y sus resultados serán visibles en la medida en que los mexicanos la enriquezcan y la adapten de forma voluntaria a sus particulares condiciones y estilos de vida.
La Guía Ética, en conclusión, no es un documento de normas jurídicas que haya que cumplir de manera obligatoria; se trata de una propuesta cuyo cumplimiento es voluntario; de un documento para que los mexicanos reflexionemos sobre la necesidad de cultivar los valores que sostienen nuestra convivencia y en esa medida mejorar nuestra calidad de vida en un clima de respeto, seguridad y fraternidad. |
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