En no pocas ocasiones cualquier población, el pueblo, preferiría prescindir de las autoridades que hacen gobierno porque con ellas nada bueno se consigue, y sin ellas al menos se ahorrarían recursos públicos. Esto último configura un pensamiento afín a la anarquía, pero los anarquistas históricamente están derrotados porque en la esencia del hombre predomina su condición social y por ende requiere de un órgano rector que unifique y armonice su vida en sociedad. E pluribus unum significa «De muchos, uno», es utilizada como divisa principal en el dólar estadounidense, pero puede interpretarse que simboliza que la unión hace la fuerza, o sea, que sin gobierno reinaría el caos. No es buena la anarquía, por supuesto, pero, obviamente tampoco es halagüeña la perspectiva de un gobierno que privilegia intereses de grupo en detrimento del interés general y en esa lógica implementa acciones usando la mentira como herramienta. De ese fenómeno fue rico en evidencias el gobierno encabezado por López Obrador de lo cual la historia registrará irrefutables testimonios. Porqué en ningún caso el interés de la nación obliga a proferir mentiras para justificar los hechos.
Porque mentira fue haber inaugurado en dos ocasiones la refinería de Dos Bocas y asegurar que ya estaba funcionando, eso no es modelo de buen gobierno. Tampoco es ético crear un cuento en torno de una megafarmacia que superaría el desabasto de medicinas porque las surtiría a todo el país, solo para dejarla en el abandono sin haber conseguido el beneficio buscado y no obstante su elevado costo económico. O de un Tren, como el Maya, al que aún después de inaugurado y exhibido como una obra ¡qué maravilla al mundo! Aún siga recibiendo partida presupuestal para concluirla y mantener lo avanzado; flagrante mentira fue declarar inaugurada la autopista de Sayula a La Ventosa absolutamente inexistente; ¿no es mentira insistir haber acabado con el hucchicol? ¿sería posible calificar todo eso como un buen gobierno? Al margen de lo que opine una gran mayoría de seguidores, así fuera una sola la opinión razonada en contrario, la respuesta es no, y en su momento su significado cobrará la correspondiente importancia histórica. Porque en la euforia enfermiza de la admiración sin límite se alcanzan elevados niveles de dislates, como, por ejemplo, cuando se asume como certera la afirmación atribuida a Fernando Gutiérrez Barrios: “cuando el pueblo dice que es de noche, es hora de encender los faroles”, pese a ser el mediodía, pues como enunciado para convencer que se obedece al pueblo incurre en demagogia porque carece de sustento, concebirla como políticamente correcta equivale equivaldría a creer que efectivamente el pueblo fija directrices de gobierno y no las condiciones socioeconómicas del entorno. Análogamente se pretende honrar a Juárez por su lamentable frase: “a los amigos justicia y gracia, a los enemigos justicia a secas”, sin ponderar la gran carga de poder autoritario que la cobijó. ¡Vaya! ¡ya ni dioses! que no lo fueron, tampoco mesías, como piensan de López Obrador.
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