Durante la época dorada del “perfecto” maridaje entre el pueblo y su gobierno, cuando el 1 de septiembre se celebraba “el día del presidente”, o sea, cuando el primer mandatario rendía su informe a la Nación permaneciendo por horas en “la más alta tribuna” del país derramando lisura y recibiendo estruendosos aplausos del pueblo allí representado, se escuchaba “la danza de los millones” traducida en obras, muchas de las cuales era prácticamente imposible localizar en la geografía mexicana. Todo pintaba un México feliz, viviendo en pleno progreso, avanzando hacia un futuro promisorio ya cercano, todo a juzgar por las palabras presidenciales: economía bonancible, puentes y carreteras modernas, grandes presas para coadyuvar con una agricultura de riego para hacer de México un proveedor gigantesco de materias primas al mundo; el petróleo ya era nuestro, lo mismo que la energía eléctrica toda para los mexicanos. Sin embargo, con el transcurrir de los años las formas políticas han cambiado, el 1 de septiembre el presidente de la república ya no sube a la tribuna nacional para rendir su informe pues lo hace interpósita persona quien entrega el enorme mamotreto que contiene las constancias de nuestro supuesto avance como país, y cada Secretario de Despacho glosa su ramo correspondiente todo en términos mayestáticos. Pero, o dibujan una utopía o están referidos a un país que no es el nuestro porque la distancia entre las palabras y la realidad se percibe cada vez más grande.
Podemos constatar ese fenómeno en nuestra entidad, porque si revisamos el informe que cada Secretario ha rendido ante los diputados al Congreso local las discrepancias entre sus dichos y la realidad son evidentes: que ya bajaron los índices de inseguridad, cuando los hechos de violencia se multiplican por doquier; que el campo ha recibido los apoyos para su completo desarrollo, pero los agricultores día a día se quejan de falta de insumos para el mejor desempeño de sus labranzas; que en materia de Salud hemos avanzado, pero la infraestructura hospitalaria carece del más elemental de los mantenimientos y su plantilla de especialistas es prácticamente nula; que en justicia superamos al pasado, aunque la impunidad sienta sus reales. En la gobernabilidad solo escuchamos la aburrida cantaleta acerca de los afrodescendientes, muchos de los cuales o disimulan su origen o simplemente lo ignoran, porque en la entidad ya no existe esa comunidad identitaria, pero, además, solo fue un burdo pretexto para hacer un futurismo político que la realidad veracruzana terminó por desvanecer. ¿Quién no recuerda el quinto informe “de labores” de Duarte de Ochoa, cuando el tintineo del “Veracruz ya cambió” fue festejado por los presentes con obsequiosos aplausos? Los años han pasado pero lamentablemente la geografía veracruzana, salvo en la alternancia política, sigue siendo un retrato del tercermundismo. |
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