Por Héctor Raúl Rodríguez
En su libro El diablo se llama Trotsky, el escritor y caricaturista mexicano, Eduardo del Río, Ríus, reproduce textualmente una cita, de algún modo premonitoria, de quien fuera uno de los artífices – junto con Lenin - de la Revolución Rusa de 1917.
Al referirse al dictador José Stalin, su adversario político, Trotsky reflexiona: “Una explicación histórica no es una justificación, también Nerón fue producto de su época, sin embargo, después de su muerte sus estatuas fueron aplastadas y su nombre borrado de todas partes. La venganza de la historia es más terrible que la venganza del secretario general más poderoso”.
La sentencia de Trotsky – amigo de Frida Khalo y Diego Rivera y quien fue asesinado en México por un esbirro del dictador soviético - describe a la perfección el lugar reservado por la historia a quienes abusan del poder y lo ejercen de manera absoluta y arbitraria, en agravio de sus semejantes.
En México, en los 200 años de vida independiente, no se han salvado de ese destino ni Agustín de Iturbide, ni Antonio López de Santa Anna, ni Porfirio Díaz o Victoriano Huerta. Sin embargo, otros mandatarios del siglo XX como Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles o Carlos Salinas, cabrían en lo que el historiador Enrique Krauze ha definido como la Presidencia Imperial.
Repasemos.
Con el lema “Sufragio Efectivo, No reelección”, Francisco I. Madero y su lucha por la democracia sacaron a Porfirio Díaz de la Presidencia de México, luego de 30 años en el poder, pero el golpe de Estado de Victoriano Huerta – durante la Decena Trágica - desató el gran movimiento armado y social que fue la Revolución Mexicana, de la cual emergió una nueva Constitución en 1917, aún vigente hasta nuestros días, que incorporó al legado liberal juarista de la Constitución de 1857 los postulados sociales de la Revolución Mexicana, contenidos en los artículos 3°, de la educación pública, laica y gratuita; 27, de la posesión y el reparto de la tierra, y 123, de los derechos de los trabajadores.
El triunfo del constitucionalismo llevó a Venustiano Carranza a la presidencia, aunque al aproximarse la sucesión presidencial el país entró de nuevo en una lucha de facciones, entre los generales sonorenses que apoyaban a Álvaro Obregón, y Carranza que se inclinaba por un presidente civil para pacificar al país. Tras abandonar la ciudad de México, el Primer Jefe murió asesinado en Puebla en su trayecto hacia el puerto de Veracruz.
Con el camino libre, el grupo sonorense llegó a la presidencia con Álvaro Obregón en 1920, a quien cuatro años más tarde sucedió Plutarco Elías Calles. Sin embargo, Obregón maniobró para reformar la Constitución y permitir la reelección lo que significó una afrenta al principio maderista del Sufragio Efectivo No Reelección. Aunque el sonorense se reeligió no llegó a tomar posesión pues fue asesinado siendo presidente electo en un restaurante de la Ciudad de México.
Frente a ese escenario, el presidente Calles reunió al grupo revolucionario para pactar una transición pacífica del poder. De este modo surge el Partido Nacional Revolucionario, PNR, en 1929, destinado a procesar y dirimir la lucha política y la sucesión presidencial en México.
Luego de un breve período conocido como El Maximato, donde Calles se asume de hecho como un poder superior incluso al del presidente en turno, que incluyó la presidencia de Emilio Portes Gil, Abelardo L. Rodríguez y Pascual Ortiz Rubio, en 1934 Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia e inauguró el primer periodo sexenal de gobierno, consolidando la institución presidencial, para lo cual tuvo que mandar al destierro al llamado Jefe Máximo de la Revolución.
En 1938, Cárdenas cambia de nombre al PNR y lo convierte en Partido de la Revolución Mexicana, PRM, con una tendencia ideológica marcada hacia la izquierda, sin duda por eso en 1946, apenas ocho años después, el instituto político cambió su nombre a Partido Revolucionario Institucional, PRI, el partido de la Revolución transformada en instituciones, con una posición ideológica progresista y moderada.
De este modo, mientras en América Latina varios países enfrentaban golpes de Estado y dictaduras militares, el PNR-PRM-PRI logró procesar la sucesión presidencial y la transmisión pacífica del poder cada seis años, desde Lázaro Cárdenas, dando estabilidad política y social al país.
Prueba de ello es que, en 1946 como parte del proceso de modernización del sistema político mexicano, México pasó de la era de los generales revolucionarios – que concluyó con Manuel Ávila Camacho – a la de los presidentes civiles, inaugurada por el veracruzano Miguel Alemán.
La estabilidad política y social de México permitió la creación de instituciones para el avance del desarrollo económico, en un contexto internacional donde el mundo entero comenzaba su reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial.
Desde 1929, el modelo político mexicano –que el historiador Enrique Krauze definió como La Presidencia Imperial- diseñado a partir de la creación del PNR-PRM-PRI, permitió que 11 presidentes de la República llegaran a la presidencia bajo sus siglas: Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
En la segunda mitad del siglo pasado, un veracruzano, Don Jesús Reyes Heroles, convertido en ideólogo del PRI, abogaba por un modelo al que llamó liberalismo social, que articulaba las libertades de la República conquistadas por Juárez en el siglo XIX y el contenido social de la Revolución del siglo XX.
A lo largo de ese proceso histórico-político, mientras la sociedad mexicana se transformaba paulatinamente gracias al Artículo Tercero Constitucional y a la educación pública, laica y gratuita, tres momentos cobran especial relevancia en México: el Movimiento Estudiantil de 1968, en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz; las polémicas elecciones presidenciales de 1988, que llevaron a Carlos Salinas a la presidencia, y el asesinato del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, en 1994, este último, registrado en un contexto de exigencia nacional y presiones internacionales por la apertura y democratización del sistema político mexicano.
Desde mi perspectiva, la muerte de Colosio no fue el principio del fin del PRI como afirman sus opositores. Por el contrario, Ernesto Zedillo – el tecnócrata y priista que tomó la agenda democrática colosista – leyó bien el reclamo social de apertura democrática y dio paso a las reformas electorales que llevaron a la ciudadanización del IFE- hoy INE – lo que implicó que el gobierno sacara las manos de las elecciones y que hubiera mayor equidad en la competencia electoral.
Gracias a ello la oposición ganó la mayoría del Congreso en 1997, la izquierda con Cuauhtémoc Cárdenas triunfó en la primera elección por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y tres años más tarde se registró la primera alternancia en la Presidencia de la República, con la victoria del panista Vicente Fox en el año 2000.
Apenas doce años después de las polémicas elecciones de 1988, México entraba de lleno en la era de la alternancia y el PRI, como partido en el poder, entendió y aceptó su nuevo papel como un competidor más, en una sociedad mexicana plural, informada y demócrata.
Prueba de ello es que, luego de que el PAN ejerció la Presidencia durante dos sexenios seguidos, con Vicente Fox y Felipe Calderón, en 2012 el PRI demostró que podía ganar en la competencia democrática y recuperó la presidencia con Enrique Peña Nieto.
En 2018 cuando se registró una nueva alternancia con el triunfo de Morena y Andrés Manuel López Obrador, que por tercera ocasión buscó la presidencia luego de perder las elecciones en 2006 y 2012, el PRI tampoco fue un problema para que se diera la transición política.
Al igual que el priista Zedillo al panista Fox en el año 2000 y que el panista Calderón al priista Peña en 2012, éste último entregó la banda presidencial al morenista López Obrador sin contratiempos, abonando a la estabilidad política de México.
Habría que preguntarse, en la era de la alternancia y en el marco de la lucha democrática, qué tan dispuesta estaría Morena a entregar la banda presidencial a un opositor en 2030.
Más aún, habría que preguntarse qué tan dispuesta estará Morena a aceptar la venganza de la historia, según la sentencia trotskista. |
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