José Miguel Cobián
Es imposible negar que el presidente López Obrador solo puede transitar en la vida pública mediante la confrontación. Desde que llegó al poder se ha dedicado a confrontarse él y sus seguidores con el adversario real o inventado que el día a día le pone enfrente. También es imposible negar que es un presidente a modo para una mayoría de mexicanos, que disfruta dichas confrontaciones, ya que o bien es sensible a las historias sensibleras, o aprovecha el momento para desquitar agravios que vienen de otros momentos de su propia historia.
El pueblo mexicano no es tonto, aunque sí manipulable. Como contraparte, no tiene una visión de largo plazo, debido a que no posee ni los conocimientos ni la capacidad para comprender el destino al que nos lleva cada política pública implementada por los poderes del momento.
Así, una y otra vez, México se reinventa cada sexenio. Lo que ayer era pecado mortal, hoy se convierte en virtud pública y mañana se vuelve a convertir en pecado mortal. Por ello, el mexicano no se toma muy en serio lo que dicen los políticos, comenzando por el propio presidente de la república.
Hay voces que indican que todo lo que ha dicho lo ha cumplido. Lo mismo lo dicen sus defensores para probar la valentía del prócer, como sus detractores, con el fin de demostrar el rumbo al precipicio al que nos lleva. Curiosamente la realidad muestra que no, que no es un hombre que ha cumplido, ni para bien ni para mal. Por el contrario, es un hombre que disfruta el poder, que disfruta los reflectores y que disfruta hacer lo que le viene en gana, sin importar nada más.
En función de ello ha dividido al país entre aliados y adversarios. Y los mexicanos felices participando en uno u otro bando. Si ahí terminara todo, ya de por sí sería grave. Pero el problema es que hay extremos que manipulan y tratan de beneficiarse de esta división generada desde la cúspide del poder. Los ultras, esos de ultraderecha o radicales de izquierda son los que exacerban aún más las divisiones del país, que no nos llevan a ningún lado.
He participado en diversos grupos a favor y en contra del gobierno. Ahora que se acercan las elecciones se nota aún más que la sociedad mexicana no está preparada para convivir como sociedad civilizada. Desde los dos extremos mienten, desde los dos extremos manipulan. Desde los dos extremos utilizan las emociones primarias para tratar de controlar mentes. Veo personajes que cualquiera pensaría tienen un poco de criterio, ya sea prácticamente elevando a los altares al presidente, comparándolo con un santo o sacrilegios peores como el de Atolinni que comparó al presidente con Jesús. Y por el otro lado veo deseos sinceros, de esos que salen del corazón, hasta de la muerte del presidente.
Andrés Manuel parece disfrutar de la polarización de México sin acabar de entender que dividir a una sociedad ya de por sí dividida y con rencores ancestrales es un grave error de un jefe de
estado. Equivale a añadir un poco de nitroglicerina un cargamento de pólvora, alcohol y gasolina, que circula a gran velocidad por un terreno muy accidentado. En cualquier momento puede darse un estallido social.
Dice un viejo refrán campesino: ¨con éstos bueyes tenemos que arar¨…. Porque es lo que hay. Ni modo que el arriero cargue la yunta. La inteligencia mexicana, los pensantes, deberían de promover una y otra vez la diversidad de tonos, evitar los blancos y negros, hablar de toda la gama de grises, o mejor aún de toda la gama de colores que caben entre ambos extremos. Esa misma diversidad existe en México, y por México se debe evitar un maniqueísmo político que deriva en una división total de la sociedad.
Cada vez que México se ha dividido entre buenos y malos. Corre mucha sangre. Ni los adversarios deben permitir abusos, pero tampoco radicalizarse, ni tampoco los aliados del gobierno deben de aplaudir todo. Ni todo es malo ni todo es bueno. Eso aplica también a la acción de gobierno. Cada persona, cada ciudadano, cada mexicano, debe de analizar y decidir si una decisión, si una acción gubernamental es buena o mala.
Debe comprender que tenemos un presidente que disfruta de la política al estilo antiguo. Esa que implica engañar al oponente, distraerlo, y cuando menos se lo espere, aplicarle la llave que lo derrota en cada aspecto de la vida pública. Ni unos, ni otros debemos distraernos, en nimiedades, lo que importa es el futuro de México. Un México de todos.
Y para ello se requiere comenzar a dialogar entre sordos. Entre necios que no entienden razones. Verdaderos necios que hacen maromas para defender sus ideas sin escuchar los argumentos de los demás, y sin ceder un ápice en su criterio, incluso cuando se les demuestra una y otra vez que están equivocados. Y no, no hablo nada más de los ¨otros¨, hablo también de los ¨otros de los otros¨. Es decir, me refiero tanto a defensores como a críticos del gobierno. En ambos extremos sucede exactamente lo mismo.
Es como si amlovers y amlohaters estuvieran en ambos lados del espejo. Los dos grupos se miran a si mismos y son incapaces de mirar y entender lo que está del otro lado de ese espejo en el que se miran todos los días, con el que discuten con una necedad por demás absurda y ajena a la especie homo sapiens sapiens… quizá lo que sucede es que estamos perdiendo ese último sapiens y hay involución.
Fuera de eso, a divertirse con las elecciones, que en México las vemos como partidos de futbol, total, gane quien gane, casi siempre nos va igual o peor. Pero eso sí, sugiero que sin difamar y sin ofender. De los ciudadanos depende elevar la contienda electoral más allá del chisme y el argüende.
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