En agosto de 1936, al pie de un olivo, en los tiempos temerosos de la Guerra Civil española, su poeta insigne, su máximo poeta, Federico García Lorca, fue fusilado junto a un maestro de escuela y dos banderilleros en el camino entre Viznar y Alfacar, en Granada, su Granada. Las balas de las bestias mataron la poesía. Moría Lorca y una leyenda se formaba. El máximo poeta español de la Generación del 27. El más universal de ellos. Al que México quiso asilar, como una vez lo quiso hacer con Pablo Neruda, y la mano extendida llegó tarde. La muerte convertida en sangre se les adelantó. Tomó ventaja. El misterio desde aquel 1936 es que no encuentran su tumba. Dónde fueron enterrados sus restos. La Junta de Andalucía subvencionó en 2009 excavaciones para dar con el poeta, en el parque de Alfacar que lleva el nombre de Federico. Recurrieron a la gente del pueblo y a los biógrafos como Ian Gibson. Nada encontraron. Han removido suelo sagrado y nada. Las palas no dan con esos huesos. La Ley de Memoria Histórica permitía buscarlos. A quienes fueron asesinados, fusilados y sepultados clandestinamente. Porque así, en la clandestinidad, escondían su vergüenza de tal acto bestial. No encuentran la Tumba de Lorca y un juzgado de Granada archivó esa causa. Pero entre eso, busqué el señero poema de Antonio Machado: “El crimen fue en Granada”. Comparto un extracto:
“Se le vio, caminando entre fusiles / por una calle larga, salir al campo frío / aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico / cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos / no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva!.
Muerto cayó Federico —sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen sabed — ¡pobre Granada!—, en su Granada’.
Se le vio caminar... Labrad, amigos, de piedra y sueño en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga:
El crimen fue en Granada, ¡en su Granada! |
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