Si bien las fechas del calendario Gregoriano que nos rige a partir de 1582 son de uso convencional, tradicionalmente, y más aún en poblaciones mayoritariamente católicas, el mes de diciembre se reviste, o lo revestimos, de especial significado. Para quienes profesan la religión cristiana es el nacimiento del niño Jesús el punto de inflexión más importantes, la Navidad que millones de mexicanos celebran. Pero, además, las relaciones económicas que actualmente imperan dan origen a mercadotecnias que invaden la conciencia pública y se adueñan de ella. Su motor es el consumismo, en su parafernalia se genera un ambiente en donde todo llama a la amistad y los buenos deseos para el prójimo. En ese caldo de cultivo fermenta el sentimiento de ternura y se acondiciona la mente para “los buenos” propósitos de fin de año y el inicio de otro. Ya mediando enero todo vuelve a su cauce, como Sísifo elevando la gran roca hacia la cúspide de la colina para en diciembre volverla a rodar hacia abajo en eterno cumplimiento de su castigo.
Y en esas estamos ahora mismo. Felicitaciones, abrazos, reflexiones (como esta), nacidas unas del automatismo, otras desde el corazón. En lo público, para bien de la mayoría, desear que haya buenos gobernantes, que den resultados para el bienestar social, que no mientan porque ya poco engañan; que entiendan su verdadero rol, no son mandantes sino servidores públicos obligados a hacer bien su trabajo porque están bajo el escrutinio público y la ciudadanía se reserva el derecho de denunciarlos cuando así se precise. En lo personal y familiar desear buena salud y bienestar a familiares y amigos, con ese binomio se tiene casi todo. Lo de la “abundancia” que muchos piden, se consigue con educación y trabajo, de vez en cuando con el Melate y la Lotería. Así que muchas felicidades, gracias al 2025 que ya se va, bienvenido 2026, que sea para bien. |
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