Todos los días leo críticas por los resultados de las encuestas que muestran una aprobación arriba del 60% a la actuación del presidente López Obrador. Las muestras de desesperación son muy variadas, dependiendo del nivel de afectación o indignación de quien expresa su opinión al respecto.
Entiendo que el bono de principio de sexenio, el bono de la confianza del elector todavía sigue vigente. Basta comparar los porcentajes actuales, con los que tenían sus antecesores, de Salinas a la fecha y podremos observar que son similares, lo cual visto a toro pasado suena muy extraño, pues cada presidente ha sufrido el juicio de la historia y hoy no podemos afirmar que los sexenios de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña o Andrés López son igual de exitosos en su inicio de gobierno, y mucho menos, que terminaron con una aprobación similar todos ellos, para pronosticar una aprobación similar para el actual gobierno. De hecho la aprobación de Peña fue de las peores el último día de su sexenio.
Quebrarse la cabeza todos los días, para tratar de entender las razones, es un esfuerzo inútil. Tengo conocidos que incluso piensan que ellos traen cargando una loza de mala suerte, pues no conciben que otros estén tan optimistas respecto del sexenio. Hay quienes piensan que la situación está mal en su ciudad, en su zona, en su área económica, pero que el resto del país debe de estar en Jauja, pues mantener la popularidad del presidente López arriba del 60% resulta por demás fuera de su propia realidad.
Sin embargo, quizá la explicación está por otro lado, por el lado de la cultura, la forma de ser del mexicano. Baste recordar que somos muchos los que simpatizamos con el cruz azul, que para quienes no son fanáticos del futbol no significa nada la explicación y por eso procedo. El cruz azul es un equipo que tuvo sus grandes glorias hace ya varias décadas, y a partir de esa fecha, quedó como un equipo grande en el imaginario colectivo, pero en realidad bajó de nivel, y nunca lo volvió a recuperar. Así llega esporádicamente a semifinales o a finales, y siempre se queda en el ¨ya merito¨. Sin embargo, todavía tiene muchos fieles seguidores. El caso extremo es el equipo Veracruz, el cual rompió récord mundial de partidos sin ganar, y aún así, tiene a sus hinchas que lo defienden a capa y espada.
En el caso de AMLO y su gobierno, la situación es similar. A unos más tarde y a otros más temprano, nos llega el momento de la desilusión. Notamos que no se cumplen las expectativas que se tenían al principio de su gobierno, y luego pasamos por el largo proceso de negación. Trata uno de justificar cada uno de los actos de gobierno, que si no fuera uno fan o hincha de Morena, de inmediato serían rechazados.
Pero… ahora los realiza el ¨equipo¨ político de mis amores. Cuesta mucho trabajo reconocer una realidad que no se corresponde con el mundo mágico en el que a los mexicanos nos gusta vivir.
Recordemos que México es el paraíso del realismo mágico, mismo que nos ha traído fama internacional gracias a películas que lo utilizan una y otra vez, lo cual hace que para el resto del mundo, México sea muy peculiar y particular, pues no hay otro país en dónde la población disfrute vivir en un entorno en el cual se mezcla la realidad y la fantasía, los hechos y los deseos de cada mexicano. Esos que son adquiridos al mayoreo, por una gran parte de la población y que poco a poco, sufre el baño de realidad.
Digo sufre, porque el duro trabajo de reconocer que me equivoqué al evaluar a los candidatos y sus políticas, a quienes otorgué mi voto no es fácil. La autocrítica no es una cualidad propia del mexicano. Incluso si no otorgué mi voto, me emocioné con los primeros discursos, defendí la lucha contra la corrupción o algún otro proyecto o programa anunciado por el nuevo gobierno.
¿Hoy como puedo decirme a mi mismo y a los demás que me equivoqué? ¿Cómo puedo aceptar que mi mundo mágico, en el cual los males de México se resolverían con el combate a la corrupción?, era eso, un mundo mágico, imaginario, igual que el mundo de Oz o la tierra media.
La realidad del mexicano es muy triste. Una realidad de inseguridad constante a lo largo de su vida. Sin ahorros que ayuden en una emergencia, sin seguridad jurídica, sin saber si salgo de mi casa a trabajar o a estudiar y regresaré en la noche. Sin mucha esperanza de un futuro mejor. Y hoy incluso, con el fantasma de una crisis económica a mediano plazo.
Así, el mexicano prefiere vivir en un mundo imaginario, en el cual, a quien le brinda su apoyo, aquél en quien confía, su gran padre, el presidente López en este caso, es serio, formal, cumple las expectativas, le mejorará la vida. El mexicano sabe que por sí mismo, salvo escoger el camino criminal, le será muy difícil lograr una movilidad social. Sabe que no esta bien preparado para la competencia nacional e internacional. Sabe que le pagarán poco, sabe que hay afuera muchos que tratarán de abusar de él, en la vida diaria y en los negocios. Por todo ello, espera la solución desde el exterior. Incluso no sabe como organizarse para mejorar su propia vida y su propio entorno, por ello necesita de un tlatoani, a quien le otorga su lealtad.
Aceptar que el tlatoani sexenal le falló, es complicado, es difícil. Salvo aquéllos que desde el primer día habían entregado su lealtad a otro tlatoani, llámese Anaya o Meade, e incluso muchos de ellos, al llegar AMLO, le entregaron su amor incondicional.
Hoy, mañana y pasado, saberse traicionados en ese amor incondicional. Reconocerse como engañados, aceptar que una vez más, tenemos más de lo mismo,
será un esfuerzo sobrehumano. Sobre todo, ante la propia negación de la realidad, para continuar la vida en ese mundo mágico donde el tlatoani se preocupa por mi y resuelve mis problemas.
Poco a poco, la realidad se impone. Poco a poco, a pesar del deseo inmenso de creer todo lo que se afirma en la mañanera, la realidad, la dura realidad nos saca de nuevo de ese mundo mágico.
Así, que no hay que pensar mal de las encuestas. Simplemente continúa la negación. Es cuestión de tiempo para que la realidad obligue a la mayoría, salvo a los más recalcitrantes a reconocer que su mundo mágico sólo existe en el imaginario colectivo. Un mundo mágico hoy cuidado, creado y dirigido por un genio de la propaganda, de nombre Epigmenio Ibarra.
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