El poder político nació limitado. Primero se trató de limitarlo por fuerzas naturales. Después se trató de sujetarlo a lo divino. En la Grecia Clásica ya se le sometió a reglas secularizadas. En la Roma Antigua aparecen que reclaman que actúe conforme a leyes. En el feudalismo se abren paso limites que el traspasarlos no sólo puede llevar a la deposición del monarca sino al cadalso. La Revolución francesa no sólo lo limita por derechos naturales sino por la voluntad popular.
Desde el 2018 vemos un desenfrenado afán de Amlo y todos los gobiernos morenistas por destruir todos los límites que se han ido fijando al poder, para hacer de él un verdadero poder político, es decir, un poder al servicio de la comunidad. Es cierto, estaban, al iniciar este gobierno populista, en un buen trecho, en etapa nominal y faltaba mucho para llevarlo a una fase normativa, pero no se olvide que el constitucionalismo es un proceso, no un acto súbito. Lo cual ni es argumento para negarlo y menos para enviarlo de un plumazo a la basura.
No pocos especialistas expresaron su preocupación, que este gobierno arrancara con una consulta para decidir sobre la construcción o no del aeropuerto de la CDMX, a todas luces al margen de la ley, sin la invalidación, como correspondía, del Poder Judicial. Posteriormente se pusiera asignar contratos de obras y adquisiciones sin licitar, como la ley ordena. Tan escandaloso que hoy se habla de que más del 70 por ciento de esos contratos se han adjudicado de manera directa a amigos y empresas fantasmas. Sin que haya un poder que vigile y controle estas arbitrariedades. La supresión de guarderías y el Seguro Popular, se ha realizado bajo señalamientos de corrupción que quedan en puras difamaciones. Tampoco se ha pronunciado la autoridad judicial sobre estos hechos.
Se han despojado de sus bienes a muchos enemigos del gobierno de Morena, sin el debido proceso. Es de dominio público que el crimen organizado, para corresponder al cobijo que ha encontrado en la política de " abrazos no balazos" intervino a favor de Morena en las pasadas elecciones. Caso en el que la Fiscalía General de la República se ha hecho cómplice con su silencio.
Este fin de semana el País se cimbró con la investigación del periodista Carlos Loret de Mola, que pone al descubierto la descomunal corrupción que en la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, está involucrada, y por si fuera poco, su titular, pareciendo querer darnos el motivo de esa corrupción, llama no a defender al Estado sino al gobierno de la 4T.
Tomando en cuenta que desde el inicio de su sexenio, el Presidente López Obrador, expresó públicamente que si por él fuera desaparecería al Ejército, puede leerse, este escándalo de corrupción comuna maniobra de Amlo para terminar, lo que no sería otra cosa, al acabar con toda su credibilidad. Anteriormente habíamos observado hechos de corrupción en uno que otro de sus miembros, pero nunca en la institución. Lo que empezó contra Los Pinos, contra el Estado Mayor, contra el general Cienfuegos, que primero aprovechó para anunciar una limpia y después reculó, siguiendo una voltereta, que la corrupción podría mostrar que su obsesión por destruir al Ejército sólo cambió de método.
El problema no es únicamente que Amlo termine con la reputación y con ello con la vida del Ejército. El mayor problema es rehacer una institución que llevó décadas hacerla nacional y profesional, corrompiéndola y haciéndola partidista.
La destrucción moral del Ejército comenzó cuando este gobierno lo retiró y puso de rodillas ante el crimen organizado, pero este escándalo de corrupción en la construcción del aeropuerto de Santa Lucia, es su fin.
Si límites en el Congreso, sin límites en la SCJN y sin sentir la presencia de un Ejército que resguarde la Constitución y el Estado, no quedan más contrapesos que el INE y uno que otro órgano autónomo, las universidades y escuelas que están fuera de la férula del poder y la prensa critica.
En los medios impresos y electrónicos está el último reducto para contener la barbarie. Lamentablemente no en todos. Como hace poco me decía un miembro de la revista Nexos. Si cuando esta revista recibió las primeras señales de que en el gobierno de Amlo, no había más que plegarse o la represión, nosotros nos hubiéramos arrodillado por unos cuantos pesos, estaríamos circulando, pero como no aceptamos dádivas, es que sufrimos represión y destierro.
Quienes escribimos y quienes han construido un espacio para la noticia y la reflexión estamos en la misma disyuntivas de nexos o imploramos piedad ante los gobiernos morenistas para llevarle a nuestros hijos un pedazo de pan manchado por la vida que se quita a los niños que se deja morir por falta de medicinas y las vidas de quienes son perseguidos por no secundar al oficialismo o nos decidimos a hacer de estos espacios y la reflexión un valuarte de lucha por restaurar un poder limitado por el derecho y los equilibrios republicanos. Mantengámonos atentos de nuestro trabajo, para saber quién prefiere vivir con dignidad y quién prefiere postrarse por cualquier dádiva. No se valen pretextos hoy que ya sabemos que los gobiernos de Morena son mucho peores que los del PRI. Opongamos la razón a los actos de fe
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