¿Cuál es el talón de Aquiles de la 4T? Muchos piensan que es Donald Trump, sin embargo, Mr. Trump no sería tan impositivo con el gobierno de México si la situación económica fuera diferente. El presidente del vecino del norte solo aprovecha la debilidad que él encuentra para negociar con otros países, brillante como es, descubrió que la nuestra es la economía y por allí aprieta al gobierno de México para que siga sus órdenes.
¿Cómo llegamos a donde estamos? Por decisiones equivocadas, decisiones tomadas al alimón o peor aún decisiones tomadas con las tripas, es decir con coraje y rencor en lugar de con análisis claro y profundo de nuestra realidad.
México parece tener dos presidentes, uno dedicado a aislar al país, reduciendo o eliminando alianzas con el poder del olvido y del desdén. Este mismo invierte mucho de su tiempo en dividir al país entre los buenos que lo apoyan y los malos que lo cuestionan, como si cuestionar a un funcionario fuera algo inmoral, y como si la sumisión a sus decisiones fuera una cualidad. Este presidente también ataca a los sectores productivos, todos los días los acusa de todos los males, de corruptos, de ventajosos, de abusivos, al grado que un día si y otro también cancela proyectos de inversión como las rondas petroleras, los farm outs, el electroducto de la ventosa, gasoductos, etc., incluso tiene totalmente detenida la industria de la construcción, y genera desconfianza en inversores internos y externos por las malas decisiones tomadas, como la cancelación del aeropuerto de Texcoco sin ninguna justificación, pues en abril su secretario de comunicaciones informó que no hay rastros de corrupción en la construcción, mientras que las justificaciones ecológicas no pasan la prueba del comparativo con la opción de Santa Lucía, que a fin de cuentas resulta más perjudicial para el entorno que la alternativa original.
Este presidente enemigo de la economía decidió invertir los escasos recursos de que dispone PEMEX en una refinería que todos los analistas han determinado que no será rentable para el país. Decidió también construir un tren en la península de Yucatán que también está definido desde hoy como un fracaso económico, pues jamás recuperará la inversión realizada, y con beneficios sociales francamente dudosos, aunado a un terrible daño ecológico.
A todo lo anterior, ese presidente enemigo de la economía, decidió ubicar como subsecretario de hacienda a un personaje que ha quedado en ridículo ante los inversionistas internacionales, pero que mantiene porque es de los pocos técnicos en quien confía. Ha instalado en la secretaría de Energía a una amiga que también ha demostrado su desconocimiento del ramo, igual que a un ingeniero agrónomo en la dirección de PEMEX en quien los mercados y sus pares petroleros solo consideran un absoluto desconocedor del tema petrolero.
Si a ello le sumamos el devolver el poder de decisión en la ya de por sí malísima educación pública a los sindicatos que la tienen postrada, un manejo terrible del presupuesto, que si bien se maneja equilibrado, destina cantidades enormes de recursos a proyectos sociales que en ningún país ni en un momento de la historia han demostrado ser eficaces para combatir la pobreza, y cuya única utilidad es la compra de voluntades con vista a las siguientes votaciones, tenemos una receta perfecta de desastre económico.
La otra parte de la personalidad del presidente, manda mensajes totalmente opuestos, pues invita a la iniciativa privada a invertir, e intenta atraer a la inversión extranjera. Lo malo es que cada vez que lanza una proclama en ese sentido, manda también un mensaje opuesto. Por ejemplo, todos sabemos que para invertir debe de haber un estado de derecho, un país donde las leyes se cumplan. El presidente manda al diablo las instituciones, y cuando un juez federal le impide continuar con alguno de sus proyectos, afirma en la tribuna pública que nada lo va a detener.
Cuando hay un proyecto con estudios y análisis que muestran su viabilidad e incluso su necesidad, el presidente decide mediante votación alzada en un mitin su continuación o rechazo. Violando incluso la propia idea de democracia, pues un grupo de personas interesadas, incluso invitadas por un partido político, no representan a la totalidad de la población a nombre de la cual están aprobando o rechazando un proyecto. A ojos del extranjero, tomar decisiones así, muestra a un presidente demagogo, populista y mentiroso.
Los despidos, el desempleo, detonados por las políticas públicas van en aumento. Hoy por hoy podemos afirmar que los grandes corporativos redujeron personal en rangos que van del 10 al 35% de su plantilla laboral. Ello aunado a los despedidos por el sector público, que día con día se acumulan en número. Sume usted a los afectados por la parálisis de la industria de la construcción, así que la crisis anunciada por los adversarios del presidente se acerca a pasos agigantados, lo más grave es que no puede culpar a nadie, salvo su propio gobierno y sus propias decisiones. El peor enemigo del presidente es el propio presidente.
Si acaso algún ingenuo quisiera invertir en México y crear empleos y riqueza, el incremento de la inseguridad, la incapacidad manifiesta a nivel federal y a nivel de la mayoría de los estados del país, invitan también no solo a evitar esa inversión sino a desinvertir, para acudir a países con mayor estabilidad social.
Así, la receta para una crisis que desde enero vislumbrábamos, hoy se convierte poco a poco en realidad. Mientras tanto, los ingenuos, los desinformados, y aquéllos que se aferran a una esperanza que hoy parece fallida, siguen sin abrir los ojos a una realidad apabullante y lamentablemente desoladora.
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