De Paris se tejen frases, historias y relatos. Quien conoce París siempre quiere regresar, o decirle como el gran Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en Casablanca: “Siempre nos quedará París”. Wikipedia: “Fue Rick quien empujó a Elsa a subir a ese avión. Nunca más volverían a abrazarse, ni podrían decirse lo que siempre desearon oír. Ella se iría para no volver. La separación era inevitable. Era el amor auténtico quien así lo exigía. El mítico final de la película “Casablanca” condensa en una escena esos momentos agridulces en los que uno sabe que es mejor callar, donde la decisión está tomada y es inevitable terminar. Que no tiene sentido alargar una despedida porque siempre quedará algo por decir o un abrazo que dar. Pero Rick –en esa memorable interpretación de Bogart--, supo ver con claridad lo importante: lo compartido nunca se podría borrar; lo recibido permanecería eternamente. Historias inconclusas sin final feliz, palabras pendientes de ser pronunciadas, deseos incumplidos difíciles de digerir, frases desafortunadas causantes de grietas sin retorno… O aquella otra de Paris bien vale una misa (Paris vaut bien une messe) es un tópico cultural originado en una frase, probablemente apócrifa, atribuida a Enrique de Borbón o de Navarra, el pretendiente hugonote (protestante) al reino de Francia, que eligió convertirse al catolicismo para poder reinar (su ordinal como rey es Enrique IV). Desde entonces viene utilizándose con el sentido de la conveniencia de establecer prioridades: es útil renunciar a algo, aunque sea aparentemente muy valioso, para obtener lo que realmente se desea. También en el sentido de afear la falta de sinceridad o de convicciones, o de representar la tolerancia o el indiferentismo, especialmente en cuestiones religiosas. Hay otra también que se volvió famosa por el gran Ernest Hemingway, esa de Paris era un fiesta, la obra más personal y reveladora de Hemingway, quien, ya en el crepúsculo de su vida, narra aquí los dorados, salvajes y fructíferos años de su juventud en el París de los años veinte, en compañía de escritores como Scott Fitzgerald o Ezra Pound, la llamada «generación perdida», según la popular denominación acuñada en aquella época por Gertrude Stein, mítica madrina del grupo. Crónica de la formación de un joven escritor, retrato de una ciudad perdida, oda a la amistad y verdadero testamento literario, París era una fiesta es uno de los libros capitales para entender el siglo XX, así como el universo y la personalidad de uno de sus más grandes creadores.
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