Uno tiene que apresurarse, según la hora del vuelo programado, y partir primero al regaderazo y luego a vestirse en chinga y, si da tiempo, un tentempié mañanero para mitigar el hambre. Siempre llega la hora de partir de regreso a casa, son vacaciones, diría alguien, aunque, una vez dijo Kamalucas, con justa razón, que las mejores vacaciones son las que disfrutas en casa, con tu almohada, tu lugar para comer, tu jardín, si lo tienes o la amplitud de la calle para caminar y, por la noche, a descansar con las almohadas favoritas. Pero los aeropuertos siempre son perrones y tienen sus historias. Conozco algunos aeropuertos y el que más me ha apantallado es el De Gaulle de París, es grandísimo y, cuando el avión aterriza, carretea como si fuera de La Tinaja a Tierra Blanca. Por lo regular llegas con dos horas de anticipación, como ahora lo exigen las líneas aéreas. Allí estás, etiquetas, dejas tus maletas y te dan tu pase de abordar y a meterse entre los chequeos y sacar todo porque a la mera hora puede sonar hasta por una llave que se te ha olvidado. Cuando hay emergencias, y después del 11S de Estados Unidos, apretaron los controles y hubo vuelos que tenías que quitarte los zapatos, ahora ya tienen los famosos Rayos X que logran descubrir si algo llevas. Aunque el mayor atentado de la aviación lo hicieron unos locochones talibanes con un solo ‘cuter’, esas navajas filosas que venden en papelerías por unos pesos. El primer aeropuerto del mundo está en Estados Unidos. Ubicado en College Park, Maryland, el aeropuerto es considerado el más antiguo del mundo en funcionamiento continuo. Fundado en 1909, este aeródromo histórico fue el sitio de los primeros vuelos del Ejército de los Estados Unidos. El que tiene más turismo extranjero es el de Dubái (86.994.365). Y le sigue Londres con (74.909.109). Si uno llega al de Cancún, por lo regular las llegadas nacionales son por la sala antigua, pero para despegar vas a la sala 4 y ahí están las tiendas de lujo, hasta Victoria Secrets, por si quieres llevar unos chones de modelos, y las de artesanías, que para eso somos buenos. Me tomé una foto en Bubble Gump, la tienda que aquí es de suvenires y son restaurantes de mariscos, inspirados en la cinta Forrest Gump, uno ubicado frente al Times Square neoyorkino, con ricas langostas. Dejo atrás la convivencia y el relato de muchos trabajadores en Cancún del hotel Moon Palace, que tienen ligas con Orizaba, uno de ellos, mientras me preparaban un coctel, me dijo que su esposa era orizabeña, orgullosa de esa tierra hoy de turismo avasallador. En el vuelo escribí que ahora andamos ya mucho en la modernidad y en las grandes comunicaciones aéreas, ahora se puede ir a cualquier parte del país y del mundo desde los aeropuertos mexicanos. Se recuerdan aquellas travesías de mata-caballo que se hacían de 12 a 14 horas para tomar el auto desde Veracruz y llegar a Reynosa o mi Matamoros querido y pasar la frontera a Mc Allen o Brownsville, eran los tiempos que aún no aparecía la maluria y podías andar de día y noche. Hoy no se pueden transitar a ninguna hora, y era un emporio para los cazadores de patos allí en San Fernando, venían muchos americanos a ese deporte y hoy no viene ninguno, so pena de que la maluria los desaparezca con todo y rifles y lujosas camionetas. Eran otros tiempos que ya no llegarán, cuando los balazos y no abrazos se apoderaron del país. Ni hablar.
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