Los caminantes como Marco Polo, gran contador de historias, decían que nada hay como un final feliz de regreso a casa, llegar a tu almohada, que te extraña, a los pasillos y a tu tele, a tu reposet, que ya tiene la forma de tu sentado de tanto visitarlo día a día. A encender los canales a tu manera, como en Roku o Netflix o el canal que te apetezca. Lidiar con la mugre autopista de Capufe, que ayer señalaban en las redes sociales que estaban asaltando y el inútil que ya se va no hace nada, ya agarró hueso y a seguir cobrando, o mamando, diría un cuenqueño. En Times Square neoyorkino, presumen que en ese bloque de cuadra, se pueden oír 120 idiomas diferentes, en esa misma calle, aquí en Cancún donde la Riviera Maya se agiganta y engrandece la cultura Maya, civilización milenaria de la antigua Mesoamérica, he encontrado muchos boshitos laborando en este hotel. Todos bien chambeadores, atentos, cuidan el turismo como la niña de sus ojos, y lo de los idiomas lo escribo porque aquí también se escuchan diferentes, el japonés, mandarín, americano, los europeos alemanes y uno que otro cuenqueño. Hoteles de grandeza, donde los servicios se multiplican. De este, llamado Moon Palace, no tienes que salir, llegas, te acomodan en tu cuarto, que están lejanos, construido al pie de los protegidos manglares donde de vez en cuando sale algún lagarto, hay autobuses eléctricos de batería que te mueven de un lado a otro. Jamás volvimos a ver la calle. Tienen un pequeño inconveniente, si quieres ver gente en las playas, aquí no se puede, sus playas son privadas y poca gente se mete, pero eso sí, los parques acuáticos están de primera. Aquellos tiempos mayas del año 7000 AC., cuando los cazadores abandonaron sus hábitos nómadas y crearon asentamientos más estables. Esto era un paraíso olvidado, es decir, no había llegado la mano del hombre hasta que al presidente Echeverría se le ocurrió que podría ser un destino turístico, y ni él mismo imaginó el tamaño de lo que creó aquí. Descubrí poco a poco los grandes restaurantes internos, los de pasta y carnes y uno árabe, un bar disfrazado de librería, con libros viejos que, al abrir la puerta, encuentras una belleza para agarrar la jarra o agarrar por tu cuenta las parrandas, como la Paloma Negra. Debo abordar el vuelo bien temprano el domingo, para llegar en hora y media al aeropuerto Jara de Veracruz, con el cuidado de Dios, de allí sufrir con la mugre autopista de Capufe, que tiene casi un año en una obra pinchona y estos inútiles no terminan y le ponen fin, para que los atascos de una hora o más ya se vayan al carajo, como dice Milei. En fin, aquí nos tocó vivir y tuvimos el peor gobierno del país, y ni modo, a aguantar porque no queda de otra. Relaté lo que pude, caminé los caminos de la selva milenaria y a ratos me sentía Tarzán entre bejucos y lianas, malezas y palmeras, los monos no han salido, aunque dicen los lugareños que de vez en cuando se asoman unos tigrillos buscando comida, los animales salvajes en su hábitat, es de ellos, la mano y la presencia del hombre han irrumpido violentamente en sus lugares, ahora hay protección a ellos para formar una buena convivencia, esto es selva pura. Imaginé un relato como el de Saramago: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por sus tierras, se levantaba del catre y salía al campo, llevando a pastar la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer”. Somos cuentos de cuentos contando cuentos, nada, diría el nobel Saramago. Vi lo que pude, mi coco es mi mejor receptor para captar escenas o anécdotas y luego llevarlas a la computadora para compartirlas con los lectores, el mejor ejemplo es una cita de Benedetti: “No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando), ya te dije que el mundo es incontable”. O como dijo Marco Polo: “Y eso que no les conté ni la mitad de lo que vi”.
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