Como me lo contaron se los cuento, total, somos cuentos de cuentos contando cuentos, nada, y vamos por la vida contando cuentos. La historia la conocí porque uno de los relatores me la contó, José Luis “el español” Medina que, aparte es experto cocinero y hace una paella como las de Valencia mía, jardín de España. Un día de hace tiempo, llegó a Chilapa, dejen les cuento que Chilapa es un pequeño poblado perteneciente al municipio de La Perla, zona serrana pegada a Orizaba, donde las nubes tocan la tierra y donde es una casa de oración y reflexión, el Centro Rafael Guízar y Valencia, un lugar bello, con una estructura para recibir a grupos, lo mismo de las oraciones que de las empresas, con el silencio de las altas montañas, con la vegetación al pie, con el murmullo del viento cuando golpea los árboles, vamos, allí el silencio es oro y con el silencio podría uno emular el poema de Pablo Neruda: “Yo que crecí dentro de un árbol, tendría mucho que decir, pero aprendí tanto silencio, que tengo mucho que callar, y eso se conoce creciendo, sin otro goce que crecer”. Al pie hay una capilla, allí se puede orar con la sabiduría de que Dios oye, debe escuchar a quienes piden su ayuda. Este Centro Misionero, cuando lo conocí hace un tiempo, fuimos atendidos por las dos personas que lo llevan adelante, José Luis y Alfredo Sada, fuimos viendo cuarto por cuarto, el lugar es frio, más aún en esta temporada, a nosotros nos tocó llegar en una llovizna tipo chipi chipi orizabeño y no vimos el Pico de Orizaba, que casi se ve de frente y se toca en la inmortalidad, como cuando en aquella Vincoli, la Italia del Renacimiento, en 1505 el gran Miguel Ángel al terminar de esculpir el David, le dio un cincelazo y le dijo: “¡Habla!”. Así es el Pico, creación de Dios y de la Naturaleza que, al verle tan cerca, lo oímos en el ulular del viento.
LA HISTORIA
Pues a ese pueblo, voy con la historia, un día llegó un actor que todavía no era famoso, lo sería tiempo después, el gran Jim Caviezel, que poquito después de la mano de Mel Gibson crearían aquella cinta, La Pasión de Cristo, que fue mundialmente cruda y reconocida, el maltrato a Jesús fue inhumano, pero los historiadores creen que así fue. Este actor dijo que el hacer el papel de Jesús, todo golpeado en su pasión, le cambió la vida. Se volvió más religioso de lo que era y así, quien sabe porque causas, llegó a Chilapa y durmió entre los indígenas, quería hacer unas casas para donarlas, pero le urgía una para entregar, se hizo de los albañiles y los retó. Si la terminan en tres o cuatro días, tienen paga triple, no importa que no duerman. Así lo hicieron, a mil por hora comenzó aquella odisea, haría más casas pero le urgía una, bien hecha con tres habitaciones y cocina. El hombre no quería que en el pueblo se enteraran que era un actor de Hollywood, tampoco lo hubieran conocido, esa gente que vive en la pobreza, apurado conoce la tierra que emplea para extraer las plantas y los viveros donde comercializan todo. Quizá sea como aquella Mi Ciudad, la Chinampa del lago escondido, que busca el cenzontle en dónde hacer nido. Allí todo es vegetación, y pobreza.
LA CASA CONSTRUIDA
Los albañiles terminaron en el tiempo de cuatro días, la meta fijada se cumplió, con sus techos de lámina pero sus paredes fuertes, bien abrigadas porque en temporada de invierno el frió desciende a bajo cero. Jim partiría a filmar La Pasión de Cristo, que lo llevaría a senderos inimaginables. La película recaudó 400 millones de dólares y Jim acrecentó su catolicismo. Luego hubo nubarrones porque Mel Gibson, muy conocido en Veracruz, donde vino a filmar, un día medio happy, cuando agarraba por su cuenta las parrandas, que es muy seguido, habló mal de los judíos y lo tacharon de antisemita, Mel Gibson es creyente y seguidor de la iglesia tradicionalista lefebvrista, del padre Marcel Lefebvre. Jim tenía una duda, a qué familia entregar la casa recién hecha. No lo pensó dos veces, se lo dio a un matrimonio de tres hijos. Los llamó y les hizo la entrega. Los demás del pueblo recelaron, porque el padre de esa familia era borracho y jugador. Quizá en el fondo Jim algo vio. Poco tiempo después, el marido dejó de tomar, puso una tiendita de abarrotes que, al paso del tiempo, se convirtió en la más grande y mejor surtida. Un milagro, pues.
La madre de casa, cuando le hizo entrega, le dijo, en un Náhuatl traducido:
“Jim, no tenemos con qué pagarte”.
“Si tienes con qué pagarme”, dijo Jim, “Recen por mí y recen el rosario diario en familia, para que les cambie la vida”.
La vida les cambió, para bien. Así fue esa historia.
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