Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
En estos tiempos ¿qué vale más la responsabilidad evidente, la preparación académica, la experiencia laboral y política o la voluntad de servir?
Esta pregunta retórica me lleva nuevamente a los griegos. Todas las ideologías que proclamaban la participación, la libre iniciativa, la solidaridad, la igualdad, la libertad eran capaces de hacer creer en los cambios de lo social.
Es imperativo un golpe de timón en Veracruz. ¿Qué vuelta darle a la tuerca sin barrer la cuerda del tornillo político?
Coincido con varios colegas que han comentado recientemente que la invitación, decisión, designación atinadísima muy inteligente del alcalde Ricardo Ahued Bardahuil como secretario de gobierno fortalece a la siguiente administración sin duda de resultado para dar cumplimiento a los compromisos contraídos en campaña política que construye acuerdos y permite la gobernabilidad, eficiente operador.
Como es su costumbre mantiene una constante actividad.
Funciones del secretario de gobierno:
1.- Interlocutor de la gobernabilidad en el Estado.
2.- El rector de las políticas del interior.
3.- Le corresponden relaciones con el Legislativo, con las iglesias, con medios de comunicación, la política poblacional y migratoria y, desde luego los Derechos humanos.
4.- La puerta más grande e importante de la administración.
En otro orden de ideas las transiciones no suelen ser tersas. Con sus excepciones Peña Nieto a López Obrador, son más complicadas cuando el electorado cambia de partido o coalición. Pero aún cuando el poder no cambia de color, siempre hay diferencias, desacuerdos,
contrastes y pactos entre quién sale y quién entra. Esta no será la excepción.
Los mitos son sismográficos de su tiempo, cuando se derrumban, revelan cosas que no sabemos, no queremos o no nos interesa ver. También descubrieron creencias, formas de captar y expresar la realidad que a unos dejan atónitos y a otros con sus falsos datos, en las densas arenas de la frustración.
En varios sentidos, la elección fue un seísmo que tumbó discursos que parecían expresar la convicción de la mayoría de votantes.
Opiniones comunes, unos ingenuos y otras cínicas.
Pero, como en todo mito, imágenes mentales asociadas a la crítica moral más que a la propuesta política en un país que pide ser visto y atendido. Construidas no para recuperar la confianza en las instituciones y representatividad de las políticas públicas, sino para el deseo, casi inconsciente, de que apareciera un justo medio que contenga extremos de pobreza y concentración de riqueza, donde la moralidad ve el vicio y el exceso, en vez de mecanismos de justicia para asegurar derechos.
En definitiva, los resultados son un golpe al mito de la visión liberal de que la democracia puede avanzar sin divisiones ni confrontaciones como en un todo armónico, y aunque sus instituciones no escuchen la inconformidad de las mayorías y la conviertan en políticas públicas contra la exclusión y el clasismo.
Hace casi 10 años José Elías Romero Apis escribió El jefe de la banda, libro que fue generosamente recibido dentro y fuera del país. Más tarde escribió La dama de la banda, sobre la futura Presidenta. Son libros que resaltan lo grato de nuestra política y no escarban en nuestros caños.
Por el bien de México, deseamos que sea una Presidenta que la quieran porque logre méritos, no porque diga mentiras. Hoy muchos suponen que vamos hacia un maximato. Pero bien dice Pascal Beltrán del Río que la futura Presidenta deberá cortar amarras. Si no lo hace por su voluntad, la obligarán los mercados, la ciudadanía, los
medios de comunicación, la opinión pública y hasta nuestros países socios. Y, sobre todo, la realidad. Ningún poder político ha vencido a la realidad.
El maximato es un maximato. Solo existió el de Plutarco Elías Calles y los cuatro presidentes que lo sucedieron. El último fue Lázaro Cárdenas, quién frenó a Calles y hasta lo exilió del país. Los posteriores intentos nunca se realizaron.
Un maximato hoy es irrepetible. Desde luego, los expresidentes alguna vez fueron requeridos para simbolizar la unión nacional, que no unión de partido. Ávila Camacho convocó a Calles y a Cárdenas para sumarse a su equipo durante la II Guerra Mundial. López Mateos invitó a los siete presidentes aún vivos. No tan solo a su antecesor, sino a todos ellos. No como signo de complicidad, sino de unidad.
El maximato es la perversión política que más nos repugna de todo un siglo. Todo lo demás lo hemos tolerado, menos esto. Hasta la ratería, la bufonería o la tontería. Pero la historia no perdona el maximato. Es tan ruin, dañoso y tan odioso que su simple rumor devaluó el peso casi en un 100%. Así también, en 1994 sufrimos el llamado "error de diciembre", con una devaluación repentina del 300%. Zedillo era un prestigiado economista del equipo salinista y con tendencias conservadoras. Jaime Serra fuè el secretario de Economía del régimen anterior y constructor del TLC. Lo que esos talentosos economistas, pero políticos lerdos, no sabía nada de política y no sabía nada de justicia. Ernesto Zedillo culpó al régimen anterior diciendo que "le habían dejado la economía prendida con alfileres".
Carlos Salinas respondió que ¿para qué carajos le quitó los alfileres?.
Volviendo a nuestro tema inicial, Cárdenas desapareció el maximato para siempre. Si leemos bien la historia y la política es para advertir a los expresidentes que no se les ocurra ni siquiera hablar.
Cárdenas no es un símbolo de la soberanía petrolera. Es el símbolo de la dignidad presidencial.
Son días interesantes y complejos para entender cómo se ha desarrollado una tensa dinámica entre la ficción y la realidad. Más allá de sumarse a los cientos de páginas que nos han tratado de explicar el concepto de la posverdad, no se necesitan muchas luces académicas y filosóficas para percatarse que la estrategia gubernamental para crear una percepción de la realidad adecuada a sus propósitos e intereses ha sido más que efectiva y exitosa. No ha sido necesario "ocultar" las noticias, mucho menos en una época como la actual, cuando las redes sociales y su posibilidad de interacción inmediata entre los usuarios se lleva en el bolsillo.
Así, mientras tirios y troyanos, azules, guindas, amarillos, rojos, verdes o naranjas se baten a duelo para determinar quiénes viven en una burbuja, la realidad se mofa de cada una y uno de ellos. Quizá en eso ha radicado el error y el hastío de una parte de la sociedad, que solo puede observar en la partidocracia y supervisión retórica como parte de un absurdo que no corresponde a la problemática que se vive todos los días.
Será habitual que nos seguiremos familiarizando con una visión de la realidad que se convertirá en algo pintoresco, apenas cuadros de costumbres decimonónicos que según el oficialismo, son como excepciones que se magnifican, que se exageran, que no son dignos de un análisis ni de darles la menor importancia. Así, mientras la partidocracia y los corifeos gubernamentales se enfrascan en adjudicar burbujas llenas con los torbellinos de clasismo y resentimiento. Ahora toca reinventar las respuestas.
En otro tema el gran sueño de todo político es llegar al poder, mantenerlo y cumplir con aquello que para él es lo que necesita su país, su estado, su municipio. Es una combinación de ego personal y capacidad de imponer decisiones que afectan a millones de personas.
Esa adicción por el poder es algo que una vez se adquiere, solamente puede ser contenida por un freno institucional que limite la tentación insuperable de seguir mandando de forma indefinida.
Únicamente cuando hay reglas establecidas que ponen límites a las ambiciones naturales de los políticos, aniquilar al oponente para lograr sus objetivos.
Cuando un régimen no tiene la fuerza suficiente para contener los embates del político que se empeña en seguir en el puesto sin poder comprender la finitud de su mandato, estamos ante un escenario de pérdida de estado de derecho y de dependencia total de la voluntad del único poseedor de la verdad absoluta.
En estos tiempos hay decisiones y acciones que no alcanzo a comprender cabalmente. Hoy tenemos repúblicas donde los gobernantes no se comprometen, los candidatos no se obligan y los electores no se interesan. Donde casi nadie quiere reconocer sus problemas porque tampoco quiere asumir sus soluciones ni sus precios.
Donde los que mandan creen ser los más geniales, honestos, únicos y superiores de todos los tiempos, porque viven en una mezcla de onanismo y onirismo, según diría Sigmund Freud y Erich Fromm.
Parafraseando a Séneca, es muy fácil distinguir entre la lucidez y la estupidez.
Lo que es muy difícil es distinguir la línea divisoria entre ambas. Mucha razón tenía ese romano porque no existe ni el perfecto genio, ni el perfecto imbécil.
Quizá por eso, yo sugeriría que nunca se me encuestara ni se me consultara sobre el mejor ginecólogo, ya que nunca he sido atendido por alguno ni lo seré en lo futuro. No hay que consultar a quien no sabe. Sería como preguntar a Kennedy sobre el mejor geriatra, a Gandhi sobre el mejor sastre y a la madre Teresa de Calcuta sobre el mejor abogado. Aquel no envejeció, el segundo no vistió y esta última no delinquió. |
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