Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued
Bardahuil
Nada más revolucionario que leer, en especial, novelas (clásicas y modernas, pero bien escritas y estructuradas), ya que son la posibilidad de asomarse a un espacio que, para el autor, es democrático, en el que confluyen voces distintas, incluyendo al que lee.
¿Quién puede apostar, ahora, que Trump no cumplirá otra advertencia, que hizo antes incluso de emprender su campaña de 2024, de emplear la fuerza militar para dañar a los cárteles de la droga en México?
En una ocasión, en 2023, en un vídeo promocional que aún se puede ver en el internet, y en el que habló del tráfico del fentanilo y de metanfetamina hacia su país, prometió lo siguiente: “Ordenaré al Departamento de Defensa hacer el uso apropiado de fuerzas especiales, guerra cibernética y otras acciones, abiertas y clandestinas, para infligir el máximo daño al liderazgo, infraestructura y operaciones de los cárteles. Designaré a los principales cárteles como organizaciones, terroristas internacionales”.
Hay una frase que me gusta mucho porque es ciertísima en la historia de la humanidad: “Hombres fuertes crean tiempos fáciles, tiempos fáciles crean hombres débiles, hombres débiles crean tiempos difíciles y los tiempos difíciles crean hombres fuertes” (disculpe la falta de diversidad, pero así es la frase) pero el hecho es que las guerras han sido un tema mayoritariamente de hombres históricamente.
La comodidad y las libertades de las que goza occidente son fruto de guerras y de la aplicación de la fuerza. La paz no es gratis ni es una cuestión de voluntad, al contrario de lo que se piensa parte de la adormecida sociedad occidental, convencida de que sólo debe preocuparse por culparse a sí misma de excesos y desfiguros contra etnias o personas, como si esto desapareciera a los enemigos del judeo− cristianismo, A pesar de la autodestrucción moral, la libertad y la democracia que son intrínsecas de la cultura occidental.
Me impresiona mucho que parte de la sociedad americana, mexicana y occidental, harta de tantas guerras innecesarias (otras si lo eran), tenga una aversión tan grande a Israel y sus campañas bélicas desde el 7 de octubre de 2004, cuando fueron arteramente atacados y secuestraron personas de toda religión y de varias nacionalidades.
Israel puso en marcha un plan, que deben haber tenido preparado para la ocasión y se dispusieron a pulverizar a sus enemigos más cercanos con una eficiencia militar sorprendente. Hamás está prácticamente desmantelada y de poco le ha servido esconderse detrás de las faldas de mujeres y niños. La guerra es cruel, siempre lo ha sido. En el caso de Hezbolá, Israel incursionó en territorio libanés y les pasó por encima de una manera que nadie esperaba.
Vale la pena recordar, casi siempre a petición iraní, que este es un pueblo musulmán no árabe, sino persa. Persia tiene una cultura e historia riquísima dentro de la cual siempre se ha comportado como enemiga de occidente. Es paradójico que sigamos estando en guerra virtualmente en la misma zona y entre la misma gente.
El problema actual de Irán no es menor. Como en el caso de Hamás y Hezbolá, su objetivo como Estado islámico es la completa destrucción de Israel y el asesinato de todos los judíos. Me parece un poco complicado mantener la paz vía la negociación y el buen rollito con gente que te quiere muerto. Reitero, la paz no es gratis, se gana.
Israel y Ucrania son las heroicas fronteras de occidente y sus valores.
Y retomando el inicio de la columna, leer es más que comprender un texto. Es un acto de interioridad. Una forma de entrar en contacto con el mundo desde el silencio con uno mismo desde la palabra, y con los demás desde la empatía. A través de la lectura, el pensamiento se estructura, la imaginación se expande, la voluntad se fortalece. El libro exige lo que el entorno digital rehúye, concentración, profundidad, continuidad.
Un niño qué lee no sólo aprende a entender, sino a demorarse. A mirar el detalle. A sostener el pensamiento en el tiempo. La lectura activa zonas del cerebro vinculadas al juicio crítico, a la creatividad, a la toma de decisiones. Pero, sobre todo, crea las condiciones para el encuentro con lo esencial. Es en muchos sentidos, una forma de resistencia ante la superficialidad, la distracción y la urgencia vacía que nos rodea.
Desde que el ser humano inventó el lenguaje, la lectura ha sido su herramienta más poderosa para humanizarse. A través de los libros, las civilizaciones han transmitido no sólo saberes, sino virtudes. El libro construye al niño en su triple dimensión, intelectual, emocional y social. No obstante, nunca como hoy ha estado esta práctica tan amenazada. La cultura digital lúdica, inmediatamente y fragmentaria ha desplazado en muchas familias y escuelas, el espacio del libro.
Y lo que se pierde no es solo un hábito, sino una herencia. Las sociedades que leen son sociedades que piensan que deliberan, que se abren al otro. Fomentar la lectura es, en el fondo una apuesta al pensamiento complejo, por la posibilidad de construir una cultura del encuentro.
En un entorno saturado de estímulos que reclaman atención, pero no dan profundidad, el libro se convierte en un espacio sagrado, un refugio para el alma y un gimnasio para la mente. En nuestras familias, escuelas y universidades, deberíamos preguntarnos no sólo cuánto se lee, sino cómo estamos transmitiendo el amor por la lectura. Porque quien ama leer, encuentra en cada página no solo conocimiento, sino compañía. Leer no es sólo formar criterio es también formar corazón.
Recuperar la lectura no es sólo una estrategia pedagógica. Es una decisión cultural. Es una manera de aportar por el pensamiento, por el tiempo profundo, por la formación integral de la persona. Volver al libro es, en el fondo, volver a habitar nuestra humanidad. Porque educar la mente es también custodiar el alma. Y eso no se logra en pantalla. Se cultiva, página a página, con letra viva
En otro contexto el día Mundial de los Refugiados debe ser un llamado a la acción, no sólo una jornada de disaisos. Requiere políticas públicas con enfoque humanitario, cooperación internacional y, sobre todo, memoria.
Cada 20 de junio el mundo conmemora el Día Mundial de los Refugiados. Es una fecha que, lejos de ser simbólica, nos obliga a mirar de frente una realidad dolorosa y vigente, la de millones de personas que huyen de la violencia, la persecución, el hambre y el desempleo.
Detrás de cada cifra hay una historia de supervivencia, una familia separada, una niñez truncada, un hogar perdido. Hoy más que nunca se refugiado significa vivir en la incertidumbre.
A los peligros del camino se suman políticas migratorias cada vez más restrictivas, discursos de odio y detenciones arbitrarias. Recientes informes señalan que menos de 10% de los migrantes detenidos por la ICE en EU han sido condenados por delitos graves. Aún así, muchos son tratados como criminales en centros de detención donde los derechos humanos se diluyen y la dignidad se posterga.
Como mexicano no puedo dejar de alzar la voz. Porque también desde el acceso a la información y protección de datos personales se puede construir una agenda de derechos humanos que dé rostro y nombre a quienes lo han perdido todo.
¿Cómo garantizar la no discriminación si los datos migratorios son usados para criminalizar? ¿Cómo proteger la integridad de niñas y niños si se les mantiene en condiciones indignas, sin transparencia sobre su paradero ni acceso a la justicia?
“Recientemente el panorama se ha tomado más oscuro. La orden de ampliar detenciones masivas en ciudades demócratas y el uso político de la migración en campañas
presidenciales en Estados Unidos son un retroceso alarmante. No se vale jugar con la esperanza de miles de personas. No son fichas políticas, son vidas”. México tampoco está exento. Porque quienes hoy buscan refugio no lo hacen por gusto, sino por sobrevivencia, refugiarse no es delito, es un derecho.
En otro orden la falta de consistencia e inconsecuencia en la política interior y exterior ya no sólo a sombra, inquieta por las filosas aristas que presenta y el peligroso afecto que puede acarrear.
Insistir en que la intención del gobierno estadounidense de someter a México a su concepto de seguridad nacional en nada altera continuar y profundizar el proyecto es preocupante. El vecino del norte ya estableció con brutal contundencia su decisión de intervenir unilateral y militarmente a donde quiera imponer su dictado, así como sostener, sacudir, de poner o poner gobiernos. Ansiosos por seguir la tonada y destacar en el coro, y sus secuaces ya colocaron a México ante una disyuntiva: socio domesticado o adversario declarado. Solo les falta decir: escojan. No es una simple política de polo y zona horaria. Va más allá.
No siempre echando a perder se aprende. |
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